El rechazo asumido por el personaje interpretado por John Cassavetes en Doce del patíbulo (The Dirty Dozen, Robert Aldrich, 1967) y el escogido por el actor en su debut tras las cámaras guardan cierto paralelismo. Ambos trabajan dentro del orden establecido, el primero en el marcial y el segundo en el industrial, pero ninguno de los dos se encuentra cómodo y optan por dar la espalda a sus respectivos sistemas de control. Si bien el de Franko es ficticio y se debe a las exigencias de la película, el rechazo del Cassavetes de carne y hueso fue real y, aunque nunca abandonaría la industria en su faceta de actor, se corroboró en la dirección de Sombras (Shadows, 1959), en la que el cineasta se distanciaba del cine comercial para filmar con independencia una historia improvisada durante las sesiones de su taller dramático. A pesar de que Sombras se gestó de la improvisación de los actores y actrices, que posteriormente la protagonizarían, no se trata de una película espontánea ni deslavazada, sino coherente y planificada hasta el mínimo detalle de su exposición. La existencia de dos versiones del film, así como las diferencias entre ambas, apuntan la coherencia narrativa pretendida por Cassavetes, la cual prevalece desde el inicio hasta el final del metraje de la versión definitiva. Ambos momentos muestran la soledad y la desorientación de Benny (Ben Carruthers) entre el gentío urbano. Él es uno de los tres hermanos protagonistas y el primero en ser presentado y definido. Se trata de un joven desorientado, que no encaja en parte alguna y que ve como sus días se repiten en juegas al lado de sus amigos. Desde él, el realizador introduce a Hugh (Hugh Hurd) y este, a su vez, le sirve para mostrar en pantalla a Lelia (Lelia Goldini), la pequeña de la familia. Ese tránsito encadenando de personajes también introduce algunos de los sentimientos contradictorios (Hugh acepta un trabajo que le denigra como artista), emociones y confusiones que dan forma a una película que ahonda en la soledad, en las frustraciones y en las relaciones de familia, de amistad o de pareja, la formada por Lelia y Tony (Anthony Ray), que ven cómo la diferente tonalidad de sus pieles los separa. Pero quizá lo más destacado del primer film dirigido por Cassavetes se encuentra en su afán por priorizar, sobre cualquier otro aspecto (formal o narrativo), la sinceridad de sus personajes, a quienes transforma en personas reales, con problemas y con dudas igual de reales, hombres y mujeres que se convierten en principio y fin de su cine de sombras y rostros humanos, siempre en busca de las emociones y de las complejidades interiores que les afectan y condicionan.
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