Pixote, la ley del más débil (1980)
En busca del prestigio que les acompaña tras su éxito internacional, Hollywood se lleva o tienta a todo cineasta que destaque en su país y, una vez en su seno, le limita su libertad creativa y discursiva. Es como si las productoras no quisieran ir más allá de lo convencional, por temor a pérdidas económicas o a herir la sensibilidad de un público acomodado y acomodaticio. Héctor Babenco fue uno de esos cineastas que debutó tras las cámaras en Brasil en la década de 1970 y que, como Bruno Barreto, daría el salto a Hollywood donde, como muestra la coproducción independiente El beso de la mujer araña (Kiss of the Spider Woman, 1985), no perdió el norte creativo y combativo de su cine. Pero lo mejor de su filmografía se encuentra en sus películas brasileñas, sin estrellas y con tendencias realistas, en películas como Pixote, la ley del más débil (Pixote, a lei do mais fraco, 1980) o Carandiru (2003) —que contaba con Walter Moura y Rodrigo Santoro, pero aún no eran actores de renombre internacional—, dos ejemplos de un cine crítico que no rehuye ni edulcora. Esa intención crítica y ajena a concesiones sentimentales se descubre en toda su plenitud en la historia de Pixote (Fernando Ramos da Silva), cuya normalidad significa violencia, abusos, marginalidad, muerte. Es el día a día con el que se encuentra desde que entra en el reformatorio, donde lo primero que presencia es la violacion de uno de los niños a manos de varios mayores que lo revientan sin que nadie mueva un dedo, ni nadie diga nada. Desde ese instante, se inicia la cotidianidad de Pixote, un niño de unos doce años que entra en contacto con la brutalidad, la miseria, los abusos. Crece en la indiferencia a la vida, en la proximidad de la muerte, que formará parte de su día a día, tanto en el reformatorio de donde huye para salvar su vida —después de ser testigo de la conversación de los funcionarios sobre la muerte de su amigo Fumaça (Zenildo Oliveira Santos)—, como en las calles de Sao Paulo donde se dedica al robo o, ya en Río, donde se convierte en asesino por accidente (y luego reincidente) y en el caminante que camina solitario hacia más marginalidad, más indiferencia, más violencia y hacia su más que probable muerte prematura y violenta (como la del propio Fernando Ramos da Silva en la realidad, en agosto de 1987). Ese niño es el protagonista de una de las películas más famosas de la cinematográfica brasileña, la primera en ser nominada a los Globos de Oro, y la que marcó la carrera de Héctor Babenco, pues, a raíz de su enorme éxito, el nombre del cineasta se dio a conocer internacionalmente. Pero lo significativo del film, en cuanto a lo que narra, lo encontramos en la realidad que condena a Pixote, puesto que es la realidad de un sistema que lo aparta y lo confina, como hace con otros miles, para mantenerlo al margen, donde las autoridades se desentienden.
¿Qué hoy y qué posibles mañanas hay para los Pixote, Lilica (Jorge Julião) o Dito (Gilbert Moura)? Hay la espera sin esperanza, la miseria y la brutalidad, la ley ya no del más fuerte, sino la de quien nada tiene que perder, la de quien ya ni siquiera valora la vida. El mundo del protagonista es el sin mañana, y el sin hoy, es la marginalidad de los olvidados, cercanos a los de Buñuel, y de los condenados a no existir para un sistema que sabe que existen. Y ahí, entre todos ellos, quien sobrevive un día más es Pixote, el niño de mirada triste, pero fría, porque no encuentra seno maternal que lo acoja ni le de calor —así lo confirma la escena con la prostituta que, haciendo de cebo, colabora con los adolescentes en sus asaltos. Nada hay para él, ni para sus compañeros de fuga, pues al contrario que la aclamada Ciudad de Dios (Cidade de Deus, Fernando Meirelles y Kátia Lund, 2000), más cercana al modelo de cine de Hollywood, en Pixote, la ley del más débil no hay cabida para la esperanza que sí encuentra Buscapé en la fotografía, ni hay lugar en este descarnado film de Babenco para concesiones al cine espectáculo.
Compré esta película en DVD. La primera parte me estaba costando, pero la segunda me cautivó y dio sentido a la primera. La temática recuerda a otros clásicos de niños de la calle, víctimas de violencia y desigualdad. Has hecho una introducción sobre el Hollywood destructor muy necesaria, con la que estoy muy de acuerdo
ResponderEliminarMe sucedió algo similar. Tardé en situarme y conectar con el film, pero, superados los primeros minutos, me pareció brutal y directa la forma de exponer la miseria y la violencia de las que son víctimas y victimarios. Hay un momento que me parece que habla por sí solo: los niños en el correccional jugando a policías y delincuentes, pero no juegan a polis y cacos, como podríamos jugar nosotros de niños. Creo que fue esta escena la que me metió de lleno en el film. En cuanto a lo de Hollywood, solo hay que echar un vistazo atrás y da para un ensayo.
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