Caminar es un vicio que practico desde que di los primeros pasos y no me arrepiento ni de la práctica ni de mi adicción. Al contrario abuso de ella siempre que el tiempo me lo permite y supongo que algún día tal exceso me pasará factura. Mas por ahora, pongo un pie tras otro, en alternancia regular y continuada, sin tener que pensar que se trata de un movimiento mecánico, el cual me libera de prestarle atención y da rienda suelta a que mi pensamiento piense en otras cosas. Las más, tonterías relacionadas con lo que hay alrededor, con sueños que se repiten, pero que ya no son iguales, con fantasías, realidades, alegrías y frustraciones que van quedando atrás, a la espera de las nuevas que lleguen, pero también me acompañan otras estupideces que llevo dentro. Así me digo que todo parece igual, pero que basta con detenerse un instante para ver que siempre se producen pequeños cambios, y que debido a su aparente insignificancia no nos sacan de la cotidianidad. No nos alarman ni asustan. Son los grandes, los inesperados, aquellos que atribuimos a la buena o mala suerte, a los grandes acontecimientos de la vida, los que nos tambalean o los que simplemente cobran apariencia novedosa, esa que nos confirma que algo cambia a nuestro alrededor o mismamente en nosotros. Caminar me hace pensar en los pequeños detalles, en las casi invisibles evoluciones e involuciones que se producen en nuestra marcha. Tampoco voy a negar que, a veces, tengo mayores aspiraciones reflexivas y que pienso en cuestiones en apariencia más grandes. De esto iba hablando conmigo mismo ayer por la tarde, al tiempo que avanzaba en la lectura de Vida líquida, en la que Zygmunt Bauman ensaya sobre un mundo en constante fuga, más que en cambio, en el que nada perdura porque ya nada resulta ser sólido. Tal vez su lectura inspirase o guiase mi pensamiento, pero quizá no fuesen las páginas, sino ese puente ante el que me detuve un instante tal vez para decirme que ni siquiera el puente de piedra que tengo delante es inmune a los cambios, ese mismo puente que unos pasos después veo detrás o del otro lado. Al tiempo que lo pensaba, caminaba bajo uno de sus arcos y sin darme apenas cuenta la construcción no tardó en convertirse en la imagen pasajera que me costaba recordar…
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