Un mes antes de la firma del tratado Ribbentrop-Molotov, Esfir Shub estrenó España (Ispanija, 1939), largometraje documental que detallaba distintas fases de la guerra civil española —la batalla de Toledo, Madrid, el Ebro o la despedida de las Brigadas en Barcelona— posicionándose directamente contra los nazis y los fascistas, rivales naturales de los comunistas (y estos de aquellos). Es importante determinar la fecha, porque de haber retrasado el estreno un mes (ese que va de la enemistad ideológica a la amistad interesada), el film no habría sido proyectado, quizá incluso hubiera sido destruido o confiscado por el Partido, pues ese pacto de no agresión entre nazis y soviéticos, que tocó a su fin apenas dos años después de la firma, implicaba un nuevo trato al régimen de Hitler por parte del de Stalin, quien por un instante se despreocupó de su homólogo nacionalsocialista. No obstante, la historia nos dice que en junio de 1939, el líder nazi y el soviético eran enemigos mortales —el tratado se firmó el 23 de agosto de 1939— y que volverían a serlo en 1941, cuando el primero ordenó invadir la URSS y el segundo no daba crédito a lo que le decían sus “súbditos” respecto a una invasión de su aliado alemán. Pero lo dicho solo son especulaciones, la realidad es que la documentalista estrenó su película propagandística.
Con el talento en el uso del montaje de imágenes de archivo ya exhibido en La caída de la dinastía Romanov (Padenye dinastii Romanovyth, 1927), Shub monta las secuencias rodadas por directores soviéticos y españoles y ofrece una visión partidista y vibrante del conflicto civil que asoló el suelo hispano durante casi tres años (del 17 de julio de 1936 al 1 de abril de 1939). Por otra parte, su partidismo es lógico, ya no por tratarse de una documentalista soviética, sino porque cualquier autora o autor presenta una postura propia, lo quiera o no, más o menos evidente que no logra ser neutra; es decir, cualquier expresión está condicionada por el pensamiento y las circunstancias de quien se expresa. La cineasta no esconde sus simpatías e inicia su documento propagandístico en Galicia, previo al levantamiento de los militares contra el gobierno de la República, en ese instante en manos del Frente Popular (una coalición que englobaba varios partidos de izquierdas). En esa tierra del noroeste peninsular un gaitero hace sonar su instrumento mientras las imágenes van mostrando el campo, los campesinos, el océano, los marineros y las mujeres que tejen las redes. Suena la gaita y canciones tradicionales y nada presagia el conflicto. Las imágenes se trasladan a la huerta valenciana, mostrando el fruto del naranjo que da vida y color antes de llegar a Madrid, la gran ciudad donde la cámara presta su atención a Cervantes, el Quijote, la Cibeles y los toros. Pero el cielo de julio de 1936 se cubre de aviones mientras los niños chapotean en las playas. Los alemanes e italianos ofrecen su ayuda a Franco, la Guerra estalla y con ella los bombardeos y las muertes de los civiles que no logran huir a tiempo de las bombas. El tono del narrador, el de las imágenes y el acompañamiento musical cambian radicalmente. Ahora se llama a la lucha, “al no pasarán”, que grita Dolores Ibárruri, la Pasionaria, o se canta la Internacional al paso de las Brigadas formadas por jóvenes de veinticinco países, en su mayoría sin formación militar, pero con la ingenuidad y los ideales de románticos libertarios que no pueden contra un ejército rebelde mejor organizado y equipado que el republicano. Por otra parte, algunas imágenes de España juegan al despiste, o al menos resulta curioso comprobar cómo, por ejemplo, Shub emplea las localizaciones rodadas en Santiago de Compostela para hacerlas pasar por Burgos, ciudad durante aquel instante bélico el centro de operaciones de Franco y su alto mando. Aunque lo dicho pasaría por alto para el público ruso, que en su práctica totalidad desconocería las urbes españolas e ignoraría el cambio, un intertítulo apunta la localidad castellana para inmediatamente mostrar imágenes de la ciudad gallega, en concreto de la plaza de la Quintana, a rebosar de gente, y posteriormente el Obradoiro, donde las figuras militares y religiosas se dejan ver para constatar el bando en el que se encuentra la localidad. Pero, en definitiva, eso no deja de ser algo que el cine puede hacer con su “magia” y su ruptura espacio-temporal, incluso en el cine documental como es el caso.
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