domingo, 19 de junio de 2011

La octava mujer de Barba Azul (1938)


La picardía de Ernst Lubitsch encontró en Charles Brackett y Billy Wilder a dos magníficos cómplices, que pusieron su talento e ingenio al servicio del no menos talentoso e ingenioso Lubitsch, cuya elegancia y dominio de situaciones cómicas, innatos en él, se manifiesta una vez más en esta excepcional comedia. Fiel a su origen, La octava mujer de Barba Azul (Bluebeard's Eighth Wife, 1938) está repleta de detalles y rebosa ingenio, ironía y simpatía, en situaciones que ocultan las intenciones de su pareja protagonista y de secundarios que, siendo fundamentales en el cine del responsable de Ser o no ser (To Be or To Be Not, 1942), apuntan hacia el humor que posteriormente aparecería en las comedias dirigidas por Wilder. El enredo de esta screwball comedy de alcoba, mercantilismo, sexo y matrimonio centra su mirada en la lucha que sostienen Michael Brandon (Gary Cooper), un millonario estadounidense que piensa en las mujeres como objetos de deseo y compra, y Nicole de Louiselle (Claudette Colbert), que manifiesta su objeción a la postura de su opuesto masculino. Ella, francesa y de origen aristocrático, será la octava esposa y la horma del zapato del Barba Azul a quien pretenderá reeducar a lo largo de los minutos que Lubitsch los enfrenta y los atrae. Ambos se desean, pero tendrán que aguardar a que el genio berlinés despliegue su envidiable sentido del humor y la ironía que acompaña de un constante abrir y cerrar de puertas, por donde entran y salen individuos imposibles en espacios igual de improbables. Lubitsch expone una situación tras otra con viveza y alegría, lo cual confiere movimiento al enredo que desarrolla en ambientes elegantes donde incluso los pobres tienen la fortuna de poseer un título nobiliario. Inicialmente, lo ubica en la riviera francesa donde Michael Brandon, un millonario de carácter, es capaz de discutir el precio de un pijama, porque no pretende llevarse el pantalón, puesto que no lo utiliza y, por principios, no compra aquello que no usa. Esta discusión, en una divertida escena donde se aprecia el toque Lubitsch, la presencia una desconocida, Nicole, que accede a comprar la parte inferior, ya que se ajusta a su presupuesto y al regalo que pretende hacer. La escena no deja de ser una maravillosa excusa para introducir el deseo y unir a ambos personajes. El flechazo es inevitable, Michael siente atracción por ella, y ella por él. Sin embargo, una serie de comentarios mal interpretados le hacen pensar que Nicole se encuentra comprometida, malentendido que le resta interés en ella. Pero por intervención del destino o, si se prefiere, por las pautas que marcan la comedia, conoce al marqués de Louiselle (Edward Everett Horton), noble sin blanca y padre de la chica, en una situación que le desvela que el pantalón del pijama no era para un amante, sino para este estrafalario individuo. Haciendo gala de su carácter decidido, Michael pretende, sin consultar con la implicada, que sea su esposa. Es un hombre práctico y consigue cuanto quiere, además no se plantea si el método o las palabras que utiliza para lograrlo son o no las acertadas. Por fortuna para él, Nicole se ha enamorado perdidamente y accede al matrimonio. Sin embargo, antes de producirse el enlace, se entera de que su futuro marido ha estado casado con anterioridad. Esta circunstancia le depara una inesperada sorpresa, aunque mayor será cuando el casanova le confiese (como si fuera lo más natural del mundo) que no ha estado una, sino siete. A partir de ese momento, la situación se altera; y aquello que parecía idílico y fantástico, se convierte en una pesadilla para Michael, quien, contrariado, se sume en una lucha que le enfrenta a su propia esposa. En la pelea, no violenta, Nicole siempre lleva la delantera, y resulta así porque ella impone las reglas de un juego cuyas finalidades son escarmentar a Michael negándole lo que este desea y conseguir que su Barba Azul no vuelva a divorciarse, para que así permanezca a su lado para siempre. La octava mujer de Barba Azul es una de las grandes comedias de Lubitsch. Rodada con maestría y descaro inigualables, se disfruta como un continuo entretenimiento en el que todas las piezas encajan a la perfección, del mismo modo que perfecto resultan las dos partes del pijama, la bañera de Luis XV, las puertas que predicen intervenciones no deseadas y el resto de situaciones de elegante y sutil comicidad, como serían los encuentros fortuitos en el seno de un hogar que comparten desde la lejanía de sus dormitorios o la excelente escena en la que Michael sigue al pie de la letra los consejos que aparecen escritos en La fierecilla domada, de Shakespeare, que lee para relajarse y aprender, pero ¿quién es la fierecilla domada de Lubitsch? ¿Él o Ella?

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