Dentro del cine realizado en España durante el franquismo no se puede hablar de la existencia de un movimiento o corriente cinematográfica propiamente dicho, al menos no de uno que traspasase las fronteras para influenciar en otros lugares y a otras cinematografías, como sí fueron los casos del expresionismo alemán de la década de 1920, del neorrealismo italiano de la segunda mitad de los años cuarenta, del Free Cinema inglés o de la nueva ola francesa de los Chabrol, Godard, Rivette, Rohmer, Truffaut y compañía. Sin embargo sí se produjo cine negro autóctono, con excelentes resultados, cine folclórico, religioso, histórico, un intento de construir un nuevo cine español, comedias costumbristas, algunas con influencias neorrealistas, y otras que nacieron a raíz del supuesto desarrollo de la década de 1960. Entre estas últimas encontramos el landismo, fenómeno cinematográfico de exclusividad española, cuya denominación de origen nace como consecuencia de su actor más representativo: Alfredo Landa. Pero sin detenernos en su discutible (y posiblemente inexistente) valor cinematográfico, nos encontramos ante un fenómeno social y cultural que marca parte del cine español realizado entre 1969 y 1978. Aparte de entretener o aburrir, según quien mire, este tipo de comedia refleja los lentos cambios de una sociedad que percibía luz, aunque tenue, al final del oscuro túnel de la dictadura y del conservadurismo impuesto por un gobierno autoritario, anclado en su ideología represiva. Así, pues, hallamos en estas películas el exagerado reflejo de habitantes anónimos que despertaban de su letargo obligado, de su larga represión sexual y cultural, individuos corrientes que sentían como el control político se debilitaba, y como esta debilidad implicaba una ligera permisividad inexistente en los años precedentes. A la espera de liberarse definitivamente de las cadenas franquistas, la sociedad española caminaba hacia su lenta europeización, abrazando las tan necesarias relaciones internacionales en la llegada masiva de turistas, de sus divisas, de los nuevos aires que traían consigo, de los bikinis en las playas, de idiomas foráneos que no comprendían y de otras aportaciones que aquella España soleada, costumbrista y tradicional, saludaba con timidez y deseo. Por aquel entonces, la ciudadanía aún era ajena a liberación sexual vivida por los hombres y las mujeres allende Los Pirineos, pero, gracias a la disminución de la censura de un gobierno que apenas podía sostenerse, quizá consciente de la proximidad de su último suspiro, encontramos a personajes que van perdiendo su miedo. Esta perdida les anima a experimentar situaciones de mayor o menor comicidad, posiblemente menor, que derivan en una serie de vivencias como el adulterio (de hecho o de pensamiento) en No desearás a la mujer del vecino (Fernando Merino, 1971), el deseo por el sexo opuesto en relaciones más carnales que platónicas en Aunque la hormona se vista de seda (Vicente Escrivá, 1971), Lo verde empieza en los Pirineos (Vicente Escrivá, 1973) o Mayordomo para todo (Mariano Ozores, 1976), la búsqueda del éxito idealizado en otros países en Vente a Alemania, Pepe (Pedro Lazaga, 1970) o el sacar pecho e irse a ligar al oeste ficticio de Vente a ligar al Oeste (Pedro Lazaga, 1971).
Toñete eres una fiera, muy bueno, lo que leo está muy bien, mucho animo para continuar ...
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