En un artículo sobre
Martin McDonagh publicado en
El País el 12 de enero de 2018 se recoge una declaración en la que el realizador de
Tres anuncios en las afueras (
Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, 2017) comentaba que <<es difícil encontrar más de cuatro filmes geniales al año>> (supongo que se refería a los realizados en Hollywood) y, en alusión a 2017, se citaba como ejemplo
La forma del agua (
The Shape of Water, 2017). Puede que por prudencia o por modestia ante los medios, el responsable de
Tres anuncios en las afueras omitira su esplendida película y aludiese a la de
Guillermo del Toro como una de esas genialidades. Aunque genial es un adjetivo exagerado para definir
La forma del agua, tampoco puedo decir que
McDonagh errase al estimar el film del realizador mexicano, pues se trata de una película que, sin más pretensiones de lo que es y muestra, fluye durante casi todo su metraje constante y armoniosa en su forma, pues su estética es como las gotas de agua que se deslizan por la ventanilla del autobús en el que viaja Elisa (
Sally Hawkins). Ella es la princesa sin voz de este cuento de hadas musical que aboga por las diferencias, pero profundizar más allá de sus imágenes, sin hadas y sin más números musicales que aquellos que asoman en la televisión del apartamento de su amigo Giles (
Richard Jenkins) o el que ella misma protagoniza en un momento determinado de este ejercicio visual y narrativo que prioriza la interpretación del elenco, la ambientación, el suave baile de la cámara o la tonalidad verdosa que domina las imágenes fotografiadas por
Dan Laustsen, en su segunda colaboración con el cineasta mexicano tras
La cumbre escarlata (
Crimson Peak, 2015). En definitiva,
Guillermo del Toro supo equilibrar los distintos aspectos técnicos y artísticos para dar forma a una de sus fantasías cinematográficas más aplaudidas y personales, en la que cinco seres marginales y marginados se encuentran amenazados por la sombría, rígida y aterradora figura de Strickland (
Michael Shannon), el guardián del orden establecido y el monstruo de esta fábula atemporal en su contenido (expuesto en pantalla en numerosas ocasiones) que se desarrolla hacia la mitad de la década de 1960, cuando la guerra fría enfrenta al bloque soviético y al estadounidense creando la paranoica competencia entre ambas potencias. Dicho enfrentamiento funciona en
La forma del agua como el telón de fondo escogido por el responsable de
Cronos (1992) para crear a su gusto, introducir su discurso y posibilitar el romance entre Elisa y la criatura anfibia que remite a la que habita en la Laguna Negra de
La mujer y el monstruo (
Creature of Black Lagoon;
Jack Arnold, 1954). De este modo, representados en el espécimen que Strickland lleva al laboratorio donde Elisa trabaja limpiando baños, pasillos y salas, los King Kong, los anfibios amazónicos u otros seres sensibles, diferentes y enamorados, ven correspondido el amor (y la aceptación) negado en tantas producciones cinematográficas, aunque, esto no evita que el Romeo de
La forma del agua sufra el cautiverio y las torturas de su captor. La aparición de la criatura trastoca la rutina de Elisa, a quien descubrimos por primera vez realizando el ritual nocturno previo a su entrada en el laboratorio militar donde trabaja de empleada de la limpieza. Su mudez la convierte en marginal, de igual manera que el color de la piel lo hace con su amiga Zelda (
Octavia Spencer), la homosexualidad con Giles, el vecino que fantasea con el cine y con el empleado del local de tartas del cual es asiduo, y la prioridad humana que Robert Hoffsteiter (
Michael Stuhlbarg) antepone a su doble condición de espía soviético y hombre de ciencia. Estos personajes se encuentra en las antípodas de Strickland, cuya imagen de blanco, anglosajón y protestante remarca su firme creencia en la ideología que representa y protege, aunque, al igual que sus víctimas, se presenta ante nosotros desde la forzada naturalidad con la que
Guillermo del Toro da a conocer a sus protagonistas y a los hechos narrados en esta fantasía que se posiciona a favor de la tolerancia y en defensa de las diferencias como parte indispensable de los rasgos humanos.
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