Un año antes del rodaje de Memorias del general Escobar (José Luis Madrid, 1984), José Luis Olaizola ganaba el premio Planeta por La guerra del general Escobar, una narración basada en la experiencia vivida por el coronel de la guardia civil Antonio Escobar Huertas durante los años de guerra, de 1936 a 1939. Avanzada la contienda, Escobar sería ascendido a general en jefe del ejército republicano en Extremadura y, ya en la inmediata posguerra, fusilado tras un juicio militar cuya sentencia se había establecido de antemano. El protagonista y narrador explica su situación: <<Se me está juzgando con la graduación de coronel, ya que, aunque al término de la guerra era general en jefe del ejército de Extremadura, para los vencedores sigo siendo el coronel de la Guardia Civil que en julio de 1936 luchó, precisamente en esta ciudad de Barcelona, contra los militares rebeldes que dejaron de serlo cuando ganaron la guerra. Así me lo ha explicado el abogado que me defiende: “tenga usted en cuenta, mi coronel, que la rebeldía queda purificada por el triunfo”>>.* En realidad, quienes vencen pueden purgar y purificar cuanto gusten; es decir, ya nadie va a oponérseles y pueden hacer (y deshacer) lo que les venga en gana, incluso cambiar la historia y acusar de su propio delito a quienes se habían mantenido dentro del sistema constitucional.
A lo largo de las páginas de la novela, Escobar narra su historia, pero el personaje también sirve como el guía escogido por Olaizola para conducir a los lectores por la guerra y por el conflicto humano desde una perspectiva intimista y reflexiva, la asumida por el leal militar, quien en todo momento antepone su deber: su juramento de lealtad a la Constitución. <<Yo he combatido en un bando con el que tan pocas afinidades tenía por no faltar a mi juramento. Pero para el otro bando mi juramento no vale nada>>. De ese modo su figura reivindica la de los militares de carrera que lucharon en el bando republicano, puesto que en este, a pesar de lo que se cree popularmente, no solo combatieron brigadistas y milicianos de las distintas ideologías que formaban el Frente Popular y las filas anarquistas que, hasta entonces, habían sido una de las preocupaciones de los distintos gobiernos republicanos. Respecto a esto último, Escobar escribe: <<La Guardia Civil tiene como misión guardar el orden y los anarquistas no querían ese orden. Era inevitable que tuviéramos que actuar contra ellos. Yo no digo que el orden que había con la República fuese óptimo, pero creo que valía la pena esforzarse por mejorarlo.>>
Cuando se habla de la guerra civil española se suele cargar contra los altos mandos militares sin hacer distinción entre los que permanecieron fieles a la República, fuese por convicción, por miedo a ser pasados por las armas o por acatamiento a su juramento, y los rebeldes liderados por los africanistas, a los que después de una serie de sucesos —muertes de Sanjurjo, Mola y José Antonio, que era civil, falangista y no simpatizaba con los militares, y el imposible liderazgo de Cabanellas, por antiguo masón, o de Queipo de Llano, por su pasado republicano y, tal vez, por bocazas— les quedó el frío y ambicioso Francisco Franco como “generalísimo”, aunque ya en octubre de 1936 había asumido la jefatura que no abandonaría hasta su muerte en 1975. El cine, el producido ya en la democracia (durante la dictadura sería imposible), también ensalza a las milicias populares de las que, por ejemplo, al inicio de Libertarias (Vicente Aranda 1996) se dice que lograron frenar el avance rebelde en las grandes ciudades, tal que Barcelona y Madrid. Y esto es inexacto, pues, si bien los milicianos resultaron fundamentales, en la idea que nos hacemos prima el mito y las posturas sobre los hechos. <<Sufrí mucho en los comienzos de la guerra —escribe el protagonista de Olaizola— cuando las milicias populares, so pretexto de que la instrucción militar era una argucia para controlar la acción revolucionaria, se movían con tal desorden que daba sonrojo>>. Sería justo decir que hubo oficiales que permanecieron fieles a la República y que uno de los mayores errores de los primeros días fue sospechar lo contrario: <<A los militares profesionales el Gobierno de Largo Caballero nos hizo un gran honor. Suprimió los tribunales castrenses por considerar que los militares no ofrecíamos suficiente garantía de severidad en nuestras sentencias y nos sustituyó por los denominados tribunales populares. Fue una medida torpe y sectaria, pero al mismo tiempo venía a reconocer que los militares fieles a la Constitución no servíamos para la represión>>. El general Miajas y el teniente coronel Vicente Rojo quizá sean los más famosos, el primero debido a que ostentaba el mando durante la defensa de Madrid y el segundo por su habilidad de estratega y, ya durante el exilio, por los libros que escribió sobre la contienda. Pero esa lealtad se observa, por ejemplo, en el general Batet, <<el jefe de la VI División y superior, por tanto del general Mola, fue fusilado por el simple hecho de no rebelarse en el 36>>, en el coronel Casado Veiga, padre del actor Fernando Rey, el general José Aranguren o el general Antonio Escobar Huerta, a quien otro Antonio, Ferrandis, prestó su físico y su humanidad para hacerse con el protagonismo absoluto de Memorias del general Escobar.
En la soledad de su celda, el general Escobar escribe sus memorias de guerra para dejar constancia de cuanto vivió durante la contienda civil, desde la rebelión coordinada por el general Emilio Mola, veterano de Marruecos y antiguo jefe de seguridad de Alfonso XIII, hasta que deja de escribir poco antes de que acudan a su celda para llevarle ante el pelotón de fusilamiento. La trama se inicia en tiempo presente, cuando la guerra acaba de concluir y el oficial aguarda su ejecución, acusado del delito de traición, un delito que resulta ser el cometido por sus acusadores aquel julio de 1936, cuando se levantan en armas contra la II República justificando su acto con un ambiguo salvar la patria. Tanto en la película de Madrid como en la novela de Olaizola, se pretende ajustarse a la realidad y plantear una reflexión honesta y humana. En todo caso, ambas son interesantes, incluso diría que la obra literaria es una de las grandes aproximaciones novelísticas a la guerra civil, subrayo novelísticas (para evitar confusiones con ensayos, memorias y biografías), como también puedan serlo Madrid, de corte a chega, de Agustín de Foxá, Azaña, de Carlos Rojas, Desastre en Cartagena, de Luis Romero, El laberinto mágico, el ciclo escrito por Max Aub sobre el conflicto, la tercera parte de Forja de un rebelde, de Arturo Barea, la dialogada La velada de Benicarló, de Manuel Azaña, o los relatos de Manuel Chávez Nogales reunidos en A sangre y fuego. Pero no todas ellas han tenido su adaptación al cine; y de las que sí, la mejor es esta llevada a la pantalla por José Luis Madrid, que también la produjo y la coescribió junto Pedro Masip Urios, quien había sido ayuda de campo del general Escobar.
La presencia de Masip y la detallada narrativa de Olaizola son ayudas imprescindibles para la reconstrucción del golpe de Estado y de los años que siguieron. Madrid expone diferentes momentos de la guerra a partir de las memorias de Escobar, quien al inicio del film recuerda el levantamiento y la guerra civil, rebelión y revolución, a la espera de ser ejecutado por permanecer hasta el último momento fiel a la República y a su promesa de defenderla; o lo que sería similar, es condenado por permanecer fiel a sus convicciones, que no son políticas, sino morales, cuestión de principios y de deber. En ese día anterior a su muerte, escribe <<No tengo conciencia de haber dejado de luchar, ni un instante, tanto contra la rebelión como contra la revolución. Con esta última conseguimos terminar a finales del año 37. Con la rebelión han terminado los que con su triunfo dicen haberla purificado>>. La acción retrocede al día del alzamiento cuando todavía es coronel de la Guardia Civil, destinado en Barcelona, cuando la benemérita, otra mal parada de la historia, al menos en este caso, se niega, bajo el mando del general Aranguren en Cataluña, a participar en la rebelión. La decisión de Aranguren fue decisiva para frenar el avance de los militares rebeldes al mando del general Manuel Goded (Fernando Guillén). Lo que siguió a aquel primer instante fueron casi tres años de guerra y de numerosas historias humanas, tantas como individuos padecieron aquella larga y sangrienta lucha intestina que se cobro alrededor de trescientas mil vidas…
La guardia civil, bajo el mando del general Aranguren (Luis Prendes), que ordena a Escobar la defensa de Barcelona, se mantiene fiel a gobierno republicano aquel 18 de julio. Ambos oficiales desoyen el pronunciamiento del general Godet, lo que, unido a los anarquistas de Buenaventura Durruti (Antonio Iranzo), imposibilita el triunfo del alzamiento. Resulta un tanto contradictorio que Durruti fuese una figura de mando dentro de una ideología que, como la anarquista, supuestamente rechazaba cualquier tipo de orden y de mando. Pero la situación apremia y las circunstancias que se dan hacen amigos imposibles en otras. En ese instante de lucha, Escobar sabe que la ayuda popular ha sido vital, pero teme a los exaltados armados. Su temor se iría confirmando en los tribunales populares y en el comportamiento de los extremistas de las distintas facciones, sindicatos y grupos que habían proclamado sus revoluciones; el plural obedece a que cada cual pronunciaba y perseguía la suya: la poumista, la anarquista, la independentista,… Fue un total desbarajuste, unos iban por libre, otros rapiñaban y no pocos temían convertirse en víctimas. Aparte, los republicanos de Manuel Azaña quedaron prácticamente al margen del poder desde el inicio, cuando los tribunales populares y las distintas checas establecieron el terror del que Clara Campoamor fue testigo aquel verano del 36 y que detalla en su libro La revolución vista por una republicana, escrito en su exilio suizo, en el otoño de 1936. En todo caso, no fue la única que describió el horror de aquel momento; uno que no fue menor en el otro lado, por mucho que Wenceslao Fernández Flórez lo ignorase cuando escribió su experiencia en El terror rojo…
*Entrecomillado de José Luis Olaizola, La guerra del general Escobar. Editorial Planeta, Barcelona, 1983.
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