<<Este mundo y yo mismo, y mi película, protuberancias del ego, en el universo de rudos cortes, fracciones de una proyección interior, recuerdos de un viejo mundo en la cámara oscura de nuestra fantasía, pleno de muñecos humanos, ya solitarios, cambiantes figuras del ego, intercambiables temas para monólogos, monodramas y tragedias en celuloide. Danzas macabras, conversaciones de muertos, diálogos en el reino del más allá, cien años después, miles de años, millones, personas, oratorio… ¡quién sabe! Pero, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo hacerlo yo, nosotros? ¿Quién soy yo? ¿Quiénes somos nosotros? ¿Quién nos representa y a quién representamos? ¿Para qué? ¿Qué resta?>>, pregunta la voz de Hans-Jürgen Syberberg al inicio de su proyecto creativamente más ambicioso. Tal como quiso Wagner con la ópera, Artaud con el teatro y Eisenstein o Godard con el cine, Syberberg busca el arte total y lo hace en una propuesta cinematográfica arriesgada y radical que da como resultado Hitler, una película de Alemania (Hitler, ein Film aus Deutschland, 1977), cuyo metraje alcanza las siete horas, que divide en cuatro partes —Hitler, una película de Alemania; Un sueño alemán… desde el fin del mundo; El fin de un cuento de invierno; Nosotros, los hijos del infierno—, en las que da cabida a lo que se le ocurra para acercarse a Alemania y exorcizar fantasmas del pasado y del presente. Aunque, más que exorcizar, se trata de recordar, reconocer y asumir, de mirar su historia reciente, la de un país que aceptó y siguió a Hitler como líder, y cuestionarse, reflexionarse, buscarse, lamentarse y mirar de cara el crimen, la locura, la culpa, la sociedad poshitleriana, pero también recordar el legado cultural de Alemania, el país que vio nacer a Bach, Schiller, Goethe, Bethoveen, Hölderlin, Heine, Novalis, Nietzsche, Wagner, Thomas Mann y tantos otros que aportaron su arte y su pensamiento a la cultura europea,... la que otros posteriores destrozaron o adulteraron para sus fines. Pero la película no fue bien recibida por los periodistas cuando Syberberg realizó una presentación con varios fragmentos del film, lo que le llevó a cancelar el pase previsto en el festival de Berlín. Para el cineasta era <<una decisión lógica visto el cariz que han tomado los acontecimientos>>. Probablemente, no le faltasen motivos para sentirse atacado por ser un creador cinematográfico nada convencional y suficientemente osado para asumir y abordar el cine y las películas como <<parcelas de libertad>> desde las que expresarse libremente, expresar su filosofía, su arte, sus influencias, sus gustos y disgustos.
Su Hitler no es una biopic ni un documental sobre el dictador nazi, aunque tenga de ambas, sino que este es la representación y la excusa con la que Syberberg intenta abordar la complejidad de su país, a partir de referencias culturales como el Grial —la legendaria copa es símbolo curativo—, el romanticismo, la ópera de Richard Wagner, la Melancolía de Durero, el circo (influencia de Ophüls y su Lola Montes) o el propio cine —con referencias que van desde los albores (Thomas Edison y Georges Méliès) hasta Chaplin, pasando por Robert Wiene, Eric von Stroheim, Fritz Lang, Sergei Eisenstein, Murnau o Leni Riefenstahl—, valiéndose también de proyecciones, fotografías, discursos, monólogos, marionetas, pues tal vez eso seamos manejadas por manos invisibles, actores que representan varios personajes —nadie escapa a ser varios rostros, incluso contrarios o contradictorios, entre ellos se encuentra el del dictador latente—, de reflexiones de las distintas voces y de los silencios de una niña que hablan más que callan. La película está repleta de simbolismos, de una ruptura consciente con el cine imperante en un momento en el que el cine y el resto de medios culturales había caído en un pozo de mediocridad (y ahí continúa, ahondando en él) que parece entusiasmar al público mayoritario, que probablemente rechazase un film como este o como otros de Syberberg, por ejemplo los otros títulos que completan su mirada a Alemania. Pues, para el cineasta, de eso se trataba: de abrir los ojos y destaponar los oídos, de hacer un cine que expresase, que se saliera de la norma, de la inmovilidad, del no cuestionarse o del decir nada. En su escrito del 20 de junio de 1977, Syberberg se pregunta, después del ataque a su película, <<¿para quién, sino para Alemania, se hacen esos filmes, con todas sus referencias y tradiciones, su culpa y su sufrimiento?>>
Si por un lado, Syberberg reflexiona y busca reflejar la realidad más allá de la historia, haciendo de su película un universo desbordante, discursivo y subjetivo, por otro es una declaración de su admiración al cine. Tal como escribió Susan Sontag en 1979, para New York Review of Books: <<La cinefilia de Syberberg es otra parte del inmenso pathos de su película; quizá su único pathos involuntario. Pues diga lo que diga Syberberg, el cine es hoy otro paraíso perdido. En la época de la mediocridad sin precedentes en el cine, su obra maestra tiene algo de carácter de un eco póstumo>>. No le faltaba razón a la escritora respecto a la mediocridad en la que había caído el cine y a la pasión cinéfila que recorre toda la obra de Syberberg, cuyo cine no es de fácil digestión. Es decir, su Hitler, una película de Alemania no es ligera, al contrario; aunque resulta toda una experiencia audiovisual e imaginativa, así como un alarde de libertad creativa… Aparte del carácter minoritario del film, aquel que nace de la intención de ser verdaderamente honesto, artístico, simbólico y diferente, el “pero”, que quizá quiso abarcar demasiado y, a veces, hay que saber desprenderse o sacrificar una parte del todo pretendido para crear una obra total. Mas de haberlo hecho, no sería un auténtico romántico, aquel que lleva su arte y a su yo creador (cuando no a sí mismo) a cotas extremas…
No hay comentarios:
Publicar un comentario