El Álamo (1960)
En manos de John Ford, El Álamo (The Alamo, 1960) habría sido una película distinta y, presumiblemente, mejor que el film resultante. El proyecto, que interesaba al director de Centauros del desierto (The Searchers, 1956), cayó en manos de John Wayne, empeñado en dirigir esta epopeya bélica en la que ciento ochenta y cinco hombres resisten el asedio de miles de soldados del ejército mexicano del general Santa Ana (aunque se deja notar la influencia de Ford en algunos aspectos del film). Y así, en su empeño y en su poder de estrella y productor, se produjo su debut detrás de las cámaras; años después dirigiría un segundo film bélico, en este ocasión ambientado en Vietnam, menos logrado y más panfletario: Los boinas verdes (The Green Berets, 1968). La estrella enfocó la historia desde el enfrentamiento entre buenos y malos, haciendo hincapié en palabras como libertad e independencia, las cuales suenan constantemente en boca de quienes defienden la antigua misión española reconvertida en fuerte. Posiblemente, en manos de Ford no se hablaría con tanta simpleza de conceptos como el bien o el mal, uno de los grandes errores de John Wayne a la hora de desarrollar la historia, que se muestra como una resistencia a muerte contra la opresión, casi sin profundizar en otras cuestiones, porque a Wayne solo parecía importarle ofrecer esa imagen que ensalzase la bravura de los hombres de "El Álamo", sin apenas entrar en otros pormenores que aumentarían el atractivo de cuando asoma en la pantalla. Ejemplo de aburrimiento narrativo lo encuentro en el forzado y cansino enfrentamiento entre el coronel Travis (Laurence Harvey) y Jim Bowie (Richard Widmark), o la también en la partida de las mujeres y los niños de la misión, dejando tras de sí a sus valientes familiares; un momento que, pretendiendo ser sensible y emocional, resulta sensiblero.
El relato de El Álamo se inicia con Sam Houston (Richard Boone) encomendando a Travis la tarea de frenar el avance de las tropas de Santa Ana, con la intención de conseguir el tiempo necesario para reunir un ejército que pueda combatirlas, y así alcanzar la ansiada independencia de Texas. De este modo, el destino de Texas se encuentra en manos de un puñado de hombres mal equipados y poco disciplinados, pero que creen en lo que hacen, como también lo cree David Crockett (John Wayne), consciente del significado de ese momento que cambiaría la historia de Texas. Cuando Crockett llega a San Antonio de Vejar lo hace acompañado por cuarenta fieles y valientes hombres de Tennesse que desconocen sus intenciones, pero que no tardan en descubrirlas y hacerlas suyas. Por si no quedase suficientemente claro, el famoso congresista expone sus ideales mediante un discurso moralista que ofrece a la viuda (Linda Cristal) de la que se enamora; no obstante, dicho alegato parece dirigido a un público más numeroso, a quien trata de convencer de su decisión y del por qué de su lucha por la libertad. El sueño de la República de Texas pasa por el sacrificio de esos ciento ochenta y cinco valientes, cuya misión consiste en frenar a un ejército de siete mil hombres, hecho a priori imposible, pero, como se demuestra a lo largo del film, factible gracias al sacrificio, al esfuerzo y a la convicción de todos y cada uno de aquellos que luchan por una idea que significa más que sus propias vidas. Pero el deseo de John Wayne de remarcar lo obvio y desatender los aspectos íntimos perjudicaron el resultado final de un film que no necesitaría forzar una y otra vez la misma idea, pues ésta ya queda clara desde el primer momento.
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