¿Qué habría deparado la carrera cinematográfica de Nemesio M.Sobrevila si sus dos primeras películas -Al Hollywod madrileño y El sexto sentido- hubieran sido estrenadas en las salas comerciales? ¿O de no haber estallado la Guerra Civil que cortó de raíz su creatividad y lo condenó al exilio? Aunque no responde a estas preguntas, en El sexto sentido (1929) Sobrevila demostró una modernidad y osadía cinematográfica nunca vista con anterioridad en el cine español. Su film, vanguardista, insólito y experimental, ironiza sobre la búsqueda de la Verdad mediante las imágenes, por ello, lejos de cineastas como Dziga Vertov y su cine-ojo o de las sinfonía urbanas de moda por aquel entonces, la verdad con mayúsculas captada por la cámara acaba siendo una con minúsculas, pues, la interpretación de los fotogramas que Kamus (Ricardo Baroja) considera la vía para el Conocimiento, en León (Eusebio Fernández Ardavín), siempre pesimista y triste en su percepción de la realidad, se transforman en la interpretación subjetiva de las formas que contempla cuando acude al extravagante observador en busca de respuestas. <<A pesar de los múltiples sistemas filosóficos, desconocemos la Verdad. Para conocerla, necesitamos añadir a nuestros imperfectos sentidos, la precisión de la mecánica. El atrabiliario Kamus, mezcla de artista, borracho y filósofo, cree haber descubierto en el cinematógrafo un SEXTO SENTIDO>>. La imagen inicial muestra al personaje interpretado por el pintor y escritor Ricardo Baroja en su sala de montaje, observando los fotogramas en los que considera haber descubierto ese Conocimiento que se escapa a los cinco sentidos. En contraposición a las sombras que dominan el espacio cerrado del laboratorio, la película se ilumina al trasladarse al campo donde dos parejas opuestas (en sus ropas, de tonos claros las de unos y oscuros las de otros, en sus bebidas, alcohol y leche, o en los rostros, sonrientes y serios) representan el optimismo y el pesimismo, pero también un mundo de apariencias que ocultan realidades como la desdicha y el sacrificio de Carmen (Antoñita Rodríguez) en su relación con su padre (Faustino Bretaño). Carmen y Carlos (Enrique Durán) se aman, para ellos ese amor es cuanto necesitan para encontrar la belleza en las cosas y alcanzar la felicidad que representan en el anillo que el segundo regala a la primera. Por contra, León vive en un mundo gris, ensombrecido por su interpretación de cuanto contempla, lo cual conlleva que proyecte sus miedos en las imágenes que muestran a Carmen con un hombre mayor (su padre), a quien confunde con un amante con el cual ella engaña a su amigo. De este modo, la película que para Kamus muestra la verdad absoluta se convierte en la subjetividad de quien la observa, como deja claro la interpretación del pesimista. Este enfrentamiento contradice la reflexión del inventor: <<este ojo inhumano nos traerá la Verdad. Ve más profundamente que nosotros... más grande más pequeño, más deprisa más despacio>>, pero sus palabras no contemplan que el objetivo mirón que filma edificios, calles o el encuentro entre Carmen y su padre en el teatro donde ella trabaja, implique una interpretación del resto de los sentidos, pues para él las imágenes son el absoluto (y como tal ajenas a las diferentes interpretaciones que sí se producen). A parte de sus múltiples ideas y aciertos, El sexto sentido rinde homenaje a Murnau, en la figura del padre de Carmen, cuando este recobra su orgullo gracias al uniforme que luce y le hace sentir una importancia similar a la del personaje interpretado por Emil Jannings en El último (Der Letzte Mann, 1924), pero Sobrevila no emplea sus conocimientos cinematográficos para rendir tributo, lo hace para contraponer ideas, en este caso la subjetividad de la cámara del realizador alemán con las sinfonías urbanas (la película de Kamus muestra imágenes de Madrid y dice que ese es el auténtico) y las teorías de Dziga Vertov -el mismo año de El sexto sentido el cineasta ruso filmó El hombre de la cámara (Chelovek s kino-apparatom, 1929)-, de modo que enfrenta emociones e interpretaciones con la supuesta realidad captada por el objetivo de un objeto que, si bien filma momentos y formas, carece de la capacidad de interpretarlos y dar un sentido universal a cuanto graba.
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