<<Parábamos en las ciudades muy pocos días —seis, siete—, y en seguida, abandonábamos la pensión estrechuja, sucia y con alguna chinche que otra, abandonábamos el camerino con olor a retrete y paredes llenas de garabatos y firmas: "Aquí trabajó Pepe Salvatierra el 20 de febrero de 1913", y de nuevo a la estación, a beber el tazón de café aguado y a esperar a que el representante de la empresa nos dijese:
—Ése es nuestro tren.
Y nos alejábamos de la ciudad gris y vulgar, que tendría, claro, su catedral y su paseo de las siete, para meternos en el departamento de segunda, dejar pasar fugazmente la vida, los paisajes y huir hacia otra nueva ciudad en la que sabe Dios lo que nos podría suceder>>. (Fernando Fernán Gómez: El tiempo de los trenes)
La vida itinerante de las cómicas y cómicos españoles avanzaba sobre los raíles de las vías que los llevaba de localidad en localidad. En ellas se apeaban durante un suspiro, aunque suficientemente largo para poder representar sus obras y sus papeles en teatros y locales donde alegraban, entretenían o entristecían al respetable. Sin embargo, su público, que les aplaudía, abucheaba o permanecía indiferente a su arte escénico, no era consciente de las circunstancias ni de los sentimientos que existían de puertas adentro, pues, en la mayoría de los casos, su oficio ni proporcionaba comodidades ni fama, ni lo que esta podría acarrear. Aún así, los actores y las actrices continuaban su labor función tras función, porque los escenarios y la actuación formaban parte de ellos, ya eran parte indisociable de su vida. El medio escénico y sus profesionales también formaban parte de la vida de Juan Antonio Bardem, hijo de los actores Rafael Bardem y Matilde Muñoz Sampedro, y por ello, en su primera película en solitario se decantó por desarrollar una historia personal que, influenciada por Eva al desnudo (All about Eve; Joseph L.Mankiewicz, 1950), homenajeaba y reflexionaba sobre el oficio de sus padres sin perder de vista los intereses, las ilusiones, las frustraciones y los egos siempre presentes entre bastidores.
Como la mayoría de las compañías de la época, la de don Antonio (Mariano Asquerino) emplea el tren como medio de transporte barato hacia su nuevo destino. Y nada mejor para presentar a los personajes que hacerlo en el interior del vagón donde Ana Ruiz (Christian Galvé) habla en silencio para introducirnos en su mundo y acercarnos a sus compañeros de elenco, en el que ella asume papeles sin importancia por un sueldo igual de insignificante. Ana interpreta el rol de dama joven, un papel que no colma sus expectativas, porque ella desea algo más, desea triunfar a toda costa en el medio teatral, aunque para ello deba sacrificar su amor por Miguel (Fernando Rey), que no tarda en abandonar un oficio que no siente, o asumir que su única posibilidad se encuentra en ser la <<querida>> de un empresario (Carlos Casaravilla) a quien el jefe de la compañía define como un coleccionista de primeras actrices.
La historia de Cómicos muestra el mundo del espectáculo desde la intimidad de su protagonista y desde la cotidianidad en la que no tienen cabida el glamour, los lujos o los sueldos decentes, de ahí que, con frecuencia, Ana acuda a su jefe para pedirle un adelanto, pero tampoco hay demasiadas oportunidades para evolucionar dentro del oficio, al menos no para ella. Las relaciones humanas, ya sea la de amistad que une a Ana a Marga (Emma Penella), una segunda actriz desencantada con su pasado, o la paternal que asume don Antonio, también cobran importancia en el día a día. No obstante, resultan insuficientes para la intérprete con aspiraciones, desbordada por la frustración y el desengaño que se apodera de ella cuando, convencida que su momento ha llegado, descubre que en la nueva obra su papel continúa siendo irrelevante, lo cual también desata su furia y su sinceridad. De tal manera, decide abandonar la compañía, no sin antes acudir al camerino de la primera actriz y decirle que es demasiado vieja para interpretar un papel más acorde con su edad, porque la edad del personaje es la suya, aunque esto no impide que doña Carmen (Rosario García Ortega), consciente y triste de la realidad del paso del tiempo, asuma para sí un rol que la joven intérprete ha estado esperando desde hace años.
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