Los santos inocentes (1984)
Parte de la obra literaria de Miguel Delibes ha sido adaptada a la
pantalla con mayor o menor acierto por cineastas como Ana Mariscal en El camino, Luis Alcoriza en La sombra
del ciprés es alargada, Antonio Mercero en La guerra de Papá o Antonio Giménez Rico en El disputado voto del señor Cayo y Las ratas. Pero quizá haya sido Mario Camus el más acertado a la hora de dar forma cinematográfica al
universo del escritor vallisoletano. La adaptación de Los santos inocentes (1981) realizada por Camus expone desde el realismo un régimen social casi feudal en la España rural de la
década de 1960. Los santos inocentes (1984) se inicia en un momento inexistente en la novela que presenta a dos de los protagonistas: El Quirce (Juan Sánchez) y la Nieves (Belén Ballesteros), los hijos
de Paco, el bajo (Alfredo Landa) y Rémula (Terele Pávez), a partir del cual la
historia se traslada al pasado, regresando en determinados momentos a
ese presente que muestra qué fue de los personajes. <<A mandar
que para eso estamos>> es una frase que se repite y define a la perfección
la situación de rodea a Paco y familia, personas condenadas
a servir, casi como esclavos, a la señora marquesa (Mary Carrillo) y al señorito Iván (Juan
Diego), quienes consideran inalienable su "derecho" de tratar a sus empleados como seres inferiores. Paco, el bajo y Rémula hace tiempo que han aceptado su condición, porque probablemente nunca se han planteado otro tipo de existencia para ellos, sin embargo piensan en un futuro mejor para sus
hijos, lejos de un mundo anclado en ideas ancestrales; no obstante ceden ante las pretensiones de los
señoritos cuando acatan que la Nieves entre al servicio de don Pedro
(Agustín González), el administrador de la finca, y esposa (Agata Lys), amante de Iván. <<Ver, oír y callar>> advierten Paco y Rémula a la Nieves cuando ésta les cuenta lo que ocurre en la casa grande, tres verbos que remarcan su sometimiento a ese presente injusto y el
alejamiento de ese futuro mejor para sus hijos.
El
presente cinematográfico muestra a la Nieves lejos del cortijo,
empleada en una fábrica de conservas y con la firme intención de no
regresar jamás a aquel lugar que le vio crecer, donde las personas
como ella son tratadas como una posesión más dentro de ese universo estamental en el que se muestra la estoica dignidad de los siervos y los abusos de la clase privilegiada. La injusticia social se aprecia en todo momento, ya sea cuando uno de esos señoritos expulsa al Azarias (Francisco Rabal) de sus dominios después de toda una vida en la jara a su servicio o cuando Paco, el bajo sufre el accidente durante una de las cacerías sirviendo de "secretario" del señorito Iván. Azarias es un
santo inocente cuya mente no coordina como la de los demás, cuestión que no afecta a su capacidad emotiva, la misma que intenta llenar con la presencia de la Niña Chica o de su
“milana, bonita”, un pájaro que le permite ofrecer el cariño
que no ha recibido a lo largo de su vida, pero que le será arrebatado por un capricho del señorito. Los sentimientos de los
siervos no son tenidos en cuenta por unos "amos" que no ven en ellos más que a objetos (o bestias) que deben
agradecer sus atenciones y acatar su ficticia superioridad. El comportamiento del señorito Iván representa una ideología que se niega al cambio, porque éste atentaría contra sus intereses, por eso cuando Paco se tronza la pierna no piensa en el herido,
sino en sí mismo y hace oídos sordos a la recomendación del doctor (porque la mula es suya), anteponiendo su necesidad de sentirse superior durante la caza a la salud de su "sabueso humano". Los santos inocentes se ganó un puesto dentro de los clásicos
de la cinematografía española no solo por lo que cuenta y como lo
cuenta, sino por las excepcionales actuaciones de sus actores,
destacando la presencia de Francisco Rabal, Alfredo Landa (ambos compartieron el premio al mejor actor en Cannes), Terele Pávez y Juan
Diego, cuatro actores que hacen creíbles a unos personajes que transmiten aquello que se esconde o se muestra en las líneas escritas por un narrador tan genial como lo fue Delibes.
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