Reconocido por sus labores de director artístico, William Cameron Menzies también tuvo sus momentos destacados como realizador, sobre todo dentro de la ciencia ficción cinematográfica, a la que aportó la indispensable utopía científica La vida futura (Things to Come). Además, en la década de 1950, rodó otras dos películas inscritas en el género: El laberinto (The Maze) e Invasores de Marte (Invaders from Mars), esta última un perfecto ejemplo de la paranoia que dominaba a parte de la sociedad estadounidense por aquellos primeros años de miedo a una posible invasión comunista (interna o externa), que el cine disfrazó de invasiones extraterrestres; a menudo marcianos de dudosas intenciones que se colaban en el planeta como parte de un plan para acabar con el modo de vida americano, e instaurar el suyo propio, algo que en Invasores de Marte se confirma desde el inicio, cuando el pequeño David (Jimmy Hunt) avista el platillo volante que desaparece bajo el arenal cercano a su casa. David, aficionado a la astronomía, advierte a sus mayores de lo que acaba de presenciar, y su padre (Leif Erickson), para calmar las inquietudes de su hijo, sale al exterior con la intención de comprobar que solo ha sido un sueño. Pero a su regreso el niño observa un cambio en el comportamiento paterno, ajeno a sentimientos o emociones (posteriormente descubrirá la misma ausencia en su madre), el cual provoca la certeza de que su padre actúa condicionado por ese ente extraño que se ha enterrado en las cercanías de su hogar. En Invasores de Marte la figura del pequeño alcanza una importancia inusual en este tipo de producciones, al ser David el protagonista exclusivo de la primera parte del film, aquélla en la que su mundo cambia como consecuencia de la intervención de marcianos que se apoderan de las mentes humanas, creando seres sin voluntad propia a quienes utilizan para alcanzar el fin que les ha traído hasta la Tierra. Lo más logrado del film acontece en los momentos durante los cuales el niño se percata de la realidad que le rodea, la misma que le desespera y que le lleva a advertir de los hechos (que han cambiado a su padre o a su vecina). Sin embargo, su alarma pasa por una alucinación fruto de su mente infantil, y allí donde se presenta nadie le toma en serio, cuestión que aumenta su angustia y su miedo, como denota su comportamiento en una minimalista comisaría que se antoja extraída de una pesadilla en la que el niño suplica que le permitan hablar con el jefe de policía, en quien observa la misma incisión en la nuca que ha visto en los demás autómatas, lo cual le confirma que también el agente ha caído en manos extraterrestres. Ante la imposibilidad que le rodea, David se desespera, más aún cuando le encierran en una celda a la espera de localizar a sus padres; no obstante, tras los barrotes surge un rayo de esperanza para él, al contactar con la doctora Blake (Helena Carter), la psiquiatra que le calma y le conduce hasta el profesor Stuart Kelston (Albert Franz). Así descubren que las palabras del muchacho no son fruto de su imaginación, como tampoco lo es su desesperación al recordar que sus padres continúan bajo el domino de los seres del espacio, igual que les sucede a todos aquellos que lucen la incisión en la nuca, prueba de la operación que altera sus comportamientos y les convierte en esclavos de una única mente pensante. Esta cuestión remitiría directamente a la amenaza comunista, que para algunos ya se encontraban dentro de la sociedad norteamericana (de ahí la caza de brujas), o si se prefiere a los invasores de Marte, capaces de alterar la conciencia de individuos como los padres de David, convirtiéndoles en seres fríos, carentes de emociones o sentimientos, violentos y peligrosos. Pero nada temas por tus padres, pequeño, que el ejército asume responsabilidades y envía al coronel Fielding (Morris Ankrum) y a sus muchachos para que se hagan cargo de la situación. Y es a partir de este momento cuando la entretenida propuesta de Menzies se desequilibra, ya que el niño pierde el protagonismo a favor de la marcialidad que se reúne alrededor del arenal de decorado, donde cualquiera que se acerque desaparece para convertirse en la marioneta de la mente alienígena que ha llegado a la Tierra para imponer su voluntad.
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