Suena cursi decir que una película es una digna propuesta, pero 13 asesinos (Jûsan-nin no shikaku, 2010) es la digna propuesta en la que Takashi Miike ofrece su visión violenta del cine de samuráis. Lo hace condicionado por películas tales como algunas de las grandes obras de Akira Kurosawa, sobre todo se descubre en 13 asesinos mucho de los Los siete samuráis, y de la trilogía Samurái de Hiroshi Inagaki; films a los que rinde homenaje en esta espectacular versión de la película homónima rodada en 1963 por Eiichi Kudo. Existen apuestas que implican un alto riesgo, siendo la vida el límite del juego propuesto. Shinzaemon Shimada (Kóyi Yakusho) ha aceptado el reto más importante de su vida, y lo ha aceptado no por la orden o por su condición de samurái, lo ha hecho porque ha visto el horror y la violencia provocadas por el señor Naritsugu (Gorô Inagaki), el hermanastro del shogun y a todas luces un perturbado fascinado por la muerte (de otros) y por la violencia que se le permite. 13 asesinos comienza con las atrocidades cometidas por Naritsugu, injusticias que convencen a Shinzaemon para que acepte entregar su vida y la de los doce hombres que se unirán a él para intentar asesinar a un señor feudal que, si no lo evitan, formará parte del consejo soghun, un hecho que no pueden permitir, pues en caso de producirse sería una ruina para la nación. Takashi Miike escogió el siglo XIX, dos décadas antes de la caída del soghunato, instaurado siete siglos atrás, para recrear el horror de la muerte y de las atrocidades cometidas bajo el amparo de un sistema rígido y clasista que protegía a un ser despiadado como Naritgugu, permitiendo que actuase sin consecuencias para sus abusos, tales como violación, asesinato o tortura. No sorprende que Shinrouko (Takayuki Yamada) no quiera ser samurái como su tío, pues él prefiere otro tipo de juego, sin embargo, decide acompañar a Shinzaemon en una empresa en la que podría morir. Ser samurái ni permite elegir ni permite plantearse los actos censurables del señor a quien se sirve, sino que obliga a defenderle sin entrar en cuestiones morales como le ocurre a Hanbei Kitou (Masachika Ichimura); por ese motivo, los hombres que reúne Shinzaemon son samuráis sin señor, hombres de honor y de gran valía con las armas, enteramente entregados a una causa que les enfrentará a setenta hombres (al menos ese sería inicialmente el número de enemigos). Tras un periodo de preparación y de nerviosismo ante la falta de noticias de Naritsugu y sus huestes, lideradas por Hanbei (el rival de Shinzaemon en el juego de estrategia), la violencia, la sangre y la muerte se desatan durante una espectacular batalla que dura alrededor de cuarenta minutos, en la que los trece asesinos muestran su valentía y la concienciación ante un reto que deben vencer, aunque sólo sobreviva uno de ellos. El enfrentamiento que se produce en la aldea no deja indiferente, siendo uno de las más sangrientos y espectaculares que se puedan observar en el cine, una auténtica lección de cómo manejar la acción sin perder un ápice de intensidad. Shinrouko, el sobrino de Shinzaemon, es testigo activo del sinsentido en el que participa, convenciéndose definitivamente para alejarse del camino del samurái, porque allí donde mira sólo encuentra muerte y destrucción, provocadas por los caprichos de un sólo hombre o por quienes han permitido sus desmanes.
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