Tlayucan (1962)
El
pensamiento de Luis
Alcoriza,
uno de los nombres más representativos del cine mexicano, ya fuese
como colaborador habitual en los guiones de Luis
Buñuel en
su etapa mexicana (con quien guarda ciertos aspectos ideológicos
comunes), o en sus films en solitario, quedó perfectamente
plasmado en sus mejores películas, como es el caso de Tlayucan,
una comedia dramática que presenta a una sociedad poco solidaria,
que prefiere adorar a la imagen de Santa Lucía (virgen patrona, a la
que agasajan con perlas), o vigilar a una piara de cerdos, que ayudar
a un vecino (amigo) en los momentos en que éste precisa dinero para
salvar la vida de su hijo. Eufemio Zárate (Julio
Aldama)
no roba la perla que pertenece a la imagen de la santa, sino que ésta
se la entrega como un milagro ante sus rezos. Pero el descubrimiento
del delito provoca que los conciudadanos de Eufemio se vuelvan en su
contra, sin percatarse de que solamente ha actuado por la imperiosa necesidad de obtener los medicamentos que salven a su hijo (Juan
Carlos Ortíz).
Obligado por su condición de pobre, por la falta de ayuda de su
supuestos amigos y animado por el convencimiento de que la virgen ha
obrado un milagro, toma la perla para un un fin más loable que
llenar los bolsillos del párroco, pero los habitantes del pueblo no
muestran comprensión ante el grave problema que se cierne sobre la
familia Zárate, y sí una intolerancia que a punto está de acabar
en el linchamiento de Eufemio, pero que no se produce gracias a la
intervención de un cura (Jorge
Martínez de Hoyos)
que explica que esa no son maneras, que lo importante es encontrar la
piedra sustraída y, posteriormente, engullida por un gorrino. Antes y después del
robo, los personajes muestran su naturaleza, así se puede observar
como el cura, supuesto guía espiritual de la comunidad, únicamente
piensa en el tributo que se le debe entregar a la virgen, y quien no
lo haga aparecerá en la lista pública, para que éstos se
avergüencen al ser evidenciados ante sus vecinos; cuestión que don
Tomás (Andrés
Soler)
no acepta, y se presenta en la iglesia para mostrar su protesta. Don Tomás se deja guiar por su desengañado, siempre se
muestra arisco, juzgando al pueblo de cruel y cínico, lo cual provoca
que parezca un individuo ruin, pero sus actos salvan al hijo del
matrimonio, aunque sea por beneficio propio, porque desea volver a
ver guapa a Chabela (Norma
Angéica)
(la madre desesperada), puesto que ella es la alegría para sus ojos
lujuriosos. Éstos no son los únicos que se comportan de
un modo más reprochable que el del supuesto ladrón, porque Prisca
(Anita
Blanch),
mujer devota y pudiente, emite juicios negativos sobre sus vecinos,
escondiendo en ellos sus frustraciones de soltería, a la espera de
que se produzca el milagro de encontrar a ese hombre que calme su
ansiedad. Esta mujer es el objeto de deseo de Matías (Noé
Murayama),
un invidente que sólo piensa en sí mismo (como el resto), a la
espera de que Santa Lucía obre el milagro
que nunca llega, al menos no el que él espera. El universo
insolidario de Tlayucan no
esconde su evidente crítica social, que se descubre de manera
excepcional desde el humor negro y el drama que profundiza en la
interioridad de unos personajes que muestran una falsa imagen cara el
exterior, pero que no pueden escapar de su verdadera naturaleza, la cual se descubre mientras Eufemio y Chabela piden ayuda, y en su lugar
encuentran el rechazo, el egoísmo y la incomprensión de unos
vecinos que les dan la espalda, porque los problemas del matrimonio no son los suyos.
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