sábado, 29 de octubre de 2016
Deliciosamente tontos (1943)
viernes, 28 de octubre de 2016
¿Pena de muerte? (1962)
El interrogante escogido por Josep Maria Forn para dar título a su propuesta cuestionaba la pena capital y, por lo tanto, también al sistema que la legitimaba, aunque, para poder realizar su película tal y como la había ideado, el director catalán necesitaba la aprobación oficial y esta no se produjo. Sus protestas de poco le sirvieron, de modo que se vio obligado a cambiar el inicio previsto como consecuencia de la intervención de la censura. El comienzo pretendido por Forn mostraba la ejecución de un inocente, circunstancia inaceptable para un régimen que presumía de infalible, así que, eliminada la conflictiva introducción, la justicia no fallaba y la perspectiva oficial no era puesta en entredicho. <<En suma, el film pierde mucha fuerza al cambiar la muerte de un inocente por una errónea sentencia. Es un alegato contra la pena de muerte desvirtuado>>. (entrevista a Josep Maria Forn; Dirigido por... número 399, abril 2010) Pero lo que las autoridades no borraron de las imágenes de ¿Pena de muerte? fue la negativa generalizada a la presunción de inocencia (para la sociedad y para el sistema el sospechoso es culpable), como delatan los titulares de los periódicos o la situación por la que atraviesan los padres del acusado, a quienes se condena a la soledad y a las murmuraciones, porque las pruebas circunstanciales y los testimonios, que podrían ser puestos en duda, señalan a su hijo como el autor del homicidio de un vecino de la localidad barcelonesa de Monistrol. A pesar de perder su intención primigenia, también parte de su interés y de su crítica directa, por otra parte imposible en su época, ¿Pena de muerte? desarrolla una intriga que resulta atractiva, ya que la película no carece de personajes ambiguos y de giros argumentales que mantienen al espectador conectado a la investigación llevada a cabo por Pablo Hinojosa (Fernando León). En un primer momento, este joven abogado y escritor no tiene la finalidad de demostrar la inocencia de aquel a quien considera culpable, porque también él asume como válido el veredicto de la sociedad, de la prensa y de las autoridades encargadas del caso. Pero, a medida que va descubriendo aspectos de la vida de Carlos Castillo (Marcos Martí), su pensamiento madura hasta convencerse de la inocencia de aquel, lo que contradice las primeras imágenes del film, aquellas que muestran los artículos de un periódico donde se pueden leer líneas relacionadas con el asesinato de un hombre en un cercano pueblo de Barcelona: el sospechoso no tiene coartada, además encontraron en su poder una letra de pago que había robado del despacho de la víctima y, lo que es peor, varios testigos lo vieron salir de la casa del fallecido a la hora del asesinato. Con lo expuesto en el jornal y con las imágenes que se muestran, mientras una voz en off procede a la lectura de los artículos, al sospechoso le aguarda la muerte en el patíbulo, a no ser que alguien asuma su defensa y demuestre la inocencia a la que se aferra. Tras las secuencias relacionadas con el caso, el interés de Forn abandona al reo para acceder a la casa del prestigioso abogado Hinojosa (Jacques Dumesnil), donde también se descubre a su hijo Pablo, a quien encarga que lea la carta en la que el presunto homicida le pide ayuda, porque es el único letrado que conoce y, como consecuencia, su última esperanza. El abogado no puede hacerse cargo del caso debido a su precaria salud, padece del corazón y cualquier esfuerzo podría resultar letal, sin embargo, asume como cierta la infalibilidad del sistema y asegura a su hijo que la ley nunca falla, y que si el joven es inocente los jueces sabrán llegar hasta la verdad. Algo similar dice el preso después de enterarse de que nadie va a ayudarle, quizá para tranquilizar a Ana (María del Sol Arce), su novia, o porque él mismo confía en que el cielo y la justicia le ayudarán, aunque estos no siempre resultan efectivos ni suficientes, como se descubre a lo largo de la película, que, entre líneas, deja claro que los fallos judiciales existen, y ni la justicia divina ni la humana moverán un dedo para salvar al inocente. Así, pues, es la curiosidad del escritor la que puede salvarlo, porque esta le conduce a Monistrol para indagar en los hechos que pretende novelar y también en los vecinos, algunos de los cuales podrían ser culpables del homicidio.
jueves, 27 de octubre de 2016
Cómicos (1954)
—Ése es nuestro tren.
Y nos alejábamos de la ciudad gris y vulgar, que tendría, claro, su catedral y su paseo de las siete, para meternos en el departamento de segunda, dejar pasar fugazmente la vida, los paisajes y huir hacia otra nueva ciudad en la que sabe Dios lo que nos podría suceder>>. (Fernando Fernán Gómez: El tiempo de los trenes)
miércoles, 26 de octubre de 2016
¡Vivan los novios! (1969)
martes, 25 de octubre de 2016
Brigada 21 (1951)
viernes, 21 de octubre de 2016
Tangos. El exilio de Gardel (1985)
un círculo, un anillo:
le dan vueltas tus pies, cruzas la tierra,
no es tu tierra,
te despierta la luz, y no es tu luz,
la noche llega: faltan tus estrellas,
hallas hermanos: pero no es tu sangre.>>
(Fragmento de Exilio, de Pablo Neruda)
jueves, 20 de octubre de 2016
El odio (1995)
miércoles, 19 de octubre de 2016
Los cuervos (1961)
martes, 18 de octubre de 2016
Trágica información (1952)
La película arranca con el plano general de la rotativa de un periódico, el ficticio New York Express, que será relevada por la primera página de un diario donde se inserta el título original. Estas dos imágenes y las sucesivas, en las que se muestra el resto de los créditos, advierten al espectador que la acción estará protagonizada por periodistas, cuestión que se confirma poco después, cuando la cámara ofrece un plano medio de un joven que pregunta y de una mujer histérica que responde. Ella cree (y el espectador lo duda) que habla con un policía, por ese motivo le informa sobre el asesinato que se acaba de cometer en su vivienda. Momentos después, un fotógrafo sale del interior de la casa y toma una instantánea de la testigo y, entre comentarios jocosos, se marcha en compañía del joven a quien el teniente de policía, que se acaba de personificar en la escena del crimen, recrimina por presentarse en los escenarios sin tener en cuenta que entorpece la labor policial. Se trata de Steve MacClury (John Derek), el protegido de Mark Chapman (Broderick Crawford), a quien también se presenta de manera ejemplar en una secuencia que lo enfrenta al consejo de accionistas del jornal que lo contrató para aumentar las ventas. En ese instante se muestra despectivo y justifica su visión periodística con los gráficos en los que se observa el espectacular incremento de lectores desde que asumió las riendas del diario, así que, sin temer por su empleo, les dice que son sus titulares llamativos y las noticias que él mismo crea las que llenan sus bolsillos.
Las presentaciones resultan tan contundentes como rápidas, de manera que ya se comprende que se trata de una película que no esconde su postura crítica hacia un periodismo abusivo y carente de ética, como demuestra que sus dos personajes masculinos principales no muestren el menor escrúpulo a la hora de realizar su cometido, pero esta perspectiva, la que habría contentado a Fuller, pierde fuerza en beneficio de la investigación que no tarda en cobrar el protagonismo absoluto de la historia. Tanto Steve como Mark priorizan las exclusivas sin plantearse límites éticos, tampoco muestran la menor emoción ante los sucesos que observan, y comparten una visión periodística que tiene como única finalidad aumentar la tirada. Pero por un capricho del destino sus carreras van a depender de una de esas primicias que siempre persiguen, una que se produce como consecuencia del baile de <<corazones rotos>> organizado por Mark para llamar la atención de los lectores. En esa reunión de solitarias y solitarios se encuentra con su mujer (Rosemary DeCamp), a quien abandonó años atrás, y la acompaña a su apartamento, donde, ante las amenazas de desvelar su pasado, la golpea hasta matarla. Nadie los ha visto hablar, nadie ha sido testigo de su arrebato de violencia, nadie puede relacionarlo con ella, de modo que, con evidente frialdad, borra sus huellas y prepara el escenario para que parezca un accidente. Así lo dictamina el teniente Davis (James Millican), sin embargo Steve, que, como alumno aplicado, siempre anda detrás de la noticia, encuentra una pista en la habitación de la víctima, aunque, en lugar de informar, adultera la investigación guardándola para sí. De nuevo su ambición de ver su nombre firmando una primera página y de nuevo la posibilidad de sorprender a su mentor, aunque no de la manera que piensa. La situación que se desarrolla a partir de ese instante muestra tres perspectivas, la de aquel que pretende mantener la calma y borrar posibles huellas cuando escucha la exclusiva, la del joven periodista, entrenado para crearlas o encontrarlas, y la de Julie Allison (Donna Reed), cuyo idealismo no encuentra cabida dentro del periódico. Ella es la única que muestra conciencia más allá de las letras, rechaza los métodos de su jefe y se preocupa por las personas como Charlie Barnes (Henry O'Neill), antiguo periodista y actual alcohólico, mientras que Steve se muestra engreído en su creencia de ser un gran reportero, pero también se muestra absorbido por la personalidad de aquel a quien siempre mantiene informado de sus avances, circunstancia que provoca que su admirado jefe vaya un paso por delante, lo cual le posibilita acabar con Charlie, quien, queriendo recuperar su esplendoroso pasado periodístico, descubre la verdad y esta le lleva a su encuentro nocturno con su asesino.
lunes, 17 de octubre de 2016
Blast of Silence (1961)
domingo, 16 de octubre de 2016
La casa de la calle 92 (1945)
En 1945, con la conclusión de la guerra, se iniciaba una época de cambios socio-políticos a nivel mundial. Dichos cambios también produjeron un aumento del realismo cinematográfico, no solo en Italia, donde el neorrealismo se confirmaba con Roma, ciudad abierta (Roma citta' apperta; Roberto Rossellini, 1945), sino en otros puntos del globo como Japón o Estados Unidos. Pero, mientras en Italia y en Japón se intentaba mostrar el devastador presente de posguerra, en Hollywood el tono documental se empleó en producciones propagandísticas protagonizadas por infalibles agentes de la ley. Esta corriente, surgida dentro del cine negro, asumía características del noticiario cinematográfico, de las crónicas de sucesos y, en menor medida, del propio neorrealismo para relatar investigaciones policiales desde la mezcla de imágenes de archivo y de ficción, inicialmente protagonizadas por personajes planos que, a medida que avanzaba el ciclo, irían cobrando mayor profundidad dramática, de ahí que La casa de la calle 92 (The House on 92nd Street), título fundacional de este subgénero policíaco, carezca del dramatismo que sí se descubre en El beso de la muerte (Kiss of the Death, 1947), también realizada por Henry Hathaway, o en Relato criminal (The Undercover Man; Joseph H.Lewis, 1949). Como sería característico en las producciones que la siguieron, al inicio de La casa de la calle 92 se informa de que, en la medida de lo posible, se rodó en los espacios donde se desarrollaron los hechos reales en los que se basa su argumento, así como se insiste en la impecable labor llevada a cabo por los agentes protagonistas, en este caso, encargados de vigilar a los espías alemanes en suelo estadounidense en los instantes previos a la Segunda Guerra Mundial. Hacia final de la introducción, que da paso al desarrollo del relato, se conoce a los personajes que tienen la misión de desarticular la red de espionaje nazi, impedir sabotajes, evitar la sustracción de información vital para el devenir de la contienda o echar por tierra la posible creación de una quinta columna. Como sería habitual a lo largo de los títulos adscritos a este tipo de crónica policial y propagandística, la voz en off informa de la entrega del personal humano y de los modernos recursos materiales con los que cuenta la agencia. Esa misma voz continuará sonando a lo largo del metraje para guiar al espectador y remarcar la infalibilidad del personal encargado del caso. Esta circunstancia sería otra de las características de este tipo de producciones, cuyas temáticas varían desde el espionaje que da forma a este y al posterior film de Henry Hathaway, 13 Rue Madelaine (1946), que se inicia con las mismas imágenes de archivo que cierran La casa de la calle 92, hasta la investigación del periodista interpretado por James Stewart en Yo creo en ti (Call Northside 777; Henry Hathaway, 1947), pasando por el fiscal de El justiciero (Boomerang!; Elia Kazan, 1947). Bajo la producción de Louis de Rochemont, hasta entonces productor de documentales, La casa de la calle 92 y 13 Rue Madeleine iniciaban este subgénero expositivo y meticuloso que seguía la evolución de las labores policiales a lo largo de escenarios reales, lo cual permitía abaratar costes, a pie de calle, en ocasiones con cámara oculta, al tiempo que intentaba dirigir la simpatía del público hacia las agencias encargadas de velar por la seguridad del Estado. Esta perspectiva nace de su momento histórico, poco faltaba para el inicio de la caza de brujas y para la guerra fría que marcaría la segunda mitad del siglo XX, de modo que asume una postura parcial y conservadora. La acción desarrollada por Hathaway en La casa de la calle 92 muestra una realidad ya pasada en el momento de su rodaje, aunque cercana en el tiempo, lo que permitió el acceso a los archivos del FBI y, por lo tanto, a los pasos que siguieron sus representantes a la hora de desarticular la red de espionaje nazi en Estados Unidos. Para ello se concede el protagonismo al inspector Briggs (Lloyd Nolan), a su equipo, y a Bill Dietrich (William Eythe), un joven universitario de origen alemán que, tras recibir la visita de agentes nazis, se convertirá en agente doble para ayudar a los federales a atrapar a los espías enemigos que, entre otras cuestiones, pretenden hacerse con el secreto de la bomba atómica, un secreto que al final del film se afirma que continúa a salvo, sin que nadie más lo tenga, lo cual supone un mensaje para la población, a la que se pretende tranquilizar, y para posibles rivales exteriores, a quienes se pretende amedrentar, conscientes de la capacidad destructiva del artefacto que el mundo conoció el 6 de agosto de 1945.