miércoles, 18 de enero de 2012

Gunga Din (1939)



Vemos las películas del ayer en el ahora, y las juzgamos como si fuesen hechas hoy. Lo primero es inevitable, lo segundo algo a evitar, y que exige prescindir de lecturas revisionistas, de lo que hoy se considera correcto e incorrecto, de reducirlo todo a una cuestión de tecnología o de “viejo” y “nuevo”. El cine nació como experiencia y documento, pero encontró su camino en la fabulación y la imaginación. Conquistó y triunfó visualizando cuentos, historias, bromas, fantasías, golpes y porrazos. El cine de Hollywood tomó ese camino y en la década de 1930, con el cine sonoro, sus aventuras seguían siendo juego y cuento. Pongamos que esto fue así hasta la Segunda Guerra Mundial. Aquel Hollywood de la época dorada, el del sistema de estudios, no pretendió ser realista, ¿para qué, si sabían que el cine no era la realidad, sino una mezcla de imágenes y sonidos (ya en el sonoro) que debían producir risas, lágrimas, dinero, arte y fiesta? ¿En qué proporción? Todavía no lo tengo claro. El reconocimiento de su irrealidad no niega que algunas películas pudiesen hablar de la realidad. No es el caso de Gunga Din (1939), que escapa de cualquier intención realista. Sería una estupidez mirar este film de George Stevens buscando en él lo que no es, de ahí que intente recuperar la mirada del ayer para ver lo expuesto por Gunga Din como lo que un día fue (y pienso que todavía es): una invitación a regresar a la infancia, a un tiempo de fantasía donde los buenos vencen a los malos, sin plantearse el porqué unos son héroes y otros villanos. Hay amigos y enemigos, un aguador que sueña dejar de ser la “mascota del regimiento”, el último entre los últimos, y convertirse en soldado, aventura, humor, peligros y la seguridad de vencerlos, por muy difíciles que sean los escollos a superar. Es cine de aventuras, que nos traslada a la India y a la época victoriana, en ambos casos, ajenas a las distintas realidades históricas del momento y lugar que el celuloide fantasea. Para el cine es sencillo regresar atrás en el tiempo y viajar a cualquier lugar del mundo sin necesidad de moverse de los estudios o apenas trasladándose unos kilómetros. Es la ilusión de creer por un instante, de recuperar la mirada inocente, más allá de saber que todo es mentira, pero una de la que queremos ser cómplices, pues ¿qué son los cuentos, sino mentiras creadas a partir de realidades o de sueños, que alguien nos cuenta para entretenernos, divertirnos, emocionarnos…?


Este tipo de aventuras colonial tuvo su mayor esplendor en la década de 1930, y Gunga Din es uno de sus máximos exponentes, quizá el más desvergonzado y caricaturesco. Como en otras películas del estilo, los héroes, leales, pendencieros, simpáticos, suelen ser miembros del ejército colonial inglés, el cual se encuentra amenazado por las revueltas tribales en las que poco importa que los insurrectos intenten defender sus tierras o su independencia. Eso no importa a Gunga Din, porque su finalidad es lúdica; trata de divertir, de fantasear un entorno y situaciones que se alejan de la realidad para ser el instante de aventura que exige la complicidad de volver a ese estado de inocencia que, décadas después, Steven Spielberg reviviría en su saga Indiana Jones. Los héroes de Stevens no son arqueólogos, son tres sargentos inseparables, que podrían pasar por una versión de los tres mosqueteros de Alejandro Dumas (padre), y Gunga Din (Sam Jaffe), un "insignificante" aguador, cuya máxima sería convertirse en soldado. A pesar de que Gunga Din es el título de la película y de uno de los poemas más famosos escritos por Rudyard Kipling, la historia no se centra en este personaje, sino en la amistad y en las aventuras de esos tres sargentos que ven amenazada su unión porque Ballantine (Douglas Fairnbanks, Jr.) está  a punto de licenciarse y, lo que es peor, al menos eso piensan sus camaradas, a punto de casarse con Emmy (Joan Fontaine), aunque les daría igual de quien se tratase. Los tres forman un trío indisciplinado, cabezota y marrullero, características que no ensucian el halo heroico y generoso pretendido por Stevens, pues sus protagonistas siempre se encuentran dispuestos a sacrificarse por un amigo o por el regimiento. Como héroes de celuloide, luchan sin perder la sonrisa ni su sentido del humor, pero no son invencibles y necesitarán la ayuda de ese aguador que pronto formará junto a ellos el cuarteto que se enfrentará al Guru (Eduardo Ciannelli) y a sus fanáticos estranguladores.


La presencia silenciosa de Gunga Din ha pasado desapercibida para todos salvo para Cutter (Cary Grant), quien lo descubre realizando la misma instrucción que los soldados. Desde ese instante Cutter mantiene una relación más personal con él, quizá porque le ha caído simpático o quizá porque le ha señalado el paradero de un templo de oro; y sabiendo como es este sargento, no sorprende que la codicia le tiente y se adentre en el templo de los asesinos que rinden culto a la diosa Kali, los mismos que están sembrado de cadáveres la zona. Tras haber conseguido, mediante medios nada ortodoxos, que Ballantine les acompañe en la misión, Cutter va más allá e, inconscientemente, consigue al caer prisionero que su amigo se reenganche para poder salvarlo, condición que McChesney (Victor McLaglen) le exige para mantener el grupo unido. También gracias a la valentía de Cutter, Gunga Din escapa y advierte a los dos amigos del peligro que corre el tercero en discordia. Sin pensar en las consecuencias acuden al rescate, tampoco tienen en cuenta que sólo son dos soldados y un aguador frente a centenares de asesinos que les aguardan, como también esperan al grueso del ejército británico; y ese será el momento en el que brille la figura de Gunga Din, porque él se convierte en el héroe que se sacrifica por sus amigos y por el sueño de ser un buen soldado. La aventura expuesta en pantalla rebosa peleas, humor, camaradería y otros elementos necesarios, como un buen villano, para realizar un entretenimiento que en su momento sería una diversión por todo lo alto, incluso ahora lo es, aunque, para los ojos del siglo XXI, haya perdido parte de su frescura y de su impacto visual, pero esa es una cuestión que se supera siempre que se acepte la invitación de tres soldados imposibles, héroes de fantasía, pero esto ya depende de la elección de quien mira.



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