El último de los diez largometrajes realizados por la directora noruega Edith Carlmar, The Wayward Girl (Ung flukt, 1959), también fue el primero protagonizado por Liv Ullmann, quien dio vida a Gerd, la joven protagonista. La actriz, años después indispensable en el cine de Ingmar Bergman, había participado con anterioridad y sin acreditar en la exitosa comedia de Carlmar, Fools in the Mountains (Fjols til fjells, 1957), pero entonces su presencia no pasó de ser anecdótica. Aquí, en el décimo largometraje de la directora, la primera mujer que dirigió en Noruega, y el último escrito y producido por Otto Carlmar —guionista y productor de nueve de los films dirigidos Edith, con quien, además de matrimonial, formó pareja creativa desde 1949, año en el que fundaron su productora Carlmar Film, hasta 1959—, el protagonismo de Ullmann se hace con la pantalla y llama la atención sobre su personaje. Gerd, apunto de cumplir dieciocho años, huye de sí misma y del futuro que cree que le espera, también huye de su madre (Nanna Stenersen) y de la cotidianidad que amenaza problemas con la justicia —debe presentarse a declarar después de ser arrestada y puesta en libertad. La joven escapa en compañía de Anders (Atle Merton), el muchacho que conduce el vehículo mientras recuerda a su madre (Randi Brænne) rechazando su relación con Gerd, a quien califica de mala mujer. Eso mismo piense la chica durante su huida y su estancia en la naturaleza donde los dos jóvenes fugitivos viven un breve e idílico instante de amor juvenil, quizá de un primer amor. Pero la aparición de su madre y del padre de Anders (Tore Foss) rompe el momento, que ya no volverá a ser igual de luminoso, al regresar la idea que ronda la mente de Gerd. Siente culpabilidad y se ve a sí misma condenada a ser una mala mujer —como parece señalar la escena en la que deshoja la margarita— y ensuciar cuanto toca, de ahí su comportamiento entre visceral, caprichoso e inestable, fruto de su miedo y de su desorientación, también de los sentimientos hacia Anders. Sin duda, lo mejor del film es el descubrimiento y la presencia de esa joven actriz que alcanzaría renombre en los films de Bergman, pero, además, la película presenta entre sus otros atractivos la vitalidad de los primeros momentos de la estancia de la pareja en el paraíso que, con la muerte de la oveja y la aparición de Benkin (Rolf Søder), se ensombrece y transforma el idilio en la amenaza o, previo al paréntesis luminoso referido, el viaje que la madre de Gerd y el padre de Anders comparten en tren y a pie hasta la cabaña donde sus hijos disfrutan de su idilio, un recorrido que les humaniza y permite conocerlos mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario