Se han planificado y perpetrado tantos golpes perfectos (e imperfectos) en el cine, que ya resulta difícil, quizá imposible, recordarlos todos. Tampoco considero que sea necesario, pues, probablemente, la mayoría son repeticiones y variantes de una misma idea, ejercicios cinematográficos realizados para recaudar y si tal, entretener siguiendo las pautas marcadas por las películas “excepción” y excepcionales que fueron señalando el camino a transitar por los films de robos. Dichas excepciones marcan un paso adelante e incluso transcienden su momento y se convierten en clásicos que conquistan a generaciones posteriores. Me refiero a propuestas tan magistrales como La jungla de asfalto (The Asphalt Jungle, John Huston, 1950) o la cómica Rufufú (Il soliti ignoti, Mario Monicelli, 1958). En ambos casos, descubrimos a perdedores condenados al fracaso, pero no son los únicos, tampoco los primeros ni los últimos. Son antihéroes que se hermanan con los que deambulan por Rififí (Du rififi chez les hommes, Jules Dassin, 1955), Atraco perfecto (The Killing, Stanley Kubrick, 1956), con los más cómicos de Oro en barras (The Lavender Hill Mob, Charles Crichton, 1951), Atraco a las tres (José María Forqué, 1962), Los dinamiteros (Juan Atienza, 1963) y Topkapi (Jules Dassin, 1964), entre otros títulos que han aportado su atractivo y su personalidad a este ¿subgénero? Tienen en común que están protagonizadas por individuos que se embarcan en robos planificados al detalle, pero que no alcanzan el éxito esperado porque hay algo que no puede planificarse y ese algo es el factor humano, la fuente de los mayores imprevistos. Otra variante de este tipo de cine, se encuentra en los planes perfectos que asaltan casinos, tipo Cinco contra la banca (5 against the house, Phil Karlson, 1955), Siete ladrones (Seven Thieves, Henry Hathaway, 1960) y La cuadrilla de los once (Ocean’s Eleven, Lewis Milestone, 1960), las cuales podrían considerarse referentes, sin la calidad que atesoran los films arriba nombrados, de golpes contra la banca, que en este tipo de películas no siempre gana.
Lo primero es dar a conocer a los personajes, para así hacernos una idea de sus habilidades, motivos y relaciones; de qué se traen entre manos. Pero en este último tipo de película de golpes maestros no se trata de mostrar al perdedor del cine negro o al hambriento y al granuja de medio pelo de la comedia. Tampoco preocupa el entorno depresivo que en los films de Monicelli o Forqué empujan a delinquir y a perder y a resignarse en una suerte diferente a la del antihéroe de Huston. Pero de regreso al cine de asaltos a casinos, más que delincuentes profesionales, los personajes del film de Milestone son jugadores a quienes les gusta el riesgo, las mujeres y el dinero. También saben lo que hacen y asumen un aire entre bufo, canalla y chulesco, a la medida de Frank Sinatra y compañía, con el que bromean y desafían en un más difícil todavía cuyo humor y ritmo no llegan a despegar del todo. Su tono festivo y su finalidad lúdica los hereda la versión que Steven Soderbergh realizó a partir del film de Milestone, cuyo guion había sido escrito por Harry Brown y Charles Lederer, pero el estilo y el ritmo de Ocean’s Eleven (2001) distan cuatro décadas de diferencias estéticas, tecnológicas, sociales y humorísticas. En realidad, aparte de la trama, el referente más cercano de Ocean’s Eleven es otro film de Soderbergh: Un romance peligroso (Out of Sight, 1998), la primera colaboración de Soderbergh y George Clonney. La propuesta prima un ritmo ágil y ligero, que no disimula que asume la trampa y el engaño para entretener y sorprender a su público. Comercialmente, tenía mucho a su favor para triunfar y lo hizo desarrollando una trama sencilla que no pretende ser otra cosa que un divertimento y un lucimiento para el popular reparto de esta comedia que juega sus bazas y gana, igual que lo hacen sus héroes: once tipos que en ningún momento se encuentran en peligro porque el plan y su ejecución, en manos de Soderbergh, son como un juego que deja nada al azar ni pide participación, solo dejarse llevar por el montaje y su ritmo musical y visual.
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