Las imágenes de la red vial de Houston, por donde circula el deportivo blanco de MacIntire (
Peter Riegert), y la siguiente escena en la sala del consejo de la petrolera Knox apuntan las formas empresariales y urbanas, modernidad, prisas y ruido. Pero ni los negocios ni la contaminación sonora afectan el sueño del señor Harper (
Burt Lancaster), a quien se descubre durmiendo mientras uno de los directivos de su empresa toma la palabra, baja el tono y susurra la estrategia a seguir respecto al proyecto de la refinería escocesa y la necesidad de enviar un negociador al pueblo que se levanta en la bahía que pretenden comprar, para levantar allí la refinería más moderna del Atlántico norte. Todo esto lo hablan en presencia de Harper, el dueño de la empresa, que duerme porque nada le interesa lo que allí se pueda decir. Quizá sueñe con el firmamento lleno de estrellas, con una aurora boreal o un cometa al que poner su nombre. La astronomía es su pasión y el único aliciente para un hombre que posee todo y tiene nada, pues se descubre como alguien que, fuera de esa afición a la que se entrega, vive el vacío y el desequilibrio emocional del que pretende salir con un tratamiento de choque, con un terapeuta no menos chocante. Esos instantes iniciales de
Un tipo genial son fundamentales para establecer el contrapunto entre dos espacios y dos modos de vivir, siendo Mac el nexo entre ambos, al ser el elegido para viajar al país de las
Highlands y negociar la compra-venta, pues en la empresa asumen que MacIntire, por su apellido, es de origen escocés. Con la llegada del protagonista al pueblo,
Un tipo genial asume su tono costumbrista e influencias de la
Ealing, pienso en
La bella Maggie (
The Maggie,
Alexander Mackendrick, 1954), e introduce un estadounidense en un entorno que le resulta extraño, pero que no tarda en conquistarle. Mac llega acompañado de Oldsen (
Peter Capali), el joven empleado de la filial escocesa, que no puede dejar de pensar en Marina (
Jenny Seagrove), la oceanógrafa que aparece y desaparece en el mar, cual sirena que le seduce con sus cantos (y su amor por el ecosistema marino). Tras el primer contacto con la villa marinera donde Urquhart (
Denis Lawson), el dueño del hotel y el abogado local, llevará la negociación con un vecindario deseoso de vender y enriquecerse, los visitantes mantienen una conversación a la puesta de sol, mientras pasean a la orilla de una hermosa playa que será parte de la refinería. Paseando, enumeran los productos que derivan del petróleo y su listado genera la sensación pretendida por
Bill Forsyth, la de oponer la belleza natural y la imagen de la refinería (ya vista su maqueta) que, de cerrarse el trato, alterará el paisaje y el ecosistema de ese hermoso paraje donde solo Ben (
Fulton MacKay), el dueño de la playa, parece capaz de vivir al margen del dinero, del negocio y del petróleo.
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