Estoy pensando escribir que Dino De Laurentiis pertenecía a esa especie de productores “más grandes que la vida”, a la que también pertenecían David O. Selznick, Samuel Goldwyn o Samuel Broston. Vaya, lo he escrito, pues ahí queda, hasta que decida borrarlo o alguien lo borre sin aviso, y seguiré el hilo y diré que lo demostró una y otra vez en proyectos colosales que alternaba con producciones modestas, aunque no de menor calidad. Una de esas superproducciones internacionales fue ¡Tempestad! (La tempesta, 1958). A priori, adaptar la novela histórica La hija del capitán (1836) —que ya había sido adaptada en 1947 por Mario Camerini, coprotagonizada por Vittorio Gassman y producida por De Laurentiis—, escrita por Aleksandr Pushkin, uno de los principales “modernizadores” de la literatura rusa, parecía una tarea más sencilla que la de adaptar la colosal Guerra y paz, de Tolstoi, para la cual De Laurentiis había contado con la dirección de King Vidor, aunque sin que este pudiese dar forma a las ideas que tenía en mente. En ¡Tempestad! la dirección corrió a cargo de Alberto Lattuada, un cineasta sin la pasión visual y cinematográfica de Vidor, pero con suficiente experiencia y talento para no naufragar en el intento —prueba de ese talento son sus películas neorrealistas y las posteriores El poder de la mafia (Mafioso, 1962) o Venga a tomar café con nosotras (Venga a prendare il caffé… da moi, 1970). Sin embargo, tampoco salió un film redondo, sino uno que por momentos lastra la grandilocuencia a la que aspira, y que no alcanza. La que pretende en las escenas de batallas y luchas, sin chispa que desate la épica. Similar sucede con el romance de Masha (Silvana Mangano) y Piotr (Geoffrey Horne), no saltan chispas de pasión porque esta se vive en la superficie donde, insuficiente, da el tono romántico a la historia que se desarrolla durante el reinado de Catalina II (Viveca Londfors) y la revuelta liderada por Pugachov (Van Heflin), que se autoproclama zar Pedro III. Aún así, el film de Lattuada tiene sus momentos de gloria, sobre todo en las distancias cortas que acercan y enfrentan a Masha y a la zarina, o a esta con su rival, ya derrotado, aunque altivo y victorioso en su creencia de ser mejor y más justo que la monarca.
<<Me convencí de que Pugachov y aquel hombre eran la misma persona y entonces comprendí la razón por la que se me había perdonado. Aquel extraño encadenamiento de circunstancias no pudo dejar de asombrarme: ¡un tulup de niño regalado y un vagabundo me libraban de la soga, y un borracho que daba tumbos de posada en posada asediaba fortalezas y hacia temblar todo el país>>
Aleksandr Pushkin: La hija del capitán
Un gesto humano de Pietr: dar un abrigo y un trago de vodka a un moribundo a quien salva cambia su visión del mundo, pues, como le dice el propio Pugachov, <<no son un abrigo y un trago de vodka, sino un comienzo>>, y esa idea es la que le lega el caudillo que camina hacia su destino, tras haber retado al orden imperial en nombre de los marginados y de los diversos pueblos que guió contra un sistema que apenas repara en su existencia, salvo en ese instante en el que la revuelta amenaza la armonía aristocrática. La película de Lattuada, la segunda versión de la novela producida por De Laurentiis, se centra en este joven alférez, hijo de un rico aristócrata, que ha sido castigado con un destino lejos de la corte de San Petersburgo. Durante su viaje hacia el puesto avanzado (en compañía de su fiel sirviente) recoge al moribundo y le salva la vida. Este hecho casual o escrito marca el devenir de los acontecimientos, también le permitirá comprender mejor la complejidad de su país, que abarca grandes extensiones y contiene numerosos pueblos (cosacos, tártaros, calmucos, ucranianos,…) que tienen en común la pobreza y la esclavitud de la que Pugachov pretende librarles, quizá para acabar imponiendo su yugo. En su ingenuidad, Piotr todavía desconoce todo esto cuando llega a Belogorks, donde es recibido por el capitán Miranov (Robert Keith) y la capitana (Agnes Moorehead), donde también conoce y se enamora de Masha, la hija de la pareja.
Rodada con grandes medios, De Laurentiis intentó repetir el éxito conseguido con Guerra y Paz (War and Peace, King Vidor, 1956), superproducción de la que ¡Tempestad! recoge un reparto internacional —con la presencia en ambas de Oskar Holmoka y Vittorio Gassman—, una novela histórica escrita por un inmortal de la literatura rusa, un director de prestigio que se maneja con el material con el que trabaja y una distribución a cargo de una importante compañía. Como resultado encontramos un drama de época, en la que una joven pareja de enamorados se ven condenados a permanecer separados. La revuelta les ha atrapado, las tropas de Pugachov entran en Bologorks y mata a cuantos oficiales y soldados no se unen a su causa, a todos menos a Piotr. ¿Cuál es el motivo del perdón? Eso es lo que se pregunta el joven oficial hasta que el caudillo cosaco le recuerda que un día recogió a un moribundo. ¿Qué habría ocurrido si Piotr no hubiese mostrado su lado más humano y generoso, en aquel instante, en ese comienzo? La conmutación de su pena y su posterior libertad son las causas del alejamiento entre la pareja. Él debe abandonar la fortaleza y dirigirse a Orenburgo, la ciudad más grande de los alrededores y población que Pugachov pretende asaltar.
Todo juega en contra de la pareja de enamorados, la situación que vive el país, sumido en una revuelta cuya finalidad no es otra que la mejora de un pueblo continuamente castigado (aunque los métodos empleados resulten excesivos) las tradiciones que ven con malos ojos el enlace entre una plebeya (aunque sea honrada y su padre haya servido durante más de treinta años en el ejército) y un miembro de la alta sociedad o la intervención de un oficial que desea a Masha. Una de las intenciones de Pushkin al escribir La hija del capitán era hacer una reflexión sobre el pueblo ruso (anclado en las viejas tradiciones), cuyo gobierno y nobleza ejercía un control total sobre la población, en su mayoría campesina, y como el pueblo necesita creer en algo o alguien que le prometa un futuro mejor, en este caso Pugachov. Por otro lado, la película nos presenta en este personaje, a un idealista y, en su idealismo obsesivo, persigue su sueño, aunque deba arrasar otros para conseguirlo. Él quiere un cambio donde los campesinos sean respetados y cuya situación económica y social mejore sustancialmente (hay que recordar que el 80% de la población rusa era campesina). Sin embargo, estas ideas son llevadas a la practica sin miramientos. Es un hombre cegado por un objetivo y no se plantea sus métodos, para él, el fin justifica los medios, aunque los medios sean arrasar allí donde se le opongan. Piotr observa todo esto en sus encuentros con el caudillo, con cada encuentro le comprende algo mejor, pero no puede aceptar lo que hace ni como lo hace, y también comprende mejor su mundo, las diferencias entre la élite aristocrática, que vive en su universo europeo y repleto de comodidades y lujos, y el de la inmensa mayoría de la población, condenada a una cotidianidad de hambre y servidumbre.
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