Años antes, en
Un paseo bajo el sol (
A Walk in the Sun, 1945),
Lewis Milestone había centrado su interés en un grupo de soldados estadounidenses durante una única jornada, pero el intimismo dominante en aquella apenas tiene cabida en
La cima de los héroes (
Pork Chop Hill, 1959). En su último film bélico los aspectos externos se erigen en los protagonistas de un día tan sangriento como inútil. En el primero de los títulos citados, la acción se desarrolla en la Italia de la Segunda Guerra Mundial, de la que los estadounidenses salieron fortalecidos y victoriosos, mientras que en el segundo se desarrolla en Corea, en 1953, en los momentos finales de un conflicto que implicaría el primer revés para el ejército estadounidense (y que presagiaba la posibilidad de una futura derrota, que llegaría dos décadas después en Vietnam). Esta circunstancia se deja notar en la imposibilidad que rodea a la compañía King, ciento cincuenta y tres hombres comandados por el teniente Clemons (
Gregory Peck), cuando es enviada a Pork Chop para expulsar a los enemigos y recuperar un trozo de tierra sin ningún valor estratégico. La jornada se abre en la nocturnidad por la que avanzan sin rastro del enemigo, solo de alambradas, de luces que delatan sus posiciones y de la voz del soldado chino que resuena a través de los altavoces instalados para menguar la entereza de los estadounidenses. Es una noche espectral, durante la cual se observan los primeros errores del mando, también el miedo reflejado en el rostro y en el comportamiento del soldado Franklin (
Woody Strode). El avance continua y los primeros rayos del alba desvelan la dificultad que conlleva reconquistar una cima donde las horas avanzan como días, las bajas aumentan y los refuerzos no llegan, solo doce supervivientes de otra compañía destruida por las tropas enemigas. La falta de recursos es una realidad que merma la resistencia de quienes, como Franklin o el propio Clemons, asumen a la fuerza o desde la resignación su destino, ya que en ambos casos comprenden (aunque no lo digan) que son los prescindibles que el mando ha enviado a tomar la posición. Basada en experiencias reales, la trama de
La cima de los héroes se desarrolla en las postrimerías de un conflicto bélico que enfrenta dos ideologías (también dos intereses) que emplean como peones a esos soldados que deben obedecer y asumir un sacrificio que ninguno de ellos desea. Ante este sacrificio inútil, para Clemons la colina adquiere el valor de la sangre derramada, y por ello se aferra a la idea de resistir hasta el último aliento y hasta su último hombre, como deja claro cuando desencantado responde a la pregunta de si el valor de la colina es proporcional al esfuerzo realizado. En ese instante el oficial es consciente de que <<el valor de las cosas lo cambian las circunstancias. Este lo cambió la primera muerte>>, de modo que su interpretación, aunque subjetiva e implique continuar sacrificando vidas y derramando la sangre que dice valorar, contagia a los veinticuatro supervivientes cuando el enemigo les concede cuarenta y cinco minutos para deponer las armas. Durante este tiempo de espera, el orador chino que les había dado al inicio la bienvenida al matadero, aprovecha los minutos para convencer a los occidentales de la inutilidad que significa continuar sacrificando sus vidas. Este intervalo que precede a lo inevitable, es un periodo que agudiza la desesperanza de la ya deteriorada moral de las tropas estadounidenses. El objetivo del orador es claro: persigue que se entreguen sin ofrecer resistencia, pero al tiempo, sus palabras ponen de manifiesto lo que todos saben: la inutilidad que significa perecer por un pedazo de tierra sin valor humano ni estratégico, una cima donde no son héroes, solo olvidados cuya corta existencia parece concluir el mismo día que las negociaciones de paz se encuentran a punto de poner fin a la contienda.
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