domingo, 13 de diciembre de 2020

Elemental, Dr. Freud (1976)


<<In 1891 Sherlock Holmes was missing and presumed dead for three years. This is the true story of that disappearence. Only the facts have been made up>>

<<En 1895 Sherlock Holmes llevaba tres años desaparecido y se le presumía muerto. Esta es la verdadera historia de su desaparición. Solo han sido alterados los hechos>>.

El rótulo que introduce Elemental Dr. Freud (The Seven-Per-Cent Solution, 1976) habla de alteración y nos lleva de lleno al terreno de la invención de las situaciones, ya de por sí alteradas al formar parte del relato de Watson (Robert Duvall). Pero la mayor alteración se encuentra en que ninguno de los personajes del film son los creados por Arthur Conan Doyle, pues, en este caso, la fuente literaria no es ninguna historia del escritor británico —aunque cualquier Sherlock lo deba su origen. La novela que Herbert Ross adapta a la pantalla en Elemental, Dr. Freud pertenece al estadounidense Nicholas Meyer, quien también se encargó del guion. Pero que un escritor tome al personaje de Conan Doyle y lo haga suyo, ahora mismo estoy pensando en una novela de Jardiel Poncela, no es novedoso, ni lo fue entonces. Tampoco lo es para el cine, que, desde sus primeros pasos, allá por el periodo silente, ha adaptado al detective más famoso de la Inglaterra victoriana alterando sus características y sus aventuras, respecto al conjunto literario de Conan Doyle. Estos cambios no hicieron más que pronunciarse y abrir nuevas opciones a un personaje que, de otro modo, probablemente habría agotado sus posibilidades y repetiría la misma historia. Adaptarlo de manera diferente, en su tiempo victoriano o fuera de él —es el caso de la serie Sherlock—, con rostros diferentes —el más frecuente, el de Basil Rathbone— y, sobre todo, con variantes en su personalidad estándar en El perro de los Baskerville (The Hound of the Baskerville, Terence Fisher, 1959), La vida privada de Sherlock Holmes (The Prívate Life of Sherlock Holmes, Billy Wilder, 1971), Asesinato por decreto (Murder by Decree, Bob Clarke, 1979) o en esta mezcla de comedia e intriga realizada por Herbert Ross, a partir de la novela Seven per-cent solution. El porcentaje del título original refiere la cantidad de cocaína que Holmes (Nicol Williamson) mezcla en la disolución salina que se inyecta con mayor frecuencia de la que reconoce, para huir del tedio, pero también de la creciente obsesión que provoca su acoso al profesor Moriarty (Laurence Olivier), en quien ve a su némesis y al genio del mal más grande de su época. Aquello que quedaba apuntado en Wilder, en la jeringuilla que la cámara capta en el baúl que se abre al inicio de La vida privada de Sherlock Holmes, se convierte en uno de los ejes de la película de Ross, que emplea la adicción del detective para provocar su encuentro con Freud (Alan Arkin), el célebre y polémico doctor vienés, padre del psicoanálisis y el hombre en quien Watson deposita su última esperanza para la recuperación de su amigo. Y en este encuentro reside uno de los atractivos del film, en juntar a dos personajes, uno real y otro ficticio, que tienen en común el ser los mejores en sus respectivos campos laborales y que ambos han dejado sus espacios primitivos (la psicología y la ficción literaria) para acceder al imaginario popular donde se igualan. Los dos son mitológicos, más que real el vienés o que ficticio el investigador, de ahí que los veamos desde esa distancia en la que son iconos populares que comparten un instante que el mito posibilita y la aventura, más que intriga convencional, que se  inicia con la extraña aparición de Lola Deveraux (Vanessa Redgrave), una antigua paciente del doctor, en un hospital vienés.

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