Se entierre o se silencie, el pasado no deja de haber sido el que fue y, una vez desenterrado, nada evita que llegue cual fantasma que va cobrando sustancia. Su presencia se densifica a cada paso que dan las protagonistas de Ida (2013), incluso ignorándolo, se siente el eco de su (in)existencia y cómo afecta el presente con el que inevitablemente se encuentra enlazado. La fotografía en blanco y negro y el formato de Ida no son caprichos estéticos, fruto de una moda minoritaria, aunque moda al fin y al cabo, que busca el prestigio del monocromático, sino que la estética escogida por Pawel Pawlikowski responde a la época y al espectro que ha permanecido enterrado hasta que Wanda (Agata Kulesza) y Anna/Ida (Agata Trzebuchowska) inician su viaje hacia el pasado, para cerrar o llenar el vacío de sus historias, según a cual de ellas corresponda. La primera quizá haya vivido en la negación a recordar, pero precisa conocer para que cicatrice la herida abierta que nunca dejará de sangrar; y la segunda busca su historia, sus orígenes, su identidad. En ambos casos, la búsqueda remite a un tiempo anterior y la estética del film al encierro, a la intención de atrapar dentro del encuadre un paisaje íntimo que sería la interioridad de dos mujeres que inician un viaje común hacia ese pasado enterrado años atrás, cuando la guerra disparó el sinsentido.
A raíz del encuentro con su tía, en una Polonia donde las heridas y los crímenes de la guerra aún se silencian, la joven novicia accede a una parte de sí misma que desconocía (sus orígenes y el origen de su historia), pero durante el viaje no se plantea sus creencias católicas, en las que ha sido educada, ni quién es, quién puede ser o quién decide ser. Lo hará más adelante, de vuelta al convento, cuando surjan las dudas y, poco después, se replantee el mundo intentando comprender (o hacer suya) la visión de Wanda —por un instante, se quita el hábito y viste su ropa, fuma sus cigarrillos, bebe su alcohol y experimenta su primer encuentro sexual— y desde su propia experiencia, puesto que ahora ya tiene su propia historia. Es entonces cuando ella también decide, cómo poco antes ha escogido su tía. La elección de ambas puede parecer y es distinta, al menos a simple vista, pero quizá no lo sea tanto, pues, a su manera, cada una decide alejarse del mundo sin mirar atrás, ya que nada les queda por mirar de ese pretérito que ha dejado de ser un fantasma para unirse a un presente que semeja gris.
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