miércoles, 23 de noviembre de 2011

Dos cabalgan juntos (1961)


Con un western de itinerario similar en ciertos aspectos al propuesto con anterioridad en Centauros del desierto (The searchers), John Ford rodó una nueva aproximación a la desaparición de familiares, pero alejándose del planteamiento anterior. Dos cabalgan juntos (Two Rode Together, 1961) también presenta una búsqueda de desaparecidos, sin embargo ninguno de los dos encargados de la difícil empresa de encontrarles y rescatarlos tienen nada que ver con las víctimas, simplemente deben aceptar la misión por dos motivos distintos. El teniente Jim Gary (Richard Widmark) y el marshall Guthrie McCabe (James Stewart) se reencuentran, no de modo accidental, sino por la misión que obliga al oficial del ejército a interrumpir la rutina de ese antiguo amigo que descansa en el porche del salón del pueblo donde se encarga de mantener el orden. Jim ha acudido a McCabe porque sabe que éste conoce el territorio y las costumbres de los indios, sin embargo, el marshall, hombre cínico, descreído e interesado, se muestra reacio, porque es consciente de la estupidez que significa emprender una cruzada cuyo fin sería recuperar algo irrecuperable; unos desaparecidos que, si no están muertos, formarán parte de la tribu en la que se han criado y asumido sus costumbres. Puede que las palabras de McCabe sean ciertas y que todo resulte una acción inútil, pensaría Jim Gary; pero él no tiene más opción que cumplir las órdenes, aunque esté en desacuerdo con las mismas, como también lo está el oficial al mando del fuerte (John McIntire) donde se han asentado cientos de familiares a la espera de que se produzca el milagro que desean, un milagro que puede producirse gracias a su insistencia para que se emprenda una acción que les devuelva a esos seres perdidos años atrás. El recorrido que realizan los protagonistas de Dos cabalgan juntos muestra la vana esperanza que, tras el desengaño, da paso al rencor y al odio que se descubre en muchos de los familiares que rechazan a individuos que, como McCabe, expresen sus dudas al respecto de lo que pretenden. Resulta estremecedor descubrir como el dolor y la esperanza que han dominado a las familias se convierten en el odio que se vuelca hacia el joven, convertido en indio, al que arrancan del único entorno que recuerda. Un muchacho que no había pedido ser secuestrado, como tampoco pide regresar, siendo su único deseo permanecer en el hogar que conoce, porque para él su familia es la tribu donde se ha criado. Este hecho muestra que la misión de los dos jinetes ha resultado un fracaso, no por el número de rescatados, si no porque nada podrá calmar las ansiedades de quienes aguardan. Sólo dos personas regresan con ellos: el joven guerrero y Elena (Linda Cristal), una bella noble mexicana casada con un fiero guerrero de la tribu, cuestión que provocará el rechazo de las buenas gentes cuando concluyan un periplo por un espacio abierto en la que deben apañárselas para superar los peligros que les persiguen, tanto en su interior como en el exterior, así como en el fuerte donde aguardan las familias a la espera de que se les devuelva un imposible que ha provocado un conflicto entre McCabe y Jim Gary. John Ford analizó con este western el rechazo, el racismo, la amistad o las obsesiones que genera el viaje-idea que McCabe sabe inútil, porque conoce la reacción que se producirá a su regreso; por ese motivo no se sorprende cuando observa el odio irracional hacia el joven indio o las miradas de desprecio hacia la mujer que ha vivido entre ellos durante tanto tiempo, así como descubre en los colonos la esperanza obsesiva y el rencor que les han impedido continuar con unas vidas en las que hallarían mayor consuelo que en una espera que a nadie favorece, y de la que no podrán aceptar su desenlace.

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