martes, 4 de mayo de 2021

La bestia humana (1957)


Por cuestiones temporales,
Émile Zola no sabía qué era el cine negro, pero sí conocía las sombras humanas que surgen del desequilibrio entre el ser irracional y el racional que suman eros, razón, sinrazón, pasión, muerte... y dan forma al individuo. En una de sus novelas, La bête humaine, el escritor naturalista trata esas sombras que posteriormente encajarían a la perfección en las sombrías y pasionales versiones de Jean Renoir o Fritz Lang, las más famosas. Menos conocida que estas adaptaciones de la novela de Zola, realizadas en 1938 y en 1954, sería la que en 1957 dirigió Daniel Tinayre. La bestia humana (1957) vista por el director francoargentino y por el guionista Eduardo Borrás es otra oscura variante de pasiones escondidas y desatadas, de lucha entre la pulsión de la vida y de la muerte. La historia apunta a mortuoria desde su apertura, durante el entierro de Pedro Sandoval (Massimo Girotti), al que sigue el de Laura Santángelo (Ana María Lynch), mientras una voz en off anuncia que Donato Santángelo (Eduardo Cuitiño), su marido, ha sido acusado de su muerte, aunque también aclara que no fue su asesino. No obstante, no es inocente, como señala la voz y cómo se comprobará cuando la trama retroceda en el tiempo para mostrar los monstruos que habitan en los personajes principales del film. Un anónimo es el detonante para que Santángelo acuda a su casa y maltrate a Laura. En la carta apuntan que esta mantiene una relación con un maduro millonario bonaerense a quien el marido decide asesinar ante ella, y así hacerla su cómplice mientras da rienda suelta a su resentimiento —que abarca un radio más amplio que el de su relación marital.


Posiblemente, Donato sea un resentido de la vida, alguien cuya impotencia, fruto de su complejo de inferioridad, le lleva a encontrar una válvula de escape en el dominio de quienes supone bajo su control —de ahí que, como supervisor de estación, castigue con una suspensión de empleo y sueldo a Pedro o, como marido celoso, empuje a su mujer hacia el crimen con el que pretende demostrarle hasta dónde está dispuesto a llegar. Santángelo se cree en posesión de Laura, no atiende a razones ni a explicaciones; la acusa y la señala como la responsable de sus actos violentos, aunque dichas acciones son fruto de su naturaleza celosa, cruel y brutal. La desequilibrada naturaleza del marido provoca la muerte del millonario y también es la causante de que a partir de ese instante Laura sienta que es una prisionera condenada a sufrir cautiverio de por vida, sometida por ese hombre al que odia. Esta sensación o certeza depara que, tras seducir a Luis (
Alberto de Mendoza), el secretario del millonario, y a Pedro, busque en ellos la salida para situación. Es una mujer carnal atrapada en su carnalidad y en el imposible que la ahoga, del que pretende escapar y esa misma pretensión la transforma en mujer fatal. De esa manera, engatusa a los hombres para satisfacer sus intenciones y sus necesidades, sin embargo, con Pedro sucede algo inesperado: se enamora y es correspondida, aunque su relación está condenada a vivir en la brevedad del instante clandestino durante el cual se desata el lado instintivo y sexual, así como la supervivencia frente a cuanto les rodea, frente a la naturaleza de ambos y frente la necesidad destructiva que habita en el ferroviario, pues Pedro, al igual que Laura, también vive atrapado en una existencia que le asfixia y de la que pretende escapar juntos. Pero ella dice que <<mientras el viva —aludiendo a su marido— no habrá felicidad para nosotros>>. Sabe que Pedro está obsesionado con la idea de matar, él mismo sé lo acaba de decir, aunque no empleando esas palabras. Incluso ve en la materialización de la idea una posible liberación de esa bestia interior que le desasosiega. Pero cuando ella se lo propone, no puede e insiste en huir juntos, qué la protegerá. Laura le dice que le ha faltado el valor para liberarla y acude al secretario con el mismo cuento, provocando que Pedro sienta celos y, como hace su marido, la culpe de su comportamiento. En realidad, la mujer no es culpable de los actos masculinos, puesto que son ellos quienes escogen actuar del modo como lo hacen, sea por celos, deseos u otras pasiones. Son sus decisiones y las toman en su irracionalidad; no son fruto de Laura, que tiene las propias, aunque ella despierte los instintos e impulsos que los conducen hacia la fatalidad ya anunciada al inicio de esta libre versión de La bestia humana.


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