La manipulación sufrida por Pat Garret & Billy the Kid (1973) significó una nueva desilusión artística para Sam Peckinpah, quien, desencantado ante la mutilación de la que consideraba su mejor trabajo, decidió trasladarse a México (país al que le unía una estrecha relación) donde pudo rodar la que posiblemente sea su película más violenta, y en ciertos aspectos la que mejor define sus inquietudes y su estilo narrativo-visual. Desde una puesta en escena que combina elementos de las road movies, del western y del thriller, Quiero la cabeza de Alfredo García (Bring Me the Head of Alfredo Garcia, 1974) descubre a un perdedor desarraigado a la espera de su oportunidad para dejar de serlo. Sin embargo Bennie (Warren Oates), estadounidense afincado en tierras mexicanas, nunca podrá ganar a pesar de su esforzado deambular por la árida y polvorienta carretera por donde avanza en compañía de Elita (Isela Vega), la mujer de quien se enamora y que resulta ser el único personaje de relevancia que presenta una serie de valores inexistentes en el resto de quienes transitan por ese espacio, sucio y decadente, al que se accede tras escuchar como un cacique (Emilio Fernández) ofrece un millón de dólares por la cabeza de aquel que ha dejado embarazada a su hija. A partir de ahí, se inicia la busca y captura de quien Bennie, a través de la información que le proporciona Elita, sabe muerto y enterrado en su pueblo natal. Este hecho, que el estadounidense oculta a los asesinos que acuerdan entregarle diez mil dólares por la cabeza de Alfredo García, podría significar un cambio en su suerte, por eso avanza en compañía de Elita (ella sabe donde está enterrado aquel que fue su amante) en busca del premio que les permitiría iniciar una vida en común, lejos de la sombra negativa que parece perseguirles antes y durante el recorrido de violencia y muerte. Estas dos constantes alcanzan a la mujer poco después de que Bennie profane la tumba de Alfredo, cuando los dos sicarios que les han estado siguiendo desde el inicio del viaje los entierran vivos; pero el desheredado sobrevive, aunque el Bennie que sale de la tierra no es el mismo que ha llegado hasta allí, porque en ese instante de pérdida, de dolor y de renacer comprende que nada le queda y que nada de lo hecho ha valido la pena. Su transformación, tanto de pensamiento como de intenciones, le convierte en un ser desquiciado que no duda en perseguir a los criminales que se han apoderado de la cabeza de García y que él recupera antes de embarcarse en su compañía en una cruzada en la que todo carece de importancia, salvo la venganza que le redima por la muerte de ese ser querido asesinado por su ambición y la de quienes, como él, desean el trofeo en descomposición que él convierte en el centro de sus celos y frustraciones, como si quisiera hacerle testigo de la desesperación y locura que provocan la espiral de muertes que cierra una de las películas más brillantes y líricas de Peckinpah, en la que la explosión de violencia no es un capricho artificioso, sino parte inherente del paisaje por donde ha trascurrido un viaje hacia ninguna parte, durante el cual la fatalidad se adueña del destino de ese hombre a quien ya no le importa morir, consciente de su muerte en vida.
martes, 30 de septiembre de 2014
viernes, 26 de septiembre de 2014
Al filo del mañana (2014)
jueves, 25 de septiembre de 2014
Código del hampa (1964)
miércoles, 24 de septiembre de 2014
Tucker: un hombre y su sueño (1988)
En esta película, Coppola tomó como protagonista a un individuo que alcanzó el éxito tras inventar unas torretas que fueron empleadas en los aviones estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial; pero este hombre, que vive de inquietudes y sueños, no se conforma con una existencia en la que no pueda continuar desarrollando sus ideas y persiguiendo sus sueños (un ideal que ya no tiene cabida dentro de su entorno), por eso se empeña (moral y económicamente) en fabricar un automóvil excepcional que ofrezca al consumidor elevadas prestaciones de seguridad, comodidad y calidad, y todo ello a un precio asequible. Sin embargo esta visión adelantada a su tiempo, factible en todo caso, aunque todavía no consumada, no resulta del agrado de quienes controlan la industria del motor, lo que significa el inicio de una lucha desigual en la que se presupone que Preston no puede vencer; aún así, no desespera en su recorrido hacia la materialización de su idea (representada en la fabricación de los cincuenta Tucker acordados). Por el camino surgen problemas logísticos, materiales, económicos o humanos, así como el rechazo de los estamentos políticos representados en el senador Ferguson (Lloyd Bridges), quien se erige en defensor de los intereses de las grandes compañías automovilísticas, que ven en el vendedor de sueños a una amenaza para el dominio de sus productos, incapaces de competir con la propuesta de un inventor a quien se persigue desde el sabotaje, la difamación y la acusación de fraude de la que finalmente sale absuelto, aunque sin la posibilidad de continuar con su empeño. La reflexión que plantea Tucker. Un hombre y su sueño desvela entre otras cuestiones la incapacidad de un entorno para asumir ideas novedosas, puede que arriesgadas y llamativas debido a la misma novedad que proponen, pero en todo caso ideas factibles capaces de transformar y mejorar el orden establecido tanto en la industria automovilística (contra la que se enfrenta Tucker) como en la cinematográfica (de la que se desligó Coppola), o en cualquier otro medio en el que primen valores inamovibles que busquen el beneficio inmediato sin contemplar aspectos relacionados con el avance, la calidad, el consumidor o los sueños de quienes, en su intento por llevarlos a cabo, se ven torpedeados, a menudo hundidos, por esa constante negativa a evolucionar por temor a perder lo ya logrado.
martes, 23 de septiembre de 2014
Sin tregua (2012)
domingo, 21 de septiembre de 2014
Terror en una ciudad de Texas (1958)
O Brother! (2000)
Ambientada durante la Gran Depresión, O Brother (2000) resulta una original y personal interpretación de La Odisea y, en menor medida y a modo de homenaje, de Los viajes de Sullivan (Preston Sturges, 1941), como confirma el título original O Brother, Where Art Thou? (nombre de la película que Sullivan pretende llevar a cabo en dicho film) Y como aquella magnífica propuesta de Sturges, O Brother presenta características de cine carcelario, de película de itinerario y de comedia, eso sí, con ciertos toques musicales, y todo ello para relatar desde el peculiar humor de los hermanos Coen el deambular de tres prófugos durante su accidentado recorrido por el estado de Mississippi de los años treinta. La supuesta finalidad de su ir y venir sería recuperar el botín que Ulysses Everett McGill (George Clonney), uno de ellos, asegura haber enterrado antes de entrar en presidio; pero ¿qué dos idiotas podrían creer las palabras de este marrullero que, a pesar de su verborrea, no iguala en sabiduría e ingenio a aquel aqueo a quien se le negó durante años el regreso a su añorada isla? Estos dos simplones no son otros que Pete (Tim Blake Nelson) y Delmar (John Turturro), sus compañeros de cadenas y de fatigas, que se dejan embaucar por quien, además del nombre, comparte con el héroe homérico la capacidad de adulterar la realidad para su beneficio, aunque también la nostalgia de su esposa. Esta separación obliga al pícaro, obsesionado con una marca de fijador capilar, a urdir el engaño que convence a sus compañeros y provoca que sus destinos dejan de estar en sus manos, si es que alguna vez lo habían estado, pues la escapada se convierte en una odisea plagada de contratiempos y de personajes tan extraños como ellos mismos. Así pues, durante su itinerario asoman tres hermosas sirenas, un gigante de un solo ojo, dos políticos corruptos en plena campaña electoral, un joven bluesman convencido de que ha vendido su alma al diablo o ese gángster a quien no le sienta nada bien que le llamen "Baby Face", porque dicho apodo le acarrea el conflicto emocional que merma su confianza para alcanzar el título honorífico de "enemigo público número uno" tan codiciado por aquellos años. Pero, volviendo al Ulises de los Coen, este se descubre contrario al Ulises griego, sobre todo en una cuestión de suma importancia: sus tretas nunca llegan a buen fin, de ahí que el encuentro con las tres sirenas de extremidades humanas se salde con la desaparición de Delmar (de nuevo en el correccional) o la conversación con el cíclope (John Goodman) concluya con una paliza en toda regla y con la sustracción del dinero obtenido por la grabación de un disco (que se convierte en superventas) y por su presencia durante el atraco al banco perpetrado por George "cara de niño" Nelson (Michael Badalucco) en uno de sus momentos de euforia. Finalmente este trío sin par en simpleza se reencuentra, y juntos se enfrentan al Klan, a un perseguidor que no cesa en su empeño por darles caza y a otros inconvenientes que no impiden que se presenten en el pueblo donde Penny (Holly Hunter), cansada de las promesas incumplidas de un embaucador sin tino, pretende contraer matrimonio con un pretendiente a quien considera un valor más seguro y estable. Similar a su ex con respecto a su homólogo griego, la sureña se opone a la imagen de aquella mujer homérica, paciente y acosada por pretendientes gorrones, que tejía de día y descosía de noche, a la espera de que su esposo regresase al hogar del que había partido dos décadas atrás por cuestiones de faldas según los más románticos o por intereses comerciales y estratégicos (que nada tenían que ver con deidades, helenas, paris o menelaos) según los más escépticos. Fuera como fuese la realidad de aquellos lejanos años de la Antigüedad, en la odisea de estos prófugos de la justicia no hay espacio ni para heroicidades ni para otra mitología que no sea la que forma parte de la depresión que domina el paisaje, las raíces y costumbres sureñas, el humor inteligente de los Coen o la amplia galería de pintorescos personajes que, a lo largo y ancho del polvoriento camino, entorpecen el paso del trío protagonista.
jueves, 18 de septiembre de 2014
Hoy empieza todo (1999)
lunes, 15 de septiembre de 2014
Beau Geste (1939)
Beau (Gary Cooper) es el primero de los tres en tomar una decisión que le obliga a abandonar el hogar, dejando tras de sí una nota de despedida en la que acepta la culpabilidad del robo para evitar que las sospechas recaigan sobre sus hermanos, de tal manera que estos continúen con sus vidas. Pero Digby (Robert Preston) no puede tolerar que se rompa el nexo que les une y no tarda en seguir los pasos del mayor de los Geste, lo mismo hace John (Ray Milland), después de despedirse de Isobel (Susan Hayward), a quien ama y de quien se separa porque la lealtad fraterna le impulsa a ello. Pero lo dicho hasta ahora carecería de sentido sin el excelente prólogo realizado por el director de Cielo amarillo (Yellow Sky, 1948), ya que Beau Geste arranca en un tiempo fantasmagórico que se ubica en la aridez del desierto que rodea a un puesto militar silencioso, casi espectral, en cuyo exterior se descubre a un grupo de legionarios entre quienes destaca la presencia de un corneta que solicita escalar el muro para investigar qué ha ocurrido en el interior del recinto. Este soldado no es otro que Digby, quien, segundos después de acceder a la fortaleza, desaparece sin dejar rastro, y solo en la parte final del film se encuentra la explicación para los hechos que en ese momento se omiten. La acción retrocede quince años y presenta a los tres hermanos jugando a ser héroes en mil y una batalla, una imagen que se perpetúa hasta su entrada en la legión extranjera, idealizada durante sus aventuras infantiles. Aunque allí, bajo el yugo del brutal sargento (arquetipo del villano lineal, en oposición a un héroe también unidimensional), su idealismo toca a su fin, pues la imagen romántica que se habían hecho de la legión (y de la vida) se rompe ante una realidad mundana, sádica y brutal, habitada por individuos como Markoff y por otros legionarios ajenos a la lealtad, al honor y a los sueños de gloria que concluyen definitivamente en un final que cierra de manera brillante este oscuro clásico de aventuras.
sábado, 13 de septiembre de 2014
El vals del emperador (1948)
Suena contundente, pero de todos los trabajos escritos por la dupla Wilder-Brackett, fuesen aquellos dirigidos por otros o por el primero, El vals del emperador (The Emperor Waltz) es sin paliativos el más irregular y el menos wilderiano. La contundencia no es mía, es del propio Billy Wilder, que prefería no hablar de este film o, en su defecto, referirse a él como un error del que no tenía nada más que decir. Si se observa la filmografía de Wilder, se descubre en ella a un cineasta moderno y mundano que miraba la realidad con descaro y la interpretaba dese su ironía, nada amable y ajena a los lujos y a la fantasía que dominan en una película como esta, de ahí que sus largometrajes, la mayoría, aborden temas poco o nada glamurosos que, en menor o mayor medida, esconden la crítica a la hipocresía social a la que se accede a través de las vivencias de hombres y mujeres que uno mismo podría encontrarse a la vuelta de la esquina o, simplemente, en el reflejo del espejo. Por contra, los ambientes lujosos por donde transitan los personajes acartonados de El vals del emperador se antojan más adecuados para directores como Mitchell Leisen y, sobre todo, para alguien como Ernst Lubitsch, acostumbrado a rodar comedias elegantes ambientadas en un París de ensueño, en reinos imaginarios o países centroeuropeos que, en muchos casos, presentaban características de las operetas en las que Wilder, a pesar de haber nacido en Galicia (en la actual Polonia) y vivido en Viena o Berlín, no estaba interesado. La ausencia de una idea acorde a intereses propios, provocó que Wilder no supiese dotar a esta comedia romántica, con pinceladas de musical, de su acidez reflexiva habitual, lo que provoca que, a medida que avanzan los minutos, el film pierda fuerza e interés, incluso para el más acérrimo admirador del genio de El apartamento. Aún así, el inicio de El vals de el emperador posee cierto atractivo y el acierto de presentar a cuatro personajes que el realizador empleó única y exclusivamente para introducir los flashback en los que se desarrolla la práctica totalidad de una historia ambientada en Austria en el siglo XIX, en la época de Francisco José I (Richard Haydn). La acción se inicia en uno de los palacios del emperador, en cuyo salón de baile suena la pieza de Johann Strauss (hijo) que da título a la película, allí se contempla a un grupo de nobles bailando, a la espera de la aparición del monarca. Sin embargo quien hace acto de presencia es un individuo cuyo atuendo choca con el lujo y la irrealidad que se respira en el ambiente, lo que provoca que el cuarteto de la alta sociedad centre su atención en él y observe desde la distancia la conversación que el desconocido mantiene con una aristócrata austriaca. Gracias a las palabras de los chismosos y a la vestimenta del recién llegado se comprende que Virgil Smith (Bing Crosby) no pertenece a ese mundo de ostentación en el que se introduce de forma clandestina, y que simplemente se trata de un vendedor oriundo de Estados Unidos que, tiempo atrás, llegó a ese espacio irreal para vender un gramófono al emperador. Pero, por casualidades y amoríos perrunos (parte de las escenas cómicas giran en torno a dos perros en los que se representan rasgos humanos), Smith se enamoró de la condensa Johana Augusta Franziska (Joan Fontaine), la misma mujer con quien discute en el presente y con quien en el pasado contactó desde el rechazo para posteriormente sustituirlo por una aceptación que no entiende de razas (en el caso de sus perros) ni de estamentos sociales (en el suyo). Sin embargo, los supuestos seres racionales plantean mayores problemas que los animales, pues aquello que resulta sencillo para la inteligencia canina se complica en la racionalidad humana, limitada o condicionada por miedos, prejuicios, dudas, suposiciones o cuestiones materiales como el nivel de vida al que el uno y la otra están acostumbrados. Pero El vals del emperador no logra ironizar ni profundizar en el enfrentamiento de clases del que Billy Wilder ofreció breves pinceladas humorísticas, como tampoco logra captar y mantener la atención del espectador, quizá porque nunca llega a interesar a la de su responsable, pues parece evidente que Wilder no sintió suya una película que de algún modo (quizá inconsciente) le sirvió para homenajear a Lubitsch, fallecido un año antes del estreno de esta comedia de la que será mejor no hablar.
viernes, 12 de septiembre de 2014
Brother (2000)
La mayor parte del metraje de Brother (2000) se desarrolla en suelo californiano, un espacio inusual para las producciones realizadas por Takeshi Kitano, aunque esta ubicación espacial no afecta al discurso del cineasta, más bien lo potencia, porque en ella se reafirma su peculiar sentido del humor, su estilo narrativo-visual y su gusto por desarrollar personajes silenciosos, incapaces de exteriorizar sus sentimientos y con aparente dificultad para asumir y experimentar relaciones afectivas. Estos rasgos que definen la personalidad de los individuos interpretados por el actor-director no impiden que los sentimientos y emociones existan más allá de la ausencia de palabras, como tampoco impiden que los lazos afectivos que surgen entre Denny (Omar Epps), un delincuente de poca monta, y Yamamoto ("Beat" Takeshi), un yakuza de escasa conversación a quien se descubre recorriendo las calles de una ciudad que no tarda en resultarle similar al espacio que ha dejado atrás. Aniki Yamamoto ha escogido la localidad californiana como su lugar de destino porque allí reside su hermanastro Ken (Claude Maki), un camello que malvive en compañía de tres colegas entre quienes se descubre a Denny, el joven a quien Aniki golpea al inicio del film, cuando desconoce que se convertirá en el centro de sus sentimientos fraternales gracias a una relación basada en los juegos de azar y los silencios que comparten. En este joven reconoce características similares a las de los hermanos que dejó tras de sí como consecuencia de la derrota de los suyos ante el clan rival que provocó su precipitada salida de Japón. Para hacer comprender la personalidad de este individuo recién llegado a suelo americano, el Kitano director se valió de un flashback en el que se expone la realidad en la que habría vivido hasta que las circunstancias le obligaron a abandonar su medio natural, donde transitaba por un espacio de delincuencia y violencia con el que se identifica por completo. Durante este lapso temporal se comprende que Aniki no duda a la hora de emplear la violencia, ya que para él, o para gente como él, morir y matar forman parte de una cotidianidad condicionada por el código de conducta que les hermana y les obliga a sacrificarse por sus iguales y por sus superiores, de ahí el gesto de Kato (Susumu Terajima) en el presente americano, cuando se quita la vida a cambio de que Ishihara (Ryo Ishibashi), el jefe de la mafia japonesa de Little Tokyo, acepte asociarse con el exiliado. En Brother se simboliza la caída de este gángster en su mundo como su muerte en vida, por ello, al llegar a los Ángeles deambula sin aparente interés, sin comprender el idioma y sin intención de adaptarse a un entorno con el que nunca se identifica, pero en el que no desaprovecha la efímera ilusión de resucitar antes de su fin, cuando, consciente de que todo se acaba, asume su condición de hermano, pero no de Ken, pues en este no encuentra al igual que sí halla en Denny, con quien comparte una relación que similar a la experimentada con sus iguales yakuzas.
jueves, 11 de septiembre de 2014
La maldición de Frankenstein (1957)
Dentro de los muros, Victor, violento y desquiciado, exige a un sacerdote que escuche la verdad de los hechos que se desarrollan a lo largo de la analepsis que ocupa la mayor parte del film. Durante este retroceso temporal se comprueba la obsesiva evolución del aristócrata en su afán por dotar de vida a una criatura muerta, pero su postura resulta contradictoria a este respecto, ya que si bien busca el modo de ofrecer la vida, no duda en quitarla para alcanzar su fin (asesina al profesor que ha invitado para apoderarse de su cerebro), lo que desvela su desdeño por la existencia humana tal y como él la comprende, ya que le resulta repleta de ataduras morales de las que se desentiende (de ahí su aislamiento del mundo exterior a su mansión) durante sus largos años de investigación al lado de su tutor Paul Krempe (Robert Urquhart). ¿Loco, visionario, amoral o un ser instintivo que prescinde de los límites de la ética para satisfacer sus deseos más primarios? Este "mad doctor" de la Hammer se desentiende de lo establecido, trasgrede costumbres y normas en su afán por convertirse en un ser supremo, controlador de vida y muerte, aunque, durante su trayectoria hacia el conocimiento (para él absoluto), se convierte en un esclavo de su inalterable necesidad de materializar la idea que le consume y lo convierte en el verdadero monstruo de la película. Ante el comportamiento de su amigo, Paul (la imagen de la aceptación) reniega de Frankenstein, aunque permanece a su lado para no alejarse de Isabel (Hazel Court), obligada por los convenios sociales a casarse con Victor, y siempre ajena a la verdadera naturaleza que se esconde en la mente de un científico más feroz y peligroso que la criatura (Christopher Lee) a la que concede el don de la vida, si así se le puede llamar a la condena que significa para el recién nacido una existencia no deseada y limitada por su creador. De tal manera, se comprende que la criatura es una víctima más del aristócrata que en el presente carcelario semeja delirar en su exposición de lo ocurrido, consumido por la desesperación que le provoca la inminencia de su propia muerte y la certeza de que nadie, ni siquiera Paul, cree en los motivos que le han llevado hasta allí, y que nunca llegan a saberse si son ciertos, pues la confesión (y por lo tanto las imágenes que la recrean) nacen de palabras subjetivas que podrían ser fruto de la locura que se ha apoderado de él.
miércoles, 10 de septiembre de 2014
La nave blanca (1941)
Aparte de entretenimiento, espectáculo o arte, el cine es un medio de expresión que conecta de inmediato con las masas, lo que provoca que sea idóneo para trasmitir y acercar ideas al espectador, aunque en ocasiones con la intención de condicionar o alterar su percepción y su pensamiento. Estas manipulaciones no son exclusividad de una postura ideológica concreta sino que se encuentra al servicio de aquellas que prevalecen en determinadas épocas y lugares. Uno de los periodos que mejor ejemplifican el fenómeno de propaganda política en el cine abarcó parte de la década de 1930 y la primera mitad de la siguiente; durante aquellos años, en diferentes latitudes del globo, se produjo el auge, el asentamiento y la caída de algunos sistemas políticos totalitarios, objeto de denuncia de las producciones de propaganda realizadas tanto en Hollywood como en Gran Bretaña, películas que, al tiempo que defendían su postura, criticaban y advertían de los peligros inherentes a los regímenes que regían el destino de países como Alemania, Italia, Japón o la España de aquel dictador que impuso el doblaje de las producciones extranjeras y la proyección de noticiarios subjetivos al gusto de su ideario. En estos y en otros países se realizaban producciones que se encontraban sometidas al control de los censores y al servicio de los intereses políticos del momento; pero, en la actualidad, aquellas mismas películas permiten evaluar y reflexionar acerca de las diversas interpretaciones e intenciones ideológicas, políticas y sociales de la época. De tal manera, en el presente, cualquier espectador dispuesto a ello puede realizar un visionado crítico, ajeno a las pretensiones de quienes deseaban condicionar a la opinión pública desde perspectivas que ensalzan una idea: la suya.