Desconozco la novela en la que se basa el
guion del film de Michael Anderson, pero conozco suficiente cine de
este realizador para saber que, aunque la fuente fuese excepcional como la “orwelliana” 1984,
el resultado sería irregular, cuando no aburrido o de escaso interés.
Esto sucede con el futuro de La fuga de Logan, que carece
de atractivo, es repetitivo y tampoco parece importar a los responsables hacer algo diferente y entretenido. Es comprensible que Anderson no pretenda un discurso sesudo, ni crítico ni social, y que prime la acción, pero resulta que algo falla y la película se convierte en una anodina sucesión de situaciones ya vistas en la ciencia-ficción cinematográfica. No es que haya un solo algo que no funcione, por funcionar no funciona ni la presencia de Peter Ustinov en un
papel de relleno. La única que salva el tipo es Jenny Agutter,
que da vida a Jessica 6, la joven que ayuda a Logan (Michael York) sin saber que
este la utiliza para llegar al Santuario. Esa es la misión
que le han encomendado al vigilante: descubrirlo y destruirlo. El punto de partida
de La fuga de Logan no carece de atractivo, ya que trata un tema que empezó preocupar en el siglo XX: la superpoblación mundial. En el siglo XXIII, durante el cual se desarrolla
la acción, el exceso poblacional no es problema, ya que la política de la ciudad se
encarga de que nadie pase de los treinta años de edad y, a
medida que van despareciendo ciudadanos, otros más jóvenes los sustituyan. El
orden del futuro controla el número de ciudadanos, del mismo modo
que les ofrece el placer como droga que les mantiene sin plantearse
preguntas, sin dudar, y sin intentar ir más allá de lo que se les
dice, salvo aquellos quienes intentan fugarse y alcanzar el
misterioso santuario. Logan es un vigilante, un encargado de mantener
el orden que, por ese mismo motivo, lo convierte en privilegiado
dentro del sistema, aunque este privilegio no le libra de su ciclo vital, aquel que
solo puede continuar si alcanza la “renovación”, que solo es una mentira más para controlar, una que provoca que los ciudadanos acudan a su muerte
(control de población por asesinato) pensando en la buena vida que les espera más allá de los treinta.
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