martes, 29 de marzo de 2022

Los frutos del paraíso (1970)


Desde su primer largometraje,
Something Different (O necem jiném, 1963), y ya antes en su aprendizaje en la FAMU (la escuela de cine de Praga), la cineasta checa Vera Chytilová apuntaba una personalidad cinematográfica clara, aunque todavía no se mostrase como la cineasta radical que experimenta con el sonido, la música y las imágenes, con los colores, la velocidad, el montaje en Las margaritas (Sedmikrásky, 1966), su film más conocido; y aunque en menor medida, también experimenta en Los frutos del paraíso (Ovoce stromu rajskych jime, 1970). Lo hace lo suficiente para confirmar que estamos viendo la película de una directora atípica que, consciente de que el cine carece de gramática, comprende que no existe un lenguaje que la limite y se distancia de cualquier narrativa convencional. Por ello, unir a Chitilová el adjetivo atípica no es un tópico que se use porque no se logre explicar su cine, que por otra parte parece bastante claro para quien acepte salir de la comodidad de una narrativa convencional. Aunque presente influencias del underground estadounidense y de otras corrientes cinematográficas de vanguardia, es atípica porque desde sus inicios profesionales se lanza de lleno a la búsqueda de su propia estética cinematográfica para hacer hincapié en la realidad de la mujer en mundo regido por hombres, uno de los ejes temáticos de su obra, quizá el principal, como vuelve a quedar claro en este film sobre Eva (Jitka Nováková), la mujer que vive su despertar al conocimiento tras morder la manzana y lanzarse a explorar el mundo, movida por su novedosa curiosidad, puesto que antes de morder el fruto prohibido no existiría la necesidad de conocer. Mientras, Adán/Josef (Karel Novak) prefiere dormir o quedarse en cama, y más adelante, no se podría precisar en tiempo lineal, jugar sin ser consciente de la mentira en la que cae cuando descubre el deseo que le despiertan otras mujeres en la playa donde, salvo Eva, el resto juega y se divierte en un instante que señala un antes y un después: el último instante de inocencia. Cuando Eva comprende la existencia del engaño, decide abandonar su vida al lado de Josef, pero este y Robert (Jan Schmid), el único que inicialmente viste de rojo, puesto que todavía es el único que conoce la muerte, porque ha asesinado, queda atrapada en su camino hacia el conocimiento —descubriendo la existencia de lo secreto, de lo prohibido, de las pasiones, de la mentira, del amor, de la muerte. Su evolución se va viendo en el color de su vestuario, que pasa del blanco, virginal e inocente, al rojo de la sangre y de las pasiones, entre medias vistiendo un tono rosa pálido de transición. En cierto modo, Frutos del paraíso es el viaje de Eva hacia el conocimiento y, consecuentemente, hacia la pérdida de la inocencia que se cierne sobre la humanidad que representa, una inocencia que dice adiós a medida que asoma en pantalla el secreto, el engaño, el crimen y otras cuestiones que van formando la sustancia humana en su destierro del paraíso donde inicialmente la pareja vive en la desnudez que va más allá de la física, vive en la ausencia de cualquier conocimiento y de lo que su presencia conlleva.



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