Hubo quien llegó a decir de él que era el heredero cinematográfico de Luis Buñuel, aunque el cine del realizador aragonés es inimitable y decir que el de Francisco Regueiro está influenciado por el de Calanda es como decir nada. <<Mi acercamiento a Buñuel fue tardío, y ya es muy difícil que a esa edad, a los cuarenta años, pudiera alimentarse creativamente>>*. Las palabras de Regueiro dejan clara su postura respecto a la etiqueta <<hijo de Buñuel>> que alguien quiso endosarle, aunque nunca ha negado su admiración hacia el responsable de Tristana (1970). Ya desde Angelina, Virgen (1962), su práctica de fin de carrera en la Escuela Oficial de Cinematografía, y sobre todo desde su primer largometraje El buen amor (1963), el director, guionista y dibujante vallisoletano se desmarcó de influencias -que sí las tiene, no solo del aragonés, sino también de otros cineastas- para crear un universo fílmico complejo, imaginativo, independiente, rico, poético, de raíces culturales reconocibles, a veces surrealista, esperpéntico y otras impregnado de humor negro y de cierto pesimismo, aunque en la actualidad dicho universo ha caído en el olvido. Común a muchos de los miembros del llamado Nuevo Cine Español de la década de 1960, este ninguneo-olvido no empaña su carrera artística, más intermitente de lo que algunos hubiéramos deseado porque nos quedamos con la duda de ¿hasta dónde habría llegado un cineasta del talento e independencia de Francisco Regueiro si hubiera contado con mayores facilidades para desarrollar su obra fílmica? La pregunta carece de respuestas que nos alejen de las conjeturas del dónde, pero ninguna podría negar su personalidad artística ni su creatividad, la cual reivindicó tras una década de ostracismo cinematográfico en Padre nuestro (1985) y en las posteriores Diario de invierno (1988) y MadreGilda (1993). Exigente con el espectador, simbólica, alucinada, pesimista y sin complejos, la segunda película de las nombradas sobresale por su valentía y por su ruptura con el cine de la época para exponer las relaciones paterno-filiales y, en menor medida, cuestiones como la eutanasia en un país cuyo presente es todavía como un niño asustado por la sombra de un espectro pasado. Además, Diario de invierno se puede interpretar como el reverso oscuro de Padre nuestro, a la cual complementa sustituyendo el protagonismo del padre (el cardenal interpretado por Fernando Rey en aquella) por el del comisario de policía, hijo atormentado, atrapado en su contradictorio deambular entre el hoy y el ayer, un tiempo indefinido y de pesadilla que opone al adulto y al niño, al hermano, al hijo y al parricida frustrado que habitan en la mente que desequilibran. La pesadilla del comisario León (Eusebio Poncela) se gesta en el desequilibrio entre la infancia y la madurez que recorre el invierno aludido por el título, un invierno de fantasmas pretéritos que existen en la mente de quien, con su voz, nos entremezcla realidad y delirio. Diario de invierno se divide en dos partes diferenciadas por la aparición de la figura paterna (en un cementerio donde surge cual emisario de la muerte, no en vano poco después nos aclara su trabajo: yo doy muerte dulce a los que por delante la tienen amarga) y por el disparo que traslada la acción de la ciudad al campo, espacio que devuelve a León a la infancia y lo aleja de la pesadilla urbana donde, mediante la voz en off del protagonista, Regueiro introdujo a los personajes, patéticos y espectrales, las obsesiones, las raíces y los demonios del policía que nos introduce en su subjetividad, en su estado de eterna lactancia y en su obsesiva intención de matar a su padre (Fernando Rey), parricidio que él supone le permitiría alcanzar la paz que nunca ha sentido.
*Barbáchano, Carlos. Francisco Regueiro. Filmoteca Española, 1989
*Barbáchano, Carlos. Francisco Regueiro. Filmoteca Española, 1989
No hay comentarios:
Publicar un comentario