Un aeropuerto es un lugar perfecto para encontrar miles de vidas en transito, o a la espera de empezar una nueva. Además es un espacio donde trabajan cientos de empleados que, según el film de George Seaton, se entregan de tal manera que sus vidas personales a menudo quedan relegadas a un plano secundario. En dicha tesitura se encuentra Mel Bakersfeld (Burt Lancaster), el responsable de una de las compañías aéreas que opera en la terminal y un hombre que ha descuidado hasta tal punto sus lazos familiares que ya no tiene nada en común con su esposa (Dana Wynter). Esta perspectiva presentada por Seaton indica cual va a ser la constante de Aeropuerto (Airport), la primera de las películas de catástrofes que arrasaron en las pantallas de los cines a lo largo de los años setenta. Y como tal en ella ya se observan algunas de las principales características de este tipo de producciones: un reparto plagado de nombres conocidos, que habían sido o eran estrellas de la pantalla, historias entrecruzadas entre las que se encuentran de amor y desamor, la entrega y el sacrificio de individuos normales que se convierten en héroes, o el hecho o hechos que provocan la catástrofe que, en su gestación, fluye paralela al drama al que se ven expuestos los personajes. No obstante, Aeropuerto no es un film que se centre en el peligro no natural que les amenaza, sino en esas vidas cruzadas que se ven afectadas como consecuencia de un hombre, Guerrero (Van Heflin), que sube al avión con un artefacto explosivo de fabricación casera con la intención de volar el aparato con él en su interior. Para comprender los motivos que llevan al desequilibrado a tomar semejante decisión se le observa en su día a día, derrotado y convencido de que lo único de valor que puede ofrecer a su sacrificada esposa (Maureen Stapleton) sería el dinero de su seguro de vida, que pretende conseguir a costa de otras. Pero la historia nunca pierde de vista la relación sentimental y profesional entre Bakersfeld y la señora Livingston (Jean Seberg), quien no puede ocultar el sentimiento que su jefe despierta en ella. Del mismo modo, también se aprovecha la presencia de otra estrella de la época, Dean Martin, que encarnó al capitán Demerest, para abrir otro frente amoroso, en este caso entre el piloto y la auxiliar de vuelo Gwen Meighen (Jacqueline Bisset), que, a pesar de saber que el oficial de vuelo es un hombre casado y poco dado a asumir compromisos, no puede evitar el amor que siente. Otro de los puntos en los que se centra la película, quizá el más interesante, se encuentra en la tormenta que asola la ciudad, la cual congela las pistas e impide que los aparatos puedan aterrizar, hecho que obliga al ingeniero Patroni (George Kennedy, asiduo en la saga) a dejar a su esposa cuando empezaban a ponerse tiernos para presentarse en la pista donde un avión ha quedado atascado entre tanta nieve. Aeropuerto resulta un film demasiado irregular, circunstancia que también se observa en sus secuelas, y en la gran mayoría de las producciones catastróficas de los años setenta, ya fuesen naturales como Terremoto (Mark Robson, 1974) o provocadas por los humanos como pasa en este film. De tal manera que la fórmula se iría agotando hasta El día del fin del mundo (James Goldstone 1980), dejando de ser un reclamo para el público, que durante toda la década siguiente prefirió otro tipo de cine de evasión. Aunque, pasado el primer lustro de los noventa, volvería a producirse un nuevo rebrote o intento de explotar las catástrofes en producciones como Un pueblo llamado Dante's Peak (Roger Donaldson,1996), Pánico en el túnel (Rob Cohen, 1996), Twister (Jan de Bont, 1996), Volcano (Mick Jackson, 1997), Titanic (James Cameron, 1997) o Deep Impact (Mimi Leder, 1998).
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