La voz de Keiko (Hideo Takamine), conocida por su trabajo de mamasan, explica que existen tres niveles dentro de su profesión. En el primero se encuentran las mujeres que ganan lo suficiente para regresar a casa en automóvil, el segundo lo ocupan aquellas que lo hacen en autobús mientras que el tercero lo forman las chicas que ganan menos dinero y regresan a sus hogares acompañadas por los clientes de los locales donde trabajan. Mamasan sabe de qué habla, ella regenta un bar donde los hombres acuden a divertirse después de la jornada laboral. En su local beben e intiman con las chicas que los atienden mientras Keiko piensa en cuanto detesta su profesión, pero no puede rendirse, ya que se gana la vida con las propinas que le dejan sus clientes, cantidades insuficientes para asumir los gastos que se acumulan y que aumentan al tener que hacerse cargo de los problemas financieros de su hermano y de la comodidad de su madre. La existencia de mama resulta solitaria y decepcionante, sin embargo no expresa sus preocupaciones, las interioriza y acepta que su realidad pasa por mostrarse guapa, amable y sonriente, porque así se lo exige su profesión. Han transcurrido muchos años desde la muerte de su marido y desde el día que empezó a trabajar para sobrevivir, pero nada ha cambiado desde entonces, cada noche la misma rutina de subir las escaleras que le conducen al interior del night club, donde bebe al tiempo que atiende a las palabras de sus clientes. Y cada noche, el mismo regreso al hogar, la misma soledad y las mismas inquietudes que no logra calmar. El mundo por donde se mueve Keiko resulta duro en extremo, pero también competitivo, a pesar de ello, nunca se rinde y sobrevive desde la entereza y la dignidad que la convierten en una especie de heroína anónima dentro de un entorno que le permite pocas opciones, ella siempre rechaza las propuestas que atente contra su dignidad, de igual modo que no se acuesta con los clientes, ni acepta dinero fácil para abrir su propio local. En Cuando una mujer sube la escalera (Onna ga kaidan wo agaru), Mikio Naruse, otro de los grandes cineastas japoneses, describió a la vez que profundizó en la vida cotidiana de esas miles de chicas que alegran a los clientes que buscan divertirse al tiempo que olvidar sus vidas cotidianas, pero que no tienen en cuenta los sentimientos de mujeres como mamasan, cuya honestidad y entereza supera a la de cuantos la rodean, rasgos fundamentales de una personalidad que enamora a kenicho Komatsu (Tatsuya Nakadai), el director del local, cuya pasión silenciosa no puede ser correspondida porque, para Keiko, solo existe Fijisaki (Masayuki Mori), el único hombre a quien podría entregarse, rompiendo de ese modo con el juramento escrito en la carta que enterró con su marido. Sin embargo, la resignación es su sino, como también lo es continuar subiendo la escalera.
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