A pesar de que Cimarrón tiene el honor de ser el primer western en alzarse con el Oscar a la mejor película del año, cuestión que no volvería a suceder hasta Bailando con lobos (Dancing with Wolves, Kevin Costner, 1990), ni es una película redonda ni es propiamente dicho un film del género del oeste, que sí lo es la superior La gran jornada (The Big Trail, Raoul Walsh, 1930), superproducción que, contrariamente a ésta, resultó un sonado fracaso. Más que cualquier otra cosa, se puede decir que Cimarrón es un melodrama épico que abarca más de cuatro décadas en la vida del matrimonio Cravat, cuyo periplo vital se inicia en el año 1889 y concluye en 1931, tiempo más que suficiente para que se produzcan los cambios en el territorio de Oklahoma, que la pareja ayuda a crear y a convertir en un Estado. Al principio de la película se observa a miles de colonos que, expectantes, aguardan a que dé comienzo la carrera (posiblemente la mejor secuencia del film) con la que accederán a las tierras que poco antes pertenecían a los indios. Entre todos estos pioneros, ilusionados con un nuevo comienzo y sedientos de las riquezas que se abren ante ellos, destaca la figura de Yancy Cravat (Richard Dix), abogado, periodista, pistolero, aventurero y quién sabe cuántas cosas más. Este hombre, conocido por todos, tiene en mente una parcela que finalmente le es arrebatada por Dixie Lee (Estella Taylor), la joven a quien años después defenderá en un tribunal donde los prejuicios apunto están de condenarla por no ser un miembro respetable de la comunidad. Entre un hecho y otro se observa un vano intento de comicidad, sustentado en la tartamudez de uno de los personajes, se toca por encima la situación en la que quedan los indios o los hebreos representados en la figura de Sol (George E.Stone). Tampoco convence el personaje de Yancy, en constante lucha contra la injusticia y enfrentado a su amigo Kid (William Collier, Jr.), momento que marca el fin de una época, para dar paso a una nueva era en la que la violencia del far west es sustituida por el petroleo. Con el oro negro el progreso llega al territorio, la seguridad se afianza en sus ciudades, pero también provoca la ausencia de Yancy, inadaptado aventurero y soñador, incapaz de encontrar su lugar en mundo que ha ayudado a crear, pero con el que no se identifica porque no resulta como él lo había imaginado. De ese modo abandona a Sabra (Irenne Dunne), quien en su soledad intenta criar a sus dos hijos y sacar adelante el periódico fundado por su esposo, sin embargo esta mujer todavía no comprende aspectos como la naturaleza de Yancy (que regresará en un nuevo intento por encajar) ni la cantidad de prejuicios sociales que la dominan, y que dominan a los miembros respetables de la comunidad de la que forma parte. Cimarrón adaptó la novela de Edna Ferber, autora de otros textos que dieron pie a películas como Rivales (William Wyler y Howard Hawks, 1936), Trigo y esmeralda (Robert Wise, 1953) o Gigante (Giant, George Stevens, 1956), producciones en las que, al igual que en ésta, prevalece el drama, además de guardar puntos comunes entre ellas. Como sucedería tiempo después en la producción de George Stevens se descubre en Cimarrón el paso de los años en un matrimonio que, a pesar de amarse, se ve incapaz de alcanzar la plenitud que les prometía la juventud que quedó atrás, mientras se fueron sucediendo los cambios que desembocan en el nacimiento del Estado de Oklahoma. El film rodado por Wesley Ruggles se muestra irregular, con unas actuaciones entre las que destacada la de Irenne Dunne (era la segunda película en la que participaba), menos exagerada que Richard Dix, en cuya interpretación se deja notar sus orígenes como actor en películas mudas. Tres décadas después del estreno de este melodrama, Anthony Mann rodó una segunda versión, que sería recortada en su metraje y sufriría cambios que repercutirían en la historia, en los personajes y en el ritmo de un film que si bien funciona en sus primeros compases, no tarda en mostrarse como el peor western del autor de Tierras lejanas (Far Country, 1954); de hecho, Mann nunca escondió la insatisfacción que le produjo el resultado de una película que no pudo realizar como a él le hubiese gustado.
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