El imaginario recuerda este primer largometraje en solitario de Louis Malle por la música de Miles Davis y la nocturnidad por donde Florence (Jeanne Moreau) deambula su soledad, aunque acompañada de la sospecha y el miedo. Camina por las calles de la ciudad, sin rumbo, entre la pérdida y la búsqueda, acompañada por el sonido de la trompeta de Davis, mientras Julien (Maurice Ronet), su amante, permanece encerrado en el ascensor del edificio donde, horas antes, llevó a la práctica el plan que idearon. Pero las ideas existen en realidades abstractas. Pertenecen a mundos ideales y no a espacios físicos, condicionados por intereses y casualidades. Y así, la idea desaparece en su vía de acceso a la realidad mundana donde, al cobrar cuerpo, adquiere imperfección, la malformación del ideal, con el riesgo de que el sueño se convierta en pesadilla. La teoría, el plan, la ambición o la idea perfecta en un espacio donde nunca será la ideada es el imposible común a muchas películas que se inscriben dentro del cine negro. Esta imposibilidad, a la que están condenados los protagonistas de Ascensor para el cadalso (Ascenseur pour l’échafaud, 1958), recorre sus metrajes de principio a fin, pues, en sí, estos films noir son callejones sin salida para quienes se adentran en ellos buscando su vía de escape a la insatisfacción o persiguiendo espejismos de felicidad dentro de entornos humanos donde la desorientación, las sombras, la soledad y las dudas son las únicas compañeras de viaje que no les fallarán. En el caso de los amantes, el imposible es pretender hacer real una idea de amor —quizá una falsedad que desean cierta, por eso se repiten en su conversación telefónica que se aman, o una necesidad/necedad de creer que la felicidad será eterna— mediante el crimen perfecto. Pero nada hay de perfecto en que Julien se encuentre atrapado en el ascensor y Florence deambule bajo la nocturnidad lluviosa, solitaria, sin respuestas, sin apenas más identidad que la de una silueta perdida entre otras siluetas que también pasean su desorientación, sus dudas, sus pensamientos.
En las películas como Ascensor para el cadalso apenas se distingue si es cuestión de los comportamientos humanos, de decisiones equivocadas, si es que existen las correctas y las erróneas, de casualidades o de mala suerte, como la que parece presagiar el gato negro que asoma al inicio del film. Probablemente, alguien supersticioso diría que el gato negro presagia la mala fortuna que parece perseguir a los personajes, sobre todo al hombre que trepa por la fachada del edificio donde trabaja, para, sin ser visto, introducirse en el despacho de su jefe. Dudo que el responsable sea un felino que pasaba por allí, sin prestar atención a los anhelos y a las ambiciones humanas. La cadena de “fallos” la atribuyo a las decisiones, que provocan las situaciones que se suceden a lo largo del film para afectar a esas personas que viven en la ignorancia de los hechos que se desarrollan fuera de su orden, de su campo de visión y de comprensión. Sencillamente los ignoran porque desconocen su existencia; aunque se consideran casualidades e imprevistos, cuando, sin ser conscientes de ellas, afectan sus vidas. No es una cuestión de un gato que se cruza, ni de caprichos de la fortuna. Es un descuido, un deseo o el olvido de que el plan perfecto resulta imperfecto, porque existen esos casuales que solo se conocen a posteriori, cuando ya han pasado y marcado un nuevo rumbo. En un primer momento, Tavernier decide actuar, no lo hace de forma impulsiva, sino con el cálculo de una meditación previa, minuciosa, perfecta hasta que deje de serlo. Sube sin que nadie le vea, lo considera fundamental para su coartada; cuando accede al interior de la oficina, acusa a su jefe de enriquecerse con las guerras, vendiendo armas. La crítica de Julien Tavernier no es el motivo de su crimen, pero señala una causa de la desorientación nacional: los conflictos de Indochina y de Argelia, que responden a su momento presente. Malle lo deja ahí, como si, tras la ocupación alemana y las posteriores guerras coloniales, Francia también estuviese buscando su identidad. A partir de ese primer instante, podría hablarse de un film forzado y forjado en casualidades, en decisiones precipitadas e incluso en la fatalidad que parece perseguir o poseer a los cuatro protagonistas de Ascensor para el cadalso.
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