La necesidad de superar sus problemas financieros convenció a Francis Ford Coppola para retomar los personajes creados por Mario Puzo, y así ofrecer una tercera entrega de la saga familiar iniciada en El Padrino (The Godfather, 1972), dieciséis años después de estrenarse la segunda parte. El Padrino parte III (The Godfather part III, 1990) se inicia con una celebración en la que Michael Corleone (Al Pacino), rodeado de viejos conocidos y nuevos rostros, recibe la orden de San Sebastián, la condecoración más importante que la Iglesia Católica concede a un seglar. Pero lo más importante para el jefe de la familia no es la medalla que le entregan, sino encontrarse en una posición inmejorable para alcanzar el sueño que siempre ha perseguido: abandonar los negocios ilegales y convertir a los Corleone en una familia respetable. Para conseguirlo, Michael llega a un acuerdo económico con el arzobispo Gliday (Donal Donnelly) para adquirir el control de Inmobiliare, una empresa que si le perteneciese le convertiría en el hombre honrado que desea ser. El sueño de Michael sólo es eso, una ilusión que no es real, porque existen lazos de su pasado que todavía no ha roto, como atestigua la presencia en la fiesta de Don Altobello (Eli Wallach) y de Joey Zasa (Joe Mantegna), el hampón chulesco que dirige los negocios que antes pertenecían a los Corleone. El Padrino parte III (The Godfather part III) muestra a un hombre que, a pesar de haber salvado a la familia en el pasado alcanzando la cima del poder, siempre ha perdido al tener que sacrificar su humanidad y sus deseos personales, una contradicción entre lo que quiere y lo que hace, como ocurrió cuando ordenó la muerte de su hermano, crimen que no puede olvidar y que ha marcado su infierno. Michael pretende desligarse de sus errores pasados porque no quiere perder a sus hijos, ni que se vean amenazados por la suciedad y violencia que le han convertido en quien es. Ha tenido mucho tiempo para pensar en los fantasmas que le persiguen y aceptar que para él no existe redención; sin embargo, su entrevista con el cardenal Lamberto (Raf Vallone), futuro Juan Pablo I, le proporciona un respiro que le hace creer en una ligera esperanza de recuperar parte del Michael de su juventud. Pero por mucho que desee e intente enderezar su rumbo y el de la familia, el pasado que pretende cerrar y dejar atrás le atrapa y obliga a volver. El Padrino parte III (The Godfather part III) avanza similar a la primera entrega de la saga, mostrando a un padrino cansado, a quien traicionan y a quien casi eliminan durante el atentado en un hotel de Atlantic City, pero del que sale ileso gracias a la intervención de Vincent Mancini (Andy Garcia), el hijo bastardo de Sonny, a quien Michael acaba de tomar bajo su protección para que observe y aprenda, porque en la mente del padrino se gesta la idea de que Vincent podría ser quien le sustituya. Y eso está a punto de ocurrir antes de lo previsto, cuando Michael sufre una ataque de diabetes que obliga a Connie (Talia Shire) y a Vincent a tomar una decisión que el cabeza de familia censura tras su recuperación, y lo hace por dos cuestiones: la primera porque no ha dado la orden y la segunda porque la experiencia le dice que Joey Saza no se atrevería a un ataque como el que se produjo en el hotel sin contar con el apoyo de alguien más poderoso, alguien que sí se atrevería a enfrentarse a él y a los demás jefes. El imposible de Michael siempre ha girado en torno a su familia, ya fuese su amor filial hacia su padre, su amor marital hacia Kate (Diane Keaton), con quien nunca podrá regresar a pesar de su deseo, o el paternal que siente por su hija Mary (Sofia Coppola), una joven que le adora, pero que se enamora de Vincent, cuestión que Michael no puede permitir, sobre todo porque resulta muy peligroso para su pequeña. La compleja trama expuesta por Francis Ford Coppola y Mario Puzo especula con hechos reales sucedidos en 1979, mostrando el hipotético asesinato del Papa Juan Pablo I a manos de los hombres que también pretenden eliminar a Michael Corleone, quien cierra su ciclo asistiendo a la ópera donde su hijo Anthony (Franc D'Ambrosio) debuta como cantante, dando pie a un final desgarrador en el que el padrino pierde su última esperanza mientras desciende las escaleras del teatro Massimo de Palermo.
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