La sensibilidad de Yasujiro Ozu para profundizar en sus personajes es una de las más sobresalientes de la historia del cine, su enfoque transmite más de lo que se dice o se muestra a simple vista, cuestión que se aprecia a la perfección en la emotiva y reflexiva Memorias de un inquilino (Nagaya Shinshiroku), también conocida como Historia de un vecindario. La aparición de Tashiro (Chishu Ryu) con un niño (Hohi Aoki) que deambulaba perdido por las calles inicia el periodo de cambio en Tané (Choko Iida), aunque este se hace esperar, pues, tanto ella como el resto de sus vecinos, rechazan al muchacho al tiempo que se muestran solitarios, poco dispuestos a cambiar sus hábitos, dominados por un pesimismo que les aleja de sentimientos afectivos. El pequeño observa sin hablar, mientras, escucha como nadie desea hacerse cargo de él y, por lo que puede deducir de las conversaciones de los adultos, su presencia resulta una molestia. Finalmente, tras un sorteo fraudulento, cae en manos de esa mujer que no muestra más que antipatía. Tané pronuncia palabras de gran dureza, entre las que juzga al padre del pequeño (Ettaro Ozawa) por haberle abandonado, sin saber si esa es la realidad o si se trata de un hecho accidental. Parece que la viuda descarga sus pesares en las constantes reprimendas que dirige a su invitado a la fuerza, con quien se muestra severa cuando cree que se ha comido sus dulces, aunque tampoco podría asegurar que haya sido éste o su vecino; mientras, el niño no puede más que continuar callado o desahogarse con sus lloros. La estancia del pequeño en el hogar de la mujer muestra una evolución silenciosa, basada en la compañía y en la caída del velo de soledad que cubre los ojos de la viuda, quien sin darse cuenta se encariña con su pequeño inquilino, el cual desaparece después de volver a orinarse sobre el colchón, ya que no ha olvidado la amenaza realizada por Tané cuando se produjo su primer húmedo accidente. Memorias de un inquilino (Nagaya Shinshiroku) contiene una sinceridad que llega hasta lo más hondo del alma; desde la sencillez de Ozu, con sus silencios, sus planos largos, capta todo cuanto sucede en el interior y en el exterior de sus personajes, sobre todo dentro de esa mujer que se aparta de su soledad gracias a la irrupción del niño extraviado. En una sola semana de convivencia su interior brilla de nuevo, un cambio que se contempla de modo soberbio cuando desaparece el pequeño; y conversando con su amiga (Mitsuko Yoshikawa) descubre sus sentimientos, como también se descubre la felicidad en su rostro cuando el inquilino reaparece de la mano de Tashiro. El final de film plantea la gran cantidad de niños abandonados o huérfanos que necesitarían a alguien como Tané, alguien que les ofreciese el hogar que no encuentran, sobre todo en tiempo de posguerra, cuestión que se presenta cuando las imágenes muestran a un grupo de muchachos callejeros a la espera de una familia que les conceda ese calor humano que no se encuentra en las calles, el mismo con el que ellos llenarían a personas solitarias como Tané.
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