The Disaster Artist (2017)
La presencia en The Disaster Artist (2017) de varios personajes reales hablando sobre The Room (2003) y acerca de su realizador siembra la duda de si bromean o creen lo que dicen. ¿Se limitan a seguir lo escrito en un guion o a qué responde su presencia introductoria? Lo desconozco y también ignoro cualquier aspecto relacionado con la película y de quien hablan. Así, pues, partiendo de mi falta de ideas sobre el film aludido y de Tommy Wiseau, salvo aquellas generadas a través de la propuesta de James Franco, tengo la sensación de que tanto los entrevistados como The Disaster Artist rinden culto a la mediocridad que pretenden vender como algo distinto, cuando, en realidad, la salvedad que parecen indicar es más de lo mismo, fruto de la "memecracia" global. A priori podríamos decir que estamos ante un film de amistad y de superación, de perseguir sueños que no pueden ocultar una necesidad de aceptación, aunque esta se esconda tras una máscara, y de superar la soledad. Pero, finalmente, la sensación predominante apunta admiración hacia el incomprendido que supuestamente crea su mundo sin importarle lo que digan de él, aunque sí le importe, como corrobora que en el estreno de su película le afecten las risas del público hasta que le dicen que eso es bueno, síntoma de aceptación y éxito, lo que trasforma su interpretación previa del mismo momento, aquel que instantes antes lo ha herido. Quizá Tommy (James Franco) cree su mundo para huir de circunstancias pretéritas que lo hirieron, aunque desconocemos su historia, o quizá para evitar heridas en el presente, o solo busque reconocimiento y ese amigo que no lo contraríe. En definitiva, el Tommy ficticio es un hombre lleno de quizás y que encuentra una vía de escape no el film que pretende rodar, sino en la posibilidad de sentir que tiene un amigo, aunque más sería una especie de posesión que le genera la sensación de ya no estar solo, de que alguien lo acepta. Es la necesidad de aceptación que, aunque él niegue con su comportamiento y sus palabras, aumenta conforme avanzan ambas películas, la suya y la de Franco. En ese aspecto, el protagonista de The Disaster Artist vive en las antípodas del de Ed Wood (1995), en la que Tim Burton se alejó de la supuesta realidad del cineasta para adentrarse en el sueño, en la ilusión propia (la de Burton) que cobra fisicidad en un protagonista de quien no pretende realidad, sino invención. A pesar de tratarse de una comedia, habrá quien diga atípica y/o divertida dentro del panorama hollywoodiense, no considero que The Disaster Artist aporte nada nuevo en su aproximación a la incomprensión que genera el ser diferente -o, en este caso, el forzar ser diferente-. Lo cierto es que los dos protagonistas del film son imágenes que encajan en la sociedad actual, dos individuos que asumen un sueño como motor existencial, pero ¿es propio o nace en el exterior? Además, ¿son conscientes de que los sueños, sueños son y que su materialización siempre es distinta al ideal perseguido? Quizá porque no resulta lo mismo vivir el sueño que verlo cumplido o, en este caso, pagar por su materialización. La sospecha de que en el ahora todo tiene precio, que la fama es prioritaria, que la imagen ha sustituido a cualquier contenido, sobrevuela el film, pero mantiene las distancias para acabar abrazando la definición típica del éxito, uno superficial, a cualquier precio, que se confirma en quien mira y no en quien hace. ¿Es ese el éxito? El dinero es extrínseco al arte, aunque en el cine resulta determinante para su realización. Esto es lo que posee Tommy, dinero, pero, ¿y lo intrínseco? Lo dudo. Desde el principio enfatiza su diferencia, vive entre la pose de un rebelde sin causa y la necesidad de destacar a partir de la rebeldía que fuerza. Pero cuanto le distingue del resto, forma parte de una fachada caprichosa. No surge natural, aunque lo parezca, ni su apuesta por el riesgo, arriesga; asume que su creación será una obra de arte, sin reflexionar sobre qué es el arte, cómo puede determinarse en el antes o en el quién será capaz de crearlo.
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