sábado, 22 de septiembre de 2018

Ha nacido una estrella (1937)


Es probable que la exitosa experiencia de Hollywood al desnudo (What Price Hollywood?George Cukor, 1932) convenciese a David O. Selznick de que Cukor era el director ideal para la realización de otra película sobre Hollywood, pero el cineasta, que mantenía una estrecha relación profesional con el productor, rechazó el proyecto por encontrarlo similar al anterior. Contrariamente, años después, Cukor realizaría la versión musical de Ha nacido una estrella (A Star Is Born, 1937), pero la original, la realizada por William A. Wellman, la supera en muchos aspectos. El resultado del film de Wellman fue un melodrama que resta brillo al star system hollywoodiense, pues saca a relucir la cara oculta de un entorno construido sobre la fantasía generada por las imágenes de las películas y por la propaganda al servicio de los grandes estudios cinematográficos. Dicha fantasía es la que convence a Esther Victoria Blodgett (Janet Gaynor) para perseguir su sueño, aunque, como le dice su abuela (May Robson) cuando la apoya, este tiene un precio y, en su caso, será sacrificio y dolor. Esther llega a Hollywood con la maleta repleta de esperanza, ilusión e inocencia, tres prendas abstractas e imprescindibles en cualquier maleta de cualquier aspirante a estrella. Pero Esther se encuentra con un panorama que nada tiene que ver con el ideal que se ha creado. <<En la pantalla es tan maravilloso>>, le dice a su amigo Danny (Andy Devine) cuando observa por primera vez al Norman Maine (Fredrich March) de carne y hueso. Se trata de su primera decepción y se produce en la sala de los sueños, en un cine donde el actor, dominado por el alcohol y el desencanto, replica al periodista que lo acosa. Pero la desilusión de la joven aspirante a actriz no tarda en desaparecer, pues ella es una de las excepciones que sí logra acceder al sistema y lo hace gracias a la casualidad y al propio Norman. Como consecuencia de su encuentro con el actor, Esther firma un contrato con la productora de Oliver Niles (Aldophe Menjou), donde trabaja el publicista (Lionel Stander) en quien se apunta el aspecto más negativo del mundo del cine. Esta postura crítica, un tanto simplista, prescinde de enfrentarse al sistema y de hurgar allí donde afectaría a Selznick y al resto de magnates de Hollywood. De tal manera, el productor interpretado por Menjou sale bien parado, al ser dibujado como una especie de amigo, mecenas o ángel custodio de sus actores y actrices. Él intenta suavizar la caída de Norman, eleva al firmamento a Esther, ahora conocida por Viky Lester, u ofrece una oportunidad a su díscolo actor después de que el entorno donde Norman triunfó lo rechace y se recree en su caída. El interés de Ha nacido una estrella no se encuentra en el nacimiento de la actriz, cuyo nombre artístico ilumina los carteles, lo mejor del film de Wellman reside en el ninguneo a directores y a guionistas (Selznick estaba convencido de ser el autor de los films que producía) y en como la industria se recrea en el ocaso del actor que, con su díscolo comportamiento, ha osado desafiarla y que ha perdido parte de sí mismo durante su reinado cinematográfico. Norman ha perdido su nombre, su privacidad, sus deseos personales y profesionales. Se trata de un individuo decepcionado, que ahoga en alcohol su decepción y la repulsa que le produce su entorno. Para él es demasiado tarde y solo cuando descubre la inocencia y la autenticidad de Esther surge un atisbo de esperanza, aunque se trata de una chispa de luz condenada a apagarse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario