Da que pensar esa selección del jurado que se produce tras la introducción que Gary Fleder expone para proponer la primera pieza de su juego, que no me interesa. Prefiero quedarme ahí y darle vueltas al asunto de la selección, la cual, en su tramo final, no es una cuestión de azar, sino que se encuentra en manos expertas. Se trata de una investigación a fondo de los candidatos, para saber de qué pie cojean y cuál es su psicología (e ideología); si les conviene o no. ¿Es legal semejante espionaje e invasión de la privacidad? La respuesta es obvia, pero poco importaría a los industriales que contratan a Rankin Fitch (Gene Hackman), un profesional (del espionaje y de la psicología de sus vigilados) amoral y efectivo que solo las grandes firmas pueden permitirse para que dirija la selección de un jurado que ya antes de iniciarse el juicio les garantice un resultado favorable. De ser esto así, todo el sistema legal seria un chiste, una pantomima en la que el jurado son los espectadores a los que los letrados han de convencer y manipular con su cháchara y la presentación de pruebas y testigos. Y, precisamente por ello, la sala se convierte en el escenario de una representación donde la verdad queda relegada a un plano secundario. Prevalece la apariencia y prima el impresionar a los doce en cuyas manos se encuentra el veredicto. ¿Es justo? ¿O es el lavado de manos de Pilatos, que deja la elección a la multitud para librarse de la responsabilidad y de enfrentarse a lo que la propia masa demanda sin saber muy bien por qué? La idea que me interesa de la película reside en esa elección interesada (manipulación a la hora de escoger) del jurado perfecto que puede asegurar el resultado que se desea, lo que vendría a decir que el juicio ni es justo ni vale para nada más que para lavar conciencias y exhibir que el sistema actúa imparcial, pero se trataría de una exhibición vacía y de una imparcialidad inexistente… Volvemos sobre la misma pregunta de siempre: ¿existe un sistema legal democrático e imparcial, justo, que no esté condicionado por un mundo mercantil donde todo se fundamenta y se reduce al dinero y al poder? La industria armamentística tiene dólares de sobra para contratar a su profesional y a los mejores abogados, dispuestos a defender los intereses de esos empresarios que se lucran con la producción y venta de armas, cuya tenencia recoge la constitución (la Segunda Enmienda) como legal, como un derecho para sus ciudadanos. Pero una cuestión es lo legal establecido en un código elaborado por unos pocos, habría que preguntarles por qué y para qué lo dictaminaron así, pero esa entrevista ya es algo imposible; y otra distinta lo moral, lo justo, lo democrático…
martes, 18 de noviembre de 2025
El jurado (2003)
¿Pueden doce personas sin el menor conocimiento de las leyes juzgar a otras? Seguro. Lo dudoso es si su juicio resultará o no justo, e incluso si será ético, sobre todo si uno sospecha que se trata de un (auto)engaño el dar por hecho que doce personas harán justicia, cuando, en realidad, lo único que hacen es emitir un veredicto que sirve para que el juez dictamine la sentencia que, castigue o absuelva, siempre presume que la Ley y el sistema son democráticos, imparciales y justos. ¿Lo son? Para responder, habría que juzgarlos y nadie lo ha hecho en un tribunal donde doce dictaminasen su culpabilidad o su inocencia. En todo caso, ese sistema, que dice reconocer y defender la libertad de los individuos que lo forman, no pregunta a ninguno de los seleccionados si quieren o no formar parte de un juicio en el que tendrán que dictaminar la culpabilidad o la inocencia no de alguien, o de algo, sino de lo que se les dice en la sala. ¿Por qué obligarles a participar en algo que les supera, que les exige imparcialidad, capacidad crítica y unos conocimientos de los que la mayoría carece? ¿A los letrados les interesa que los posean? ¿Por la simpleza que les dice el juez interpretado por Bruce McGill: evitar que uno de los suyos juzgue y pueda condenar a cualquiera por el mero hecho de que le caiga mal? ¿Se refiere a los Roy Bean o a los jurados que, hasta no hace tanto, los componían doce hombres blancos? ¿Quieren ser más justos y democráticos? Entonces, ¿por qué no elegir al azar a cinco jueces o a doce en lugar de uno y que sean ellos quienes, tras escuchar lo que se dice en la sala, se reúnan en otra para deliberar? Aunque se profesionalizase el asunto, o precisamente por eso, ¿no conocerían mejor el código penal y las triquiñuelas de los abogados? A estos, ¿no les resultaría más difíciles de manejar y llevar a donde quieren? En todo caso, ¿qué persona, que siempre tendemos a vivir en el prejuicio, quiere formar parte de un jurado? ¿Quién está dispuesto y preparado para asumir la responsabilidad de juzgar a otros y, además, que le aparten de su cotidianidad, afirmando que se trata de su obligación como ciudadano? Acaso, ¿no hay quien se presentaría voluntario para una selección de jurado? Seguro que sí, como sucede con Herman Grimes (Gerry Bammen), el invidente que se presenta voluntario, o mismamente Nick Easter (John Cusack), que disimula sus ganas de pertenecer a esos doce que han de juzgar a la industria armamentística a la que el idealista Wendell Rohr (Dustin Hoffman), y los activistas contra las armas, acusan de ser la responsable de matanzas como la que abre El jurado (Runaway Jury, Gary Fleder, 2003), otro thriller ambientado en el sistema jurídico basado en una novela de John Grisham. Por lo tanto, ya se sabe que lo legal formará parte del escenario y del atrezo y que la historia derivará en un film de buenos y malos. En esta ocasión, se parte de la excusa de la denuncia a los magnates de las armas y de una idea a priori atractiva, la de filtrar dentro del jurado a un manipulador que, en apariencia, no pretende justicia sino dinero. Pero esta finalidad monetaria no quedaría bien en un héroe y en una heroína de Grisham, que suelen ser modelos heroicos de cartón piedra, revestidos de una capa superficial emocional que les haga simpáticos al público, en quienes su idea de justicia prevalece sobre la ley y la pasta; de modo que Nick y Marlee (Rachel Weisz) asumen tomársela por su mano…

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