miércoles, 23 de junio de 2021

Escenas en el mar (1991)


Salvo si cae en la cabeza y deja amnésico, trastorna o mata, un objeto por sí solo posiblemente no cambie la vida de nadie. Pero si ese objeto genera una idea, quizá la idea sí implique una variación en el rumbo vital. Y eso es lo que sucede con Shigeru (Claude Maki) y la vieja tabla de surf que descubre mientras recoge la basura. Primero la deja donde está, al lado de una bicicleta estropeada que su camión no recoge, y, segundos después, regresa a por ella. La arregla y decide probar suerte. Nunca antes había hecho surf, ni tiene traje de neopreno, pero, en compañía de Takako (Hiroko Ôshima), inicia su aprendizaje autodidacta, pero sobre todo parece que inicia un camino interior, tal vez de superación, quizá para demostrarse que puede hacerlo. Escenas en el mar/Una escena junto al mar (Ano Natsu, ichiban shizukana umi, 1991) es el tercer largometraje de Takeshi Kitano y la película donde el silencio de sus protagonistas es total, pues viven en él. Ambos padecen sordera, sin embargo no necesitan escucharse ni hablar para comunicar(nos) sentimientos, pureza e inocencia, estados de ánimo o la transformación  que se da en ellos, a partir de su contacto con el mar y las olas. De transmitir se encarga la cámara, la pausa, la música de fondo, los rostros de Shigeru y Takako, sus movimientos pausados y acompasados, su quietud. Kitano no escribe diálogos en su guion, ¿para qué hacerlo si sus personajes no suelen ser parlanchines, ni precisan las palabras? Heredan el minimalismo expresivo del teatro Nô, sin apenas cambios aparentes, el movimiento se produce dentro de los personajes, en su interior: el hogar de las emociones y de los cambios, de las impresiones y sentimientos. Las conversaciones no importan tanto como los rostros o el ofrecimiento de un refresco por parte de la joven que se sienta al lado de Shigeru, o la lágrima que se desliza por el rostro de Takako. Los diálogos, mínimos, son improvisaciones o fruto del momento en el que otros personajes hablan, como las palabras pronunciadas por los dos jóvenes bufones —personajes de este tipo asoman por el cine de Kitano remarca el un tono entre cómico, lúdico e infantil— que imitan a los protagonistas; de hecho, debido a la sordera, en Una escena junto al mar el cineasta niega la palabra a la pareja protagonista y les concede el silencio que les une y que, en la mayor parte del metraje, les mantiene fuera del entorno por donde apenas se mueven, un entorno donde todo vive en las miradas de Shigeru y Takako, o en la de la cámara que les observa y atrapa para mostrar de un modo diferente la superación y los sentimientos, como ese amor sin palabras que vive en ellos y que reluce en los gestos de ella o en el brazo que él le pasa por encima del hombro para arroparla.



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