Desengaño (1936)
A veces las casualidades forman extrañas alianzas, incluso alianzas que pueden ser conflictivas si las personalidades y los intereses de quienes se alían chocan de continuo. Pero más que una alianza casual, la asociación de William Wyler y Samuel Goldwyn fue premeditada y deseada por el segundo. Después de ver La alegre mentira (The Gay Deception, 1935), producida por su antiguo socio Jessy Lasky, el viejo pionero de Hollywood encontró algo distinto en aquel joven que, hasta entonces, había hecho carrera en la Universal y decidió contratarlo para que realizase sus películas. Así las consideraba, suyas, acaso, ¿no ponía el dinero, los actores, las actrices, los guionistas y el material técnico? Esto era común dentro del sistema de estudios, donde los films eran de los productores, que mantenían el control sobre los presupuestos, el tiempo de rodaje, el reparto, los argumentos y el montaje final. Fuese por prestigio o por convicción, Goldwyn no dudaba en expresarlo a viva voz, e insertando su nombre en el lugar de los créditos reservado a los directores. Pese a la pretensión (y convicción) del magnate de ser el máximo responsable de sus producciones y a sus constantes intromisiones, ni artística ni económicamente Wyler salió mal parado en su relación profesional, ya que, aparte de un sueldo sustancioso, Goldwyn no reparaba en gastos de rodaje y esto redundaba en beneficio del afán de perfección que caracterizaba al cineasta. Tampoco el empresario hizo mal negocio, puesto que Wyler proporcionaba algo más que productos facturados, entre tantos iguales, ofrecía películas que, como Desengaño (Dodsworth, 1936), apuntaban prestigio, modernidad y nuevas formas narrativas. La relación contractual se prolongó desde Esos tres (These Three, 1936) hasta la magistral Los mejores años de nuestras vidas (The Best Years Our Lifes; 1946) y, sin duda, los resultados obtenidos fueron brillantes. Dicha brillantez se descubre en Desengaño, la segunda película de Wyler para la Samuel Goldwyn Inc. y un buen ejemplo de la capacidad del realizador en la planificación de planos y secuencias. Protagonizada por Walter Huston, por aquel entonces un actor de renombre aunque el papel de su vida estaba por llegar, y Ruth Chatterton, cuya carrera artística perdía fuelle, la historia de los Dodsworth, un matrimonio convencional que sufre una circunstancia excepcional: su separación, encuentra su origen en la novela Dodsworth, de Sinclair Lewis —quien no dudó en alabar la película—, y en la adaptación teatral de Sidney Howard, raíces que reafirmaban la predilección de Goldwyn por las adaptaciones literarias y teatrales. Pero, sobre todo, Desengaño es un drama magistral que presentaba una perspectiva atípica de la vida en pareja, al profundizar y desnudar las posturas de sus protagonistas: la tradicional que Sam representa y la emancipadora a la que Francis aspira durante su viaje por Europa, aunque, la una y la otra, no dejan de ser reflejos de egoísmos, necesidades, deseos y miedos. Después de una vida dedicada en exclusividad a su negocio de fabricación de automóviles, Sam se jubila y acepta aventurarse con su mujer en un viaje de placer que les descubre la distancia que los separa. ¿Estamos ante un matrimonio sin pasión? Si pensamos en el presente que observamos, la respuesta salta a la vista, pero ¿existió en algún momento? Solo podemos conjeturar sobre el pasado que no se muestra en la pantalla, pero las conjeturas permiten plantearse si en lugar de pasión les unía las costumbres que, en el presente, el marido desea conservar y Francis anhela liberarse para sentirse joven y deseada. El miedo a la vejez es uno de los factores que la impulsa a tomar su decisión de ruptura, pero no es el único, pues no resulta difícil comprender que su vida al lado de Sam ha sido la de una mujer sometida, a las ausencias laborales y a las costumbres masculinas, aceptadas y defendidas por la clase social a la que ambos pertenecen. Entonces, desde esta perspectiva, ¿se puede censurar su coqueteo con el capitán Lockert (David Niven), su infidelidad con Arnold Iselin (Paul Lukas) o su intención de casarse con Kurt (Gregory Gaye), mucho más joven que ella? Wyler no lo hace, al menos no en ese momento, y se decanta por exponer hechos, al tiempo que oculta otros. En el primer caso no llega a consumarse la infidelidad que ronda por el lujoso ambiente del transatlántico, en el segundo se consuma la ruptura de Francis con el pasado, y con la vulgaridad que atribuye al hombre con quien ha compartido tres décadas de su vida, cuando, animada por Arnold, quema la carta de Sam, y en el tercero se confirma la derrota existencial de una mujer sin más alternativa que aceptar su inevitable realidad temporal. Sin embargo, la postura neutral de Desengaño desaparece en su parte final, cuando la esposa, consciente de su derrota y de su imposibilidad, extrema su egoísmo y telefonea a su marido —quien ha encontrado en Edith (Mary Astor) el acomodo y la seguridad perdidos— y le ruega que retomen su vida común, petición que, en primera instancia, aquel acepta quizá obligado por ataduras morales, pues, en ese instante, ya es consciente de que entre ellos no existe amor ni complicidad.
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