Un recorrido por el género bélico permite descubrir películas que ensalzan la generosidad de uno o más soldados, a quienes se les confiere una imagen heroica que choca con la realidad que se vive en cualquier conflicto armado. Sin embargo, la realidad de las guerras implica la ausencia de héroes, ya que estas provocan que, ante la barbarie, el miedo y la muerte, se agudice el instinto de supervivencia de quienes se ven obligados a formar parte de un sinsentido que saca a relucir aspectos ocultos de la naturaleza humana. Esta circunstancia queda recogida en las producciones bélicas realizadas por Robert Aldrich, en las que tampoco hay cabida para héroes, como deja claro el título original de su última aportación al género. En Comando en el mar de China (Too Late the Hero, 1970) el protagonismo recae en un grupo de soldados cuya actitud desvela su rechazo a sacrificarse en un conflicto que les ha sido impuesto, y que puede implicar su muerte, algo que también se aprecia en anteriores incursiones de Aldrich en el bélico; aunque esta producción se encuentra más cercana al cinismo subversivo de Doce del patíbulo (The Dirty Dozen, 1967) que a la crudeza intimista de Attack (1956). Al igual que los patibularios liderados por el mayor interpretado por Lee Marvin en Doce del patíbulo, los militares de Comando en el mar de China apenas presentan aspectos positivos a lo largo de la misión que se les impone, y durante la cual muestran personalidades opuestas a las que se observan en films protagonizados por soldados modélicos a quienes no les afecta el entorno destructivo por donde deambulan. Esta perspectiva que define a los miembros del comando expone el comportamiento de individuos imperfectos, aunque sinceros en sus acciones y reacciones, lo cual les confiere la humanidad que no se encuentra en aquellos personajes que se alejan de los seres de carne y hueso. Así pues, dentro de este grupo de soldados, se descubre el deseo de sobrevivir, la cobardía, el asesinato, el pragmatismo, la ineptitud o la resignación de formar parte de una misión en la que ninguno de ellos quiere participar, porque son conscientes de la posibilidad, casi certeza, de que perderán la vida porque alguien así lo ha querido. Pero en ese espacio en guerra no hay posibilidad de elección, de modo que los elegidos a la fuerza no tienen más opción que asumir su recorrido por una jungla bajo dominio japonés, y lo hacen desde la cínica mirada del soldado Hearne (Michael Caine), pasando de la ineptitud del capitán Hornsby (Denholm Elliot) a la vileza de Campbell (Robert Fraser), hasta la tardía transformación del teniente Lawson (Cliff Robertson), quien asume una postura contraria a la que se espera de alguien que, inicialmente, pretendía ver la guerra desde la retaguardia.
jueves, 28 de mayo de 2015
sábado, 16 de mayo de 2015
Ozu, cronista de una época
<<Lo más importante, lo primero que pienso cada vez que ruedo una película, es que con ella quiero reflexionar a fondo sobre algo y recuperar la humanidad que la gente tiene por naturaleza>>.
Yasujiro Ozu
A estas alturas nadie pone en duda que Yasujirô Ozu fue y es uno de los directores más representativos e importantes de la cinematografía mundial. Sin embargo, la obra de este autodidacta, que dijo no tener maestros, no se dio a conocer más allá de las fronteras de su país natal hasta después de su muerte, a pesar de que en 1961 el Festival de Cine de Berlín ofreciera una retrospectiva de sus películas. En vida, solo dos de sus producciones se estrenaron fuera de Japón, aunque su debut tras las cámaras se produjo en 1927, cuando realizó La espada penitente, el único de sus films ambientado en una época ajena a la suya. <<En determinado momento apareció una película americana llamada Civilización (1916), de Thomas Harper Ince. Había dispuesto de un abultado presupuesto para su época, y era una película realmente estupenda. Me impresionó profundamente. Y fue justo en aquel momento cuando supe que quería ser director>>.* Si viendo el film de Ince tomó la decisión de <<ser director>>, su primer contacto con el cine profesional se produjo tiempo después, en 1923, cuando entró a formar parte del estudio Sochiku. Allí se inició como ayudante de cámara, la trasladaba de un lugar a otro según las órdenes de sus superiores, posteriormente fue ascendido a ayudante de dirección -<<estudiaba cómo rodaban los directores más veteranos sin perderme un solo detalle>>- y finalmente, en 1927, dirigió su primer film, del que nunca estuvo satisfecho. La filmografía de Ozu la componen cincuenta y cuatro títulos, de los cuales se conservan treinta y siete. Treinta y cuatro del total son mudos, aunque algunos fueron rodados cuando el sonido ya se había impuesto como parte del lenguaje cinematográfico, lo que confirma el gusto del cineasta por el silencio como medio para expresar las emociones y las cotidianidades en las que se descubren a sus personajes, seres reconocibles y universales a quienes se observa en situaciones ordinarias que permiten comprender parte de la cultura urbana japonesa, y los cambios que se estaban produciendo en el archipiélago. Para Ozu los silencios formaban parte vital de aquello que deseaba expresar, como también lo fueron la sinceridad y sus imágenes pausadas, a menudo estáticas, que muestran un estilo inconfundible, humanista, lírico y único, en el cual la sencillez domina sobre lo superfluo (sin cabida dentro de la poética del cineasta). Otra de las características del cine de Ozu se encuentra en la belleza de imágenes en las que se descubren las relaciones humanas y la fugacidad que las caracteriza, tanto a estas como a los hombres y a las mujeres que las experimentan. Esta circunstancia de observar a gente corriente en situaciones corrientes confiere a su autor el honor de ser el cronista de una época en la que cohabitan modernidad y tradición, pero sin llegar a crearse una simbiosis que permita el entendimiento y el equilibrio entre ambos extremos. A pesar de que en vida no fue reconocido a nivel internacional, en su tierra natal Ozu era uno de los directores más reputados, galardonado por la revista especializada Kimena Junpo con seis premios a la mejor película del año (Nací, pero... (1932), Fantasía pasajera (1933), Historia de las nubes flotantes (1934), Hermanos y hermanas de la familia Toda (1941), Primavera tardía (1949) y Principios de verano (1952)), y uno de los realizadores de mayor prestigio de la productora Sochiku, donde realizó la práctica totalidad de su obra sin apenas interferencias por parte de los responsables financieros de la compañía, ya que las recaudaciones obtenidas por sus films compensaban el control que asumía durante los rodajes (aparte de la planificación detallada de sus proyectos, participó en la escritura de todos los guiones que dirigió y con frecuencia se encargaba del diseño de los decorados). A lo largo de la compleja filmografía de este director, que realizó largometrajes mudos hasta 1935, destacan películas como las anteriormente citadas u otras muchas entre las que se encuentran Memorias de un inquilino (1947), Cuentos de Tokyo (1953), Crepúsculo en Tokio (1957), El otoño de la familia Kohayagawa (1961) o El sabor del sake (1962), títulos que definen la perfección alcanzada por este maestro inimitable, capaz de transmitir mediante imágenes las emociones y las contradicciones de personajes que viven existencias reales en espacios también reales.
*El entrecomillado extraído de Yasujiro Ozu. La poética de lo cotidiano. Escritos sobre cine.
Yasujiro Ozu
A estas alturas nadie pone en duda que Yasujirô Ozu fue y es uno de los directores más representativos e importantes de la cinematografía mundial. Sin embargo, la obra de este autodidacta, que dijo no tener maestros, no se dio a conocer más allá de las fronteras de su país natal hasta después de su muerte, a pesar de que en 1961 el Festival de Cine de Berlín ofreciera una retrospectiva de sus películas. En vida, solo dos de sus producciones se estrenaron fuera de Japón, aunque su debut tras las cámaras se produjo en 1927, cuando realizó La espada penitente, el único de sus films ambientado en una época ajena a la suya. <<En determinado momento apareció una película americana llamada Civilización (1916), de Thomas Harper Ince. Había dispuesto de un abultado presupuesto para su época, y era una película realmente estupenda. Me impresionó profundamente. Y fue justo en aquel momento cuando supe que quería ser director>>.* Si viendo el film de Ince tomó la decisión de <<ser director>>, su primer contacto con el cine profesional se produjo tiempo después, en 1923, cuando entró a formar parte del estudio Sochiku. Allí se inició como ayudante de cámara, la trasladaba de un lugar a otro según las órdenes de sus superiores, posteriormente fue ascendido a ayudante de dirección -<<estudiaba cómo rodaban los directores más veteranos sin perderme un solo detalle>>- y finalmente, en 1927, dirigió su primer film, del que nunca estuvo satisfecho. La filmografía de Ozu la componen cincuenta y cuatro títulos, de los cuales se conservan treinta y siete. Treinta y cuatro del total son mudos, aunque algunos fueron rodados cuando el sonido ya se había impuesto como parte del lenguaje cinematográfico, lo que confirma el gusto del cineasta por el silencio como medio para expresar las emociones y las cotidianidades en las que se descubren a sus personajes, seres reconocibles y universales a quienes se observa en situaciones ordinarias que permiten comprender parte de la cultura urbana japonesa, y los cambios que se estaban produciendo en el archipiélago. Para Ozu los silencios formaban parte vital de aquello que deseaba expresar, como también lo fueron la sinceridad y sus imágenes pausadas, a menudo estáticas, que muestran un estilo inconfundible, humanista, lírico y único, en el cual la sencillez domina sobre lo superfluo (sin cabida dentro de la poética del cineasta). Otra de las características del cine de Ozu se encuentra en la belleza de imágenes en las que se descubren las relaciones humanas y la fugacidad que las caracteriza, tanto a estas como a los hombres y a las mujeres que las experimentan. Esta circunstancia de observar a gente corriente en situaciones corrientes confiere a su autor el honor de ser el cronista de una época en la que cohabitan modernidad y tradición, pero sin llegar a crearse una simbiosis que permita el entendimiento y el equilibrio entre ambos extremos. A pesar de que en vida no fue reconocido a nivel internacional, en su tierra natal Ozu era uno de los directores más reputados, galardonado por la revista especializada Kimena Junpo con seis premios a la mejor película del año (Nací, pero... (1932), Fantasía pasajera (1933), Historia de las nubes flotantes (1934), Hermanos y hermanas de la familia Toda (1941), Primavera tardía (1949) y Principios de verano (1952)), y uno de los realizadores de mayor prestigio de la productora Sochiku, donde realizó la práctica totalidad de su obra sin apenas interferencias por parte de los responsables financieros de la compañía, ya que las recaudaciones obtenidas por sus films compensaban el control que asumía durante los rodajes (aparte de la planificación detallada de sus proyectos, participó en la escritura de todos los guiones que dirigió y con frecuencia se encargaba del diseño de los decorados). A lo largo de la compleja filmografía de este director, que realizó largometrajes mudos hasta 1935, destacan películas como las anteriormente citadas u otras muchas entre las que se encuentran Memorias de un inquilino (1947), Cuentos de Tokyo (1953), Crepúsculo en Tokio (1957), El otoño de la familia Kohayagawa (1961) o El sabor del sake (1962), títulos que definen la perfección alcanzada por este maestro inimitable, capaz de transmitir mediante imágenes las emociones y las contradicciones de personajes que viven existencias reales en espacios también reales.
*El entrecomillado extraído de Yasujiro Ozu. La poética de lo cotidiano. Escritos sobre cine.
viernes, 15 de mayo de 2015
Corazonada (1982)
martes, 12 de mayo de 2015
Candidata a millonaria (1935)
domingo, 10 de mayo de 2015
El signo de la cruz (1932)
A pesar de todas sus libertades históricas, de personajes caricaturescos y de algunos diálogos y situaciones que rozan lo ridículo, El signo de la cruz (The Sign of the Cross) posee atractivos tan destacados como la presencia de Claudette Colbert, cuya sensualidad quedó recogida en varios momentos del film, y una narrativa ágil destinada a entretener a los espectadores de la época. Pero vista en la actualidad, la trama resulta simplista en su intención de enfrentar dos conceptos tan ambiguos y complejos como lo son el bien y el mal, ya que ambos forman parte de la dualidad humana, como demuestra la perspectiva histórica de Nerón, cuya ambición desmedida provocó que asesinara a varios miembros de su familia así como a Séneca, su mentor, pero también propició el plan urbanístico que modernizó Roma hasta el punto de convertirla en modelo para construcciones urbanas posteriores. Sin embargo este personaje de personalidad desequilibrada asoma en la primera secuencia de El signo de la cruz tocando su lira mientras contempla como arde la ciudad imperial. Dicha imagen, con rostro de Charles Laughton, resulta irrisoria, plana y exagerada, pues semeja más cercana a la de un pusilánime que a la de un ambicioso dominado por su afán de grandeza y poder. El Nerón al que dio vida Laughton muestra un carácter débil e infantil que Popea (Claudette Colbert), su mujer, manipula para saciar su deseo carnal hacia el prefecto Marco Superbus (Fredrich March), mano derecha del emperador y un libertino que dedica su tiempo libre a organizar fiestas subidas de tono en compañía de otros patricios. En El signo de la cruz, el primer éxito sonoro de DeMille, se descubre parte de las tendencias e intenciones que el cineasta desarrolló en algunos de sus largometrajes, como sería la de simplificar los hechos y presentarlos desde el enfrentamiento entre personajes opuestos, por una lado aquellos que solo presentan aspectos negativos (en este caso concreto los romanos) y aquellos positivos que vendrían a representar los valores morales defendidos por DeMille en películas como Los diez mandamientos (1923) o Por el valle de las sombras (1944). De este modo solo a Marcus se le confiere un enfoque que le permite evolucionar, algo que no sucede con los demás personajes, a excepción del encarnado por Claudette Colbert, lo cual provoca la pérdida de interés en el resto y, como consecuencia, en un film manipulador desde un punto de vista sustancial, que no formal. Así pues entre el grupo de creyentes, que se ocultan para celebrar sus ritos, destaca por su protagonismo la presencia de la virginal Mercia (Elissa Landi), por quien Marco siente una fuerte atracción, lo que le lleva a desobedecer a su César y a rechazar las insinuaciones carnales de Popea. Sin embargo, el prefecto no actúa por amor, al menos no hasta que el metraje alcanza su tramo final, ya que inicialmente se descubre como alguien egoísta que desprecia las prácticas de Mercia, las mismas que le pide que abandone, primero para satisfacer su ego y posteriormente cuando, ya enamorado, intenta convencerla para que reniegue de sus creencias y así evitar que pierda la vida en la arena.
miércoles, 6 de mayo de 2015
Guerra y Paz (1967)
sábado, 2 de mayo de 2015
Por el valle de las sombras (1944)
Entregado al cuidado de los heridos de dos buques de la armada estadounidenses, el doctor Wassell (Gary Cooper) decide permanecer en Java a pesar de que su decisión implica desobedecer las órdenes recibidas y arriesgarse a caer en manos de los japoneses, que amenazan con apoderarse de la isla. Pero este médico militar hace lo que hace porque la orden de repatriar a sus pacientes no contempla la de embarcar a quienes no pueden subir al barco por su propio pie, lo cual les condena a perecer o, como mal menor, a convertirse en prisioneros de guerra. Desde su altruismo, el bueno de Wassell no desentona con otros héroes sin tacha a los que dio vida Gary Cooper en la pantalla, ya que el galeno asume su postura como la única posible para alguien a quien se le ha confiado el cuidado de los heridos en combate. Pero, desde una perspectiva narrativa, Por el valle de las sombras (The Story of Dr.Wassell) carece del ritmo y del interés de El sargento York (Howard Hawks, 1941), El orgullo de los Yankis (Sam Wood, 1942) o Los inconquistables, una de las mejores producciones realizadas por Cecil B.DeMille en la década de 1940 y superior a Por el valle de las sombras, aunque esta última presenta una novedad con respecto al resto de películas sonoras filmadas por el cineasta. En este drama bélico el director de Los diez mandamientos se valió de varios flashbacks, que nacen de los recuerdos de Ping (Philip Ahn) y del propio Wassell, para esbozar el romance entre el médico y su ayudante, la enfermera Madeleine (Laraine Day), y completar la personalidad del protagonista, quien de ese modo se da a conocer tanto al espectador como a los soldados a su cuidado, que muestran dudas sobre la valía de quien les asiste, pues las habladurías lo señalan como un hombre que, por cobardía, abandonó su destino en China. El pasado de Wassell lo define como un tipo sencillo de Arkansas, que un buen día decide viajar al continente asiático para investigar la raíz de una enfermedad, aunque el verdadero motivo de su decisión se encuentra en la fotografía que aparece en el folleto informativo del empleo, porque en ella descubre el rostro de Madeleine. Ya en Asía, el médico y la enfermera inician su colaboración profesional y su relación sentimental, que no llega a concretarse como consecuencia de la guerra, pero también debido a la torpeza emocional de Wassell, a quien en ocasiones se descubre como un personaje plano que representa el conservadurismo y el patriotismo admirados por DeMille, lo que provoca que, en muchos momentos de su metraje, Por el valle de las sombras resulte aburrida y forzada.