Beau (Gary Cooper) es el primero de los tres en tomar una decisión que le obliga a abandonar el hogar, dejando tras de sí una nota de despedida en la que acepta la culpabilidad del robo para evitar que las sospechas recaigan sobre sus hermanos, de tal manera que estos continúen con sus vidas. Pero Digby (Robert Preston) no puede tolerar que se rompa el nexo que les une y no tarda en seguir los pasos del mayor de los Geste, lo mismo hace John (Ray Milland), después de despedirse de Isobel (Susan Hayward), a quien ama y de quien se separa porque la lealtad fraterna le impulsa a ello. Pero lo dicho hasta ahora carecería de sentido sin el excelente prólogo realizado por el director de Cielo amarillo (Yellow Sky, 1948), ya que Beau Geste arranca en un tiempo fantasmagórico que se ubica en la aridez del desierto que rodea a un puesto militar silencioso, casi espectral, en cuyo exterior se descubre a un grupo de legionarios entre quienes destaca la presencia de un corneta que solicita escalar el muro para investigar qué ha ocurrido en el interior del recinto. Este soldado no es otro que Digby, quien, segundos después de acceder a la fortaleza, desaparece sin dejar rastro, y solo en la parte final del film se encuentra la explicación para los hechos que en ese momento se omiten. La acción retrocede quince años y presenta a los tres hermanos jugando a ser héroes en mil y una batalla, una imagen que se perpetúa hasta su entrada en la legión extranjera, idealizada durante sus aventuras infantiles. Aunque allí, bajo el yugo del brutal sargento (arquetipo del villano lineal, en oposición a un héroe también unidimensional), su idealismo toca a su fin, pues la imagen romántica que se habían hecho de la legión (y de la vida) se rompe ante una realidad mundana, sádica y brutal, habitada por individuos como Markoff y por otros legionarios ajenos a la lealtad, al honor y a los sueños de gloria que concluyen definitivamente en un final que cierra de manera brillante este oscuro clásico de aventuras.
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