El patetismo que presentan las dos parejas de Un dios salvaje (Carnage) es igual a su desencanto y a su apatía, estos cuatro personajes están a punto de explotar, y no por la cuestión que les ha reunido y que les ha permitido conocerse. Roman Polanski adaptó la obra teatral de Yasmina Reza convirtiéndola en una narración plenamente cinematográfica, ajustando el tiempo para que la acción no decaiga ni se convirtiera en una repetición de lo expuesto. Penelope (Jodie Foster) y Michael Longstreet (John C.Reilly) han invitado a su casa a los padres del niño que golpeó a su hijo; la intención sería la de hablar del asunto y mediar entre los niños para que no vuelva a repetirse el altercado, sin embargo, desde el primer momento que aparecen junto a Nancy (Kate Winslet) y Alan Cowan (Christoph Waltz) la situación parece escaparse de las manos, aflorando sensaciones y sentimientos que han escondido hasta entonces. Los cuatro adultos quieren mostrar su coherencia y su capacidad de reflexión, pero no pueden esconder lo absurdo de su comportamiento, porque la realidad que les domina es la misma que tratan de ocultar. La acción transcurre en el interior de la casa de los Longstreet, casi siempre en esa sala en la que Nancy vomita y en la que ahoga el teléfono móvil al que su marido siempre se encuentra pegado; allí, entre esas cuatro paredes, la tensión aumenta y parece anunciar un enfrentamiento parecido al de sus hijos, produciéndose un alejamiento total de las intenciones iniciales, hecho que permite descubrir el vacío y las diferencias existentes dentro de los dos matrimonios. El excesivo cuidado de la apariencia que muestran en los primeros instantes no tarda en ser sustituido por las acusaciones mutuas y las alusiones ofensivas que demuestran que no sólo los críos son capaces de pelearse por cuestiones que pueden ser triviales; pues ellos, adultos que se creen maduros e inteligentes, no tardan en dejar que surja una imagen más retorcida de sí mismos. Las actuaciones de los cuatro actores hace creíble y sencilla una situación que podría haber caído en tópicos y en excesos gratuitos, en la cual ambos matrimonios han perdido el rumbo de su relación, comprobándose que la pelea infantil no sería más que una escusa para alejarse de una frustración que no les abandona y que esconden detrás de una racionalidad fingida (e inútil); de este modo se observa como el acercamiento (distanciamiento) entre ambas partes no deja de ser una competición por mostrarse más cívicos que la pareja rival, lo cual crea circunstancias, al mismo tiempo divertidas y patéticas, que sacan a la luz los reproches y las desilusiones escondidas por cada uno de los presentes. Un dios salvaje (Carnage) es una reflexión inteligente, divertida y muy interesante desde el punto de vista emocional del comportamiento de sus protagonistas, personas reconocibles que han visto como la mitad de sus vidas han quedado atrás sin haberse atrevido a exteriorizar sus miedos, sus frustraciones o sus deseos, dominados por una incomunicación que les impide arreglar un presente que no resulta como habían pensado, además de presentarse ante ellos un futuro lleno de dudas que no se atreven a responder.
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