En cuanto al mensaje pretendido, Perojo no puede ser más claro: no hay que juzgar a los hombres por el color de su piel. Pero si se profundiza en las conclusiones a la que llega el cineasta, y supongo que también las de Alberto Insúa en su novela (que no he leído), su postura se antoja conservadora, a pesar de las buenas intenciones. Es conservadora porque es de otra época, no de hoy (con lo que esto supone cuando se ve un film que tiene casi un siglo de existencia), además es paternal en grado sumo. Quizá donde el paternalismo se note más es en el propio protagonista, que tiene mentalidad de hombre blanco y sufre por no ser blanco. <<Si fuera blanco, podría aspirar al corazón de Emma>>, confiesa su dolor al padre de la chica de la que se ha enamorado sin remedio (y de manera un tanto forzada por la necesidad de la historia). Este rechazo es bueno para los autores, pues resulta que ahí es donde insertan su discurso, un tanto superficial, como ya he apuntado arriba, puesto que no lo tratan como un problema social creado por la propia sociedad, más bien lo asumen como algo personal o individual, fruto de la ignorancia, en este caso de Emma, la mujer blanca de la que se enamora y a la que ayuda a triunfar, pero que no le corresponde (como él quiere) porque el color de su piel es diferente. Si bien el mensaje es progresista o pretende serlo, resulta un tanto conformista en su manera de querer progresar, puesto que retrocede lo ya ganado: al inicio de la película, el bailarín llega a Madrid con una mujer blanca y el rótulo dice que es la envidia de los hombres y el sueño de las mujeres. ¿Qué sucede entonces? Sucede que no apunta un racismo real, solo melodramático, el que le permite a Perojo llevar a cabo su propuesta y, a este respecto, el film es ejemplar. Todos son buenos con Pedro Valdés (su verdadero nombre), salvo el hijo de la Marquesa, por quien se marchó del que había sido su hogar, como se descubre en la analepsis en la que se explica su origen y su enorme éxito, o la mujer que -inicialmente descubrimos con el rostro ennegrecido por el carbón, presagio de lo que vendrá- siente temor al estar frente a frente con el hombre negro, el mismo a quien, después de rechazar, le unirá el baile, el éxito y la gratitud, pero a quien no puede acercarse, al ser incapaz de superar la distancia de la piel...
domingo, 6 de septiembre de 2020
El negro que tenía el alma blanca (1927)
En cuanto al mensaje pretendido, Perojo no puede ser más claro: no hay que juzgar a los hombres por el color de su piel. Pero si se profundiza en las conclusiones a la que llega el cineasta, y supongo que también las de Alberto Insúa en su novela (que no he leído), su postura se antoja conservadora, a pesar de las buenas intenciones. Es conservadora porque es de otra época, no de hoy (con lo que esto supone cuando se ve un film que tiene casi un siglo de existencia), además es paternal en grado sumo. Quizá donde el paternalismo se note más es en el propio protagonista, que tiene mentalidad de hombre blanco y sufre por no ser blanco. <<Si fuera blanco, podría aspirar al corazón de Emma>>, confiesa su dolor al padre de la chica de la que se ha enamorado sin remedio (y de manera un tanto forzada por la necesidad de la historia). Este rechazo es bueno para los autores, pues resulta que ahí es donde insertan su discurso, un tanto superficial, como ya he apuntado arriba, puesto que no lo tratan como un problema social creado por la propia sociedad, más bien lo asumen como algo personal o individual, fruto de la ignorancia, en este caso de Emma, la mujer blanca de la que se enamora y a la que ayuda a triunfar, pero que no le corresponde (como él quiere) porque el color de su piel es diferente. Si bien el mensaje es progresista o pretende serlo, resulta un tanto conformista en su manera de querer progresar, puesto que retrocede lo ya ganado: al inicio de la película, el bailarín llega a Madrid con una mujer blanca y el rótulo dice que es la envidia de los hombres y el sueño de las mujeres. ¿Qué sucede entonces? Sucede que no apunta un racismo real, solo melodramático, el que le permite a Perojo llevar a cabo su propuesta y, a este respecto, el film es ejemplar. Todos son buenos con Pedro Valdés (su verdadero nombre), salvo el hijo de la Marquesa, por quien se marchó del que había sido su hogar, como se descubre en la analepsis en la que se explica su origen y su enorme éxito, o la mujer que -inicialmente descubrimos con el rostro ennegrecido por el carbón, presagio de lo que vendrá- siente temor al estar frente a frente con el hombre negro, el mismo a quien, después de rechazar, le unirá el baile, el éxito y la gratitud, pero a quien no puede acercarse, al ser incapaz de superar la distancia de la piel...
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