El prólogo de Up (Bob Peterson y Pete Docter, 2009) muestra a un niño solitario y soñador que disfruta visionando un documental sobre su idealizado Charles Muntz, el famoso explorador que en su inocencia infantil se convierte en la inspiración que poco después reconoce en la voz procedente del interior de la casa abandonada donde entra para saciar su curiosidad. En una de las habitaciones derruidas, los ojos del pequeño Carl Frederiksen se sorprenden ante Ellie, la niña en quien descubre a la compañera de juegos, fantasías, realidad, ilusiones y también de ese hogar que ambos construyen tras su matrimonio, y que cobra un significado especial durante y después de la plenitud que concluye cuando la luz de la amiga, cómplice e igual se extingue. De nuevo la soledad, ahora potenciada por el vacío existencial y la sensación de culpabilidad (de no haber cumplido la ilusión de su mujer) que dominan la vejez del señor Frederiksen mientras, ajeno a cuanto le rodea, se aferra al recuerdo de aquella felicidad pretérita. Pero su existencia no ha concluido, ni mucho menos. El sueño de ambos tampoco ha muerto, solo se encuentra latente a la espera de su despertar, y este se produce en el barrio de siempre, con el cual ya no se identifica, entre las impersonales construcciones que amenazan la pequeña, colorista y acogedora vivienda familiar, la misma en la que conoció a Ellie y la misma en cuyo interior el tiempo parece detenerse para salvaguardar la imagen femenina que Carl atesora en el presente en el que Russell llama a su puerta para ofrecerle ayuda. Con la irrupción del pequeño explorador se produce un cambio en la soledad del adulto, pues esta desaparece, aunque inicialmente la compañía no sea de su agrado, como tampoco lo será la de Kevin (la extraña ave sudamericana obsesión de Muntz) ni la del perro parlanchín que lo "adoptan" en las cataratas Paraíso. La negativa del señor Frederiksen a abandonar su casa (que identifica con Ellie y la existencia compartida) para vivir (sin poder hacerlo) en una residencia precipita su viaje a Sudamérica, también provoca un cambio en el ritmo de una película que, tras sintetizar brillantemente una vida compartida (los nudos de las corbatas dan pie a una destacada elipsis temporal del paso de la juventud a la vejez) y el desencanto de la soledad que ha convertido a Carl en un cascarrabias, asume una narrativa cómica, veloz y visual para adentrarse en la aventura y en los lazos de amistad y de familia que, salvo en la más compleja Wall-E (Andrew Stanton, 2008), caracterizan los títulos anteriores de Pixar. El décimo largometraje del estudio de Toy Story (John Lasseter, 1995) concede su protagonismo a dos solitarios que, sin ser conscientes de ello, se necesitan y se complementan, nada nuevo en el universo temático de Lasseter y compañía, aunque esto no impide que Up resulte otro acierto de la factoría animada. Su simbiosis la irán descubriendo a medida que se desarrolla el viaje hacia lo desconocido, dentro y fuera de la casa que, elevada por centenares de globos, une a Carl con la existencia expuesta en los instantes iniciales de un film que reúne dos estados humanos a priori opuestos, la ancianidad y la niñez, dos polos que a lo largo de su recorrido por "una tierra perdida en el tiempo" se acercan hasta reducir la distancia que los separa, aunque no sin protestas por parte del anciano gruñón o meteduras de pata por parte del explorador infantil. Su tránsito por las cercanías de las cataratas Paraíso implica la camaradería, el reconocimiento mutuo y el fin del vacío existencial (el niño necesita calor paterno y el anciano comprende el error de su encierro porque ha sido y, a pesar de su pérdida, es afortunado) que desaparece a lo largo de un tránsito que depara una doble lectura, aquella que se encuentra destinada al público infantil y la que percibe el adulto, aunque ambas funcionan como una sola (similar a como funcionan el niño y el anciano), lo cual posibilita la emotiva y divertida reflexión sobre las ilusiones y la amistad que une a los personajes de esta destacada fantasía animada de Bob Peterson y Pete Docter.
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