miércoles, 10 de septiembre de 2025

Kurt Vonnegut y Las sirenas de Titán


Saber que tu destino está escrito y que acabará en el mayor de los satélites de Saturno, que recibe su nombre de aquel titán que en mitología grecorromana devoró a sus hijos, salvo a Zeus, que era griego y tal vez eso despistase a la deidad latina, pasando antes por Marte, donde se prepara una invasión al planeta Azul, Mercurio y de nuevo la Tierra, no ha de ser peor que el que nos depara el viajar a cualquier isla o playa y pasarse la estancia tumbado en la arena o sobre la hamaca de un hotel resort en el que las actividades y las atracciones se programan y preparan, incluidas las bebidas, para que todos consuman lo mismo y, a ser posible, a la misma hora. No digo que los turistas que algún día futuro acudan a Titán pasen sus horas en la piscina, con el extra de contar con un chiringuito dentro, en los restaurantes temáticos o en cualquier espacio donde dejar su dinero a la cadena hotelera que lo regente; eso sí, llevándose de vuelta a sus hogares y a sus rutinas la sensación de haber vivido una experiencia única y fugaz que no podrían haber disfrutado en la bañera de su casa, pero casi. Así que tampoco hay que asustarse por lanzarse al espacio en compañía de Kurt Vonnegut, que es quien se encargó de escribir el destino de Malachi y Beatrice, también el del galáctico marido de esta mujer aristocrática e inteligente que se negaba a ese mismo destino que la alcanza, la sube a un platillo marciano y la obliga a compartir nave con Malachi Constant, de Hollywood, fiestero y vulgar, ignorante y desvergonzado, pero poseedor de una suerte pasmosa, la cual, como su fortuna y el resto de los adjetivos anteriores, la heredó de su padre, quien tampoco tenía mucho más de que presumir. Pero, igual que Beatrice, Malachi se convierte en exmultimillonario de la noche a la mañana —en su caso tras más de cincuenta días de fiesta alcoholizada y continuada—, por una mala jugada de ese sino que Vonnegut se empeñó en tejer para ellos hacia finales de la década de 1950, cuando la humanidad ya había demostrado que nada había aprendido de la Segunda Guerra Mundial, ni de la Primera, ni de la de Corea, ni de la de Indochina, ni...

El destino se selló en 1959, con la publicación de Las sirenas de Titán, claro que Vonnegut también lo hizo para poder comer, que un escritor no solo vive del aire ni del cuento, ni de su talento ni de su esfuerzo, aunque estos ayuden lo suyo, y para deleitar a sus lectores, a quienes regala, por un módico precio el ejemplar, una sátira de ciencia-ficción que no tiene desperdicio. Su humor, no pocas veces negro y amargo, y su ironía desvelan la capacidad de un autor irreverente, humanista, pesimista, pues la vida enseña a serlo —más a alguien que fue testigo de un bombardeo como el de Dresde, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, y a la mañana siguiente obligado a apilar los cuerpos calcinados de mujeres, niños y ancianos— , y anarquista a su manera, capaz de hacer pasar muy buenos momentos literarios sin poner en duda la inteligencia lectora. Todo lo contrario, exige que se active, que haga su labor e interprete un texto en el que el destino, el control, la indiferencia de Dios y la alienación son algunos de los rivales a batir, aunque sean o parezcan imbatibles, antes y después de la invasión marciana. Ay, me imagino suspirando mientras digo qué bien me cae y que bien sientan las lecturas de este Kurt, pues también Kurt se llamaba el padre, de quien no sé qué heredó el hijo, más allá del nombre y de una parte de la genética que le dio forma…

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