Es probable que Réquiem por un boxeador (Requiem for a Heavyweight, 1962) se omita cuando alguien habla de las mejores películas sobre boxeo, pero la omisión no resta valor ni valía al drama que Ralph Nelson desarrolla apostando por el realismo tanto de los espacios como de las emociones y sentimientos de los personajes. Partiendo del guion de Rod Serling, que Nelson ya había rodado para la televisión en 1956, con Jack Palance en el papel de “Mountain”, el cineasta, otro de los destacados miembros de la generación de la televisión, se centra en una de las caras ocultas del espectáculo, una que se olvida o que pocas veces se muestra. De ese modo, el drama de “Montaña” Rivera (Anthony Quinn) se aventura en lo que no se ve, en el fuera de campo del espectáculo, de ahí que en la escena inicial muestre rostros, personas, no miembros de un espectáculo que les ha exigido su salud, su entrega, sus mejores años, a cambio de ser “casi” campeones y de alguna historia que contar entre cerveza y cerveza. El lento travelling que abre Réquiem por un boxeador recorre la barra del bar que Maish (Jackie Gleason) llama el cementerio y los rostros de los ex-boxeadores allí enfilados. Todos prestan su atención al televisor que no se muestra en pantalla, pero que emite el combate al que no tardaremos en acceder en planos subjetivos que nos sitúan en el ring donde la cámara, “Montaña” y el público encajamos golpes en primera persona.
La apertura anuncia lo que vendrá: un drama pugilístico en el que cualquiera de los presentes en el bar podría ser el protagonista. Pero ninguno de ellos combate en ese mismo instante. Es otro quien lo hace, quizá sea un conocido o quizá la pelea sea el reflejo de lo que ellos fueron y de lo que desean ser. Las imágenes saltan del local al ring, donde uno de los dos boxeadores que participan en la pelea se convierte en nuestros ojos, pues suyas son las imágenes que suceden al travelling del bar. Son subjetivas y borrosas. Percibimos parte del ring y malamente a Cassius Clay (quien no tardaría en cambiar su nombre por Mohammed Ali) golpeando. Fin del combate, siete asaltos, cuando nadie creía que llegarían al cuarto —y así lo apostó Maish. La cámara continua siendo el sujeto que ha perdido y que se tambalea mientras se dirige hacia el vestuario. Ha recibido una paliza, una más entre tantas durante los diecisiete años de profesión. Se mira al espejo, es “Montaña” Rivera, un veterano del cuadrilátero a quien el doctor le prohíbe que vuelva a boxear, tras examinarlo y dictaminar que un nuevo combate podría dejarle ciego. ¿Y ahora qué, si boxear es lo único que sabe hacer? ¿Buscar en los anuncios del periódico? ¿Acudir a la oficina de empleo donde le atiende la señorita Miller (Julie Harris)? ¿Creer y luchar por la oportunidad que le ofrece la compasiva empleada laboral? Lo intenta, pero a Montaña ya no le quedan fuerzas, solo le resta su integridad. Dice con orgullo que nunca se ha dejado comprar en ninguno de sus más de cien combates —lo que apunta la existencia de amaños en los duelos en el ring. También recuerda que casi fue campeón, pero ese “casi” lo cambia todo, pues ese “casi” indica que no llegó, señala que no fue nada más que otro aspirante, mientras le repite a la señorita Miller que una vez fue el quinto mejor boxeador del año. Pero el suyo no es el único drama que se vive en esta contundente y sobria pieza boxística de Nelson, puesto que, entre las sombras, Maish, el entrenador y manager de Montaña desde los inicios de aquel, vive de prestado, amenazado de muerte por Ma Greeny (Madame Spivy) y sus matones, pues la jefa de la organización de apuestas ilegales le culpa de sus pérdidas y le concede un breve plazo para que pague la deuda contraída al apostar a que Montaña, que se entrega al boxeo en cuerpo y alma, no aguantaba hasta el cuarto asalto, pero lo hizo. El boxeador es fuerza y corazón, pero también un hombre derrotado que solo ve un instante de esperanza en su encuentro con Miller, pero es un espejismo que desaparece junto su amistad con Maish, el hombre por quien haría cualquier cosa, incluso perder la dignidad, lo último de valor que le queda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario