domingo, 4 de abril de 2021

Secretos y mentiras (1996)


La cotidianidad pasa desapercibida precisamente por ser cotidiana, de hecho, en ese espacio común se dan por sentadas demasiadas cuestiones mientras algunas pasan de puntillas y otras son adulteradas o silenciadas por miedo a herir o a perder a alguien con quien de algún modo se comparten lazos e instantes de existencia. Los secretos y las mentiras impiden reconocer o descubrir imperfecciones, carencias y frustraciones que no desaparecen, simplemente se ocultan hasta que cualquier circunstancia las devuelva a la luz. Hay cuestiones que se dejan sin resolver, pensando que el tiempo se encargará de resolverlas, y hay sentimientos de los que se huye porque provocan dolor, un tipo de dolor que no se puede racionalizar o, de hacerlo, descubrirían su irracionalidad. <<No hay nada razonable. Tal vez uno llore por uno mismo>>, le comenta Hortense (Marianne Jean-Baptiste) a una amiga, sintiendo que el vacío que ha dejado su madre al morir le desvela otros espacios a rellenar. Esos huecos en la cotidianidad son sensaciones que señalan que algo falta, respuestas que necesita para arreglar y orientar su vida.



En cualquier cotidianidad existe un espacio de patetismo y de humanidad, de comedia y drama, uno por donde también se cuela la improvisación y lo inesperado, entre tantas otras variables que abarcan una o varias vidas. Lo inesperado, lo cotidiano y la desesperación, la aflicción, el amor van fluyendo de forma natural y equilibrada a lo largo del quinto largometraje del británico Mike Leigh, aparecen en situaciones que ni los personajes que las viven podrían o querrían explicarse. Secretos y mentiras (Secrets and Lies, 1995) vive en esas distancias y cercanías, en los lazos afectivos que apuntan ruptura, pero resisten en el amor y superan los conflictos materno-filiales, fraternales, matrimoniales o de pareja, en proximidades a flor del piel y en verdades silenciadas que, al ocultarse, se transformaron en secretos que imposibilitan la liberación del dolor y de culpas que viven en el silencio o se ocultan detrás de las mentiras.



<<Es mejor decir la verdad. Así no se hiere a nadie>> dice Hortense a Roxanne (Claire Rushbrook), su hermanastra, días después de que la verdad provocase una catarsis en familia que les llevó del sufrimiento a la liberación que disfrutan en ese instante, ya lejos de engaños y secretos que de alguna manera las ha llevado hasta ese preciso acercamiento de sinceridad. Hortense sabe de lo que habla, sus padres adoptivos nunca le ocultaron que era adoptada, aunque habría otras cuestiones que sí quedaron sin hablar. Así surgen vacíos que se rellenan con dudas, fantasías e ideas, huecos que agudizan las carencias y, en el caso de Hortense, la necesidad de rellenarlos de verdades. Por ese motivo da el paso y telefonea a Cinthia (Brenda Blethyn), su madre biológica, una mujer que vive con su otra hija, fruto de otra relación y de otro hombre que desapareció en un pasado del cual apenas sabemos ni sabremos nada. Permitiendo que sus personajes evolucionen según los hechos y los contactos que se producen, Leigh nos acerca a esta mujer de mediana edad y a la relación que establece con Hortense, en quien descubre a una joven inteligente, independiente, honesta, pero de quien inicialmente reniega —en un primer instante no logra enlazar que su hija sea negra y ella blanca. Sin saberlo, ninguna lo sabe, Hortense llega para salvarla de la rutina (auto)destructiva en la que siempre se descubre enfrentada a su otra hija y condenada a una monotonía hiriente —resulta efectivo y emotivo mantener a madre e hija en el mismo plano (fotograma 1) mientras se produce su primer contacto. Hay una especie de barrera que se está rompiendo o que se romperá cuando se miren a los ojos. Esto se confirma en la siguiente cita (fotograma 3), aunque puede que hayan pasado varias que de omiten. Ahora las vemos cara a cara, sonrientes, en un careo de complicidad que precede al lazo afectivo que se materializa en la cercanía del tercer momento o tercera cita que vemos en pantalla, en el que vuelven a posicionarse en el mismo plano, hombro con hombro, pero en una intimidad que ya sienten la de una madre y una hija. 



Leigh, abierto a la improvisación, no precisa un guion que le corte las alas a su creatividad ni que limite a sus personajes a ser una suma de reacciones predeterminadas. Prefiere <<funcionar sin guion>>, pues considera que su <<labor como escritor es crear arte, crear el mundo del filme, y el guion es solo un apunte para ello>>.1 La decisión de dejar que los personajes evolucionen a partir de situaciones que se presentan sin conocerlas de antemano les da un plus de naturalidad y los libera de la rigidez que falsearía la veracidad de las emociones que surgen en momentos tan viscerales y emocionales como la barbacoa familiar durante la cual Maurice (Timothy Spall) exclama <<¡Secretos y mentiras! ¡Todos sufrimos! ¿Por qué no compartimos nuestro dolor?>>



1.Mike Leigh, entrevista publicada en revista Mabuse, el 19 de enero de 2005

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